El diario plural del Zulia

Las gordas del centro

Llueve torrencialmente. Ya es invierno en la ciudad, y se siente. En los alrededores de la estación del metro de Parque de Berrío, sus usuarios y la gran parte de los transeúntes del centro de Medellín se guarecen debajo de las vías férreas, que hacen un puente sobre la plaza Botero.

Brazos cruzados, manos dentro de los pantalones o suéteres… la espera marca el mismo ritmo que las gotas cuando caen al pavimento. La pauta es que deje de llover para poder acercarse a las 23 obras en bronce y tamaño monumental del artista medellinense y mundialmente conocido Fernando Botero.

En las adyacencias hay todo un despliegue patrimonial: el hotel Nutibara, que se mantiene en pie pese a sus 70 años; la catedral metropolitana y la basílica de la Candelaria; el palacio de la cultura Rafael Uribe Uribe con su fachada ajedrezada y el museo de Antioquia.

La plaza Botero se inauguró en el año 2000 para airear la zona deprimida del casco central de Medellín, pues entre los tantos contrastes de esta ciudad, el más evidente lo impone Botero, al ver entre las miserias humanas –testigos vivientes del pasado de narcotráfico en la ciudad-, sus obras colosales.

La historia

Cuentan los guías del museo de Antioquia una anécdota apropiada para la primera visita a este lugar: la noche en que las esculturas llegaron a la Plaza, Fernando Botero estuvo presente. Las cajas en las que venían las obras eran abiertas con la cautela que siempre se tiene cuando estas cajas transportan obras para exposiciones de arte, pues las piezas deben ser empacadas en esas mismas cajas para que continúen su itinerancia. Pero esa noche Botero dio una orden: “Destruyan los guacales que estas obras llegaron para quedarse”.

Esta plaza es un museo al aire libre, sin embargo, legalmente pertenece al museo de Antioquia, ubicado a posta. Las esculturas de bronce con su elevación de entre los cinco y 10 metros hacen de esta plaza una joya artística única y una modalidad de democratización del arte y de la cultura muy poco común en el mundo: estas “gordas”, como son localmente llamadas las obras, son de color negro, pero en sus zonas más bajas ya se deja ver el bronce original debido al sudor de las personas que durante 17 años han tenido la oportunidad única de tocar el arte.

Llegar a esta plaza es muy sencillo, pues tiene un acceso directo la estación del metro de Parque de Berrío. Así, hay distintas empresas de turismo que operan en el parque El Poblado y ofrecen tours por la “ciudad rosada”, como es conocida por sus edificaciones de ladrillo. En esos recorridos, esta plaza es la primera parada. Si se quiere visitar de forma particular, está abierta las 24 horas del día y su acceso es libre; solo es preciso ir en grupo y preferiblemente hasta las siete de la noche. Debe irse vestido muy sencillamente y tener mucha precaución, puesto que esta zona la concurren vagabundos y rateros que aprovechan los descuidos de las personas y los policías.

La plaza Botero es un museo a la intemperie enclavado en el corazón de la “capital de la montaña”. Su valor artístico supera cualquier cuantía imaginable, pero su valor cultural trasciende
mucho más.

 

 

Fernando Botero

 

Pintor, escultor, muralista, dibujante, medellinense. Ha creado su propia corriente dentro del figurismo. El “boterismo” exalta la voluptuosidad del cuerpo humano hasta convertir sus obras iconográficas en unas inconfundibles y en una de las principales manifestaciones del arte contemporáneo global.

 


 

El  presente reportaje pertenece a la tercera edición de la revista turística Destinos, publicada el 11 de diciembre de 2016.

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