El diario plural del Zulia

Mare Nostrum, la otra mirada

Mare Nostrum es una frase en latín que puede traducirse como «nuestro mar» y, en esta ocasión, se refiere al Caribe. El mar de las Antillas agrupa un cúmulo de naciones, entre ellas: Venezuela, Aruba y, junto con ella, Holanda (Países Bajos). Los nexos de este trío son tan vastos que ahora el hombre intenta recrearlos desde el arte, desde otra mirada.

«¿Quiénes somos y cómo nos ven?», una incógnita que siempre se torna personal, y que esta vez nació en el seno del Museo de Arte Contemporáneo del Zulia, Maczul, hace unos meses. La respuesta, tiempo después, se revela con tino en sus espacios interiores y exteriores, enmarcados en la identidad y la relación de un gentío que habla papiamento, inglés y español como lenguas principales.

Suena el palpitar de una corneta que vocifera música electrónica al cabo de las cinco de la tarde. En un santiamén, cuatro artistas arubianos se dispersan luego de llegar casi en una fila india en las instalaciones del Maczul. Ryan Oduber es quien zarpa en las grandes profundidades del Caribe con su obra «Transgeneración», creada a partir de dos botes unidos por un mecate anudado.

 

Caribe unido

Hay una imagen vigente en el imaginario zuliano: los piratas zarpando en las orillas del lago: esos hombres bárbaros y de carcajadas graves que retumban aún más cuando burlan la ley. Aunque en Aruba existe una versión algo distinta a la que se cuenta por estos lares, más bien la historia es hasta cierto punto positiva, pues el contrabando de aquellos tiempos creó un vínculo entre las naciones antillanas y las costas de Sudamérica, además de que el impacto económico se vivía distintamente en cada lugar.

No obstante, para el historiador Juan Bracho, el contrabando es simplemente una parte de todos los relatos que se pueden contar de aquellos años con aguas turbulentas y economías pujantes, más bien, insiste en que la historia debe estar planteada desde el origen de los sistemas políticos que regían a América a partir del colonialismo.

Todo pasó desde el siglo XVI. América era un bastión español, un continente que había emprendido la transición de hablar lenguas aborígenes para acostumbrarse al castellano, y —con el pasar de los años— las potencias europeas querían entrar en el juego de ajedrez con las islas del Caribe como su gran tablero.
Francia dominaba unas, Inglaterra otras, España creó dos virreinatos (Nueva España y Perú) para controlar al nuevo continente, mientras Holanda estaría cerquita de la actual Península de Paraguaná (Falcón) y del Lago de Maracaibo (Zulia), es decir, era un visor del reino y una visita frecuente para el intercambio de productos con los aborígenes de la zona; eso sí, a escondidas de España.

Más adelante, el sistema político cambiaba (Río de La Plata y Nueva Granada se sumaron a la lista de virreinatos, más la famosa Capitanía General de Venezuela) y las reglas estaban claras para cada entidad, aunque era fácil para muchos violarlas, aun con todas las estructuras que conglomeraban las primeras instituciones de este continente (bajo la corona española)*.

Entretanto, la dinámica social entre las naciones caribeñas se adaptaba a los cambios de segmentaciones fronterizas, que respondían a intereses sociales y económicos, y así Holanda instauró nuevas formas de patentar sus nexos con sus aliados ubicados del otro lado del pequeño charco, sin que la Compañía Guipuzcoana, una especie de ente regulador de aduanas, fuese un problema. El sabotaje de la corona holandesa era evidente, sin embargo, para la gente de este lado representó una nueva alternativa de supervivencia en una sociedad elitista.

Con el pasar de los años, caen coronas y se independizan naciones, total o parcialmente, y las uniones de antes se reflejan en los híbridos de ahora: las fachadas de las ciudades como Santa Ana de Coro o Maracaibo, la gastronomía de los pueblos y, obvio, el fenotipo de las personas.

Así como los caminos reales tenían otros paralelos, es decir, a escondidas y sin papel que lo afirme, los historiadores como Juan Bracho se han dado a la tarea de saber qué tan trascendentes han sido esos lazos históricos con la idea de entendernos a nosotros ahora. No es tan fácil, pero la historia tiene varias miradas y la que importa es la verdadera: no cabe duda que tendremos más relatos sobre este mar nuestro.

 

i. En el imaginario de Oduber

—El arte es para unir— agrega Ryan cuando se para enfrente del nudo, el cual tiene la posibilidad de soltarse si alguien que tripule uno de los dos botes decide hacerlo. —Pero también es para criticar —comenta mientras toca el bote cubierto de un tejido guajiro— siento esta obra como algo fraternal; concebida desde las raíces—.

Deshilar una obra, que se hace con la misma rigurosidad que desde hace cientos de años, es un proceso enriquecedor. Hurga en la identidad de un pueblo que se asienta como lo hicieron los arahuacos (grupo indígena) en las Antillas. Sin embargo, ese lazo no desiste a esa única concepción; también recapitula las vidas que se suben a un velero y naufragan antes de alcanzar sus sueños. —La hamaca es para dormir, es un elemento que nos protege —señala con tranquilidad. Es una apología al encuentro, a revisarnos, y hacer un símil de los tiempos, que pueden cambiar los roles de cualquier nación, «donde la ‘bonanza’ de un país puede ser crisis en otra».—Por eso, es necesario venir y saber qué sucede aquí. Ser testigos presenciales —añade antes de irse entre algunos colegas de oficio de Maracaibo.

 

ii. Las visiones azules de Osaira

En el acostumbrado Bajo Techo del Maczul, un reggae electrónico solo deja que los presentes se lean los labios para poder comunicarse, no obstante, los ojos claros de Osaira Muyale son tan expresivos que se adivina rápidamente cuando habla de algo serio o cuando vacila con una frase en castellano. Su obra es de las pocas que está dentro de las paredes del Maczul. Es azul oscuro y la escultura es una obra inspirada en un regalo de Holanda a Venezuela, específicamente a la Vela de Coro, estado Falcón. La imagen es una mujer holandesa de vestimenta típica y postura firme. Ese fue el clic para partir con una escultura que une los lazos invisibles de varias naciones.

Osaira acostumbra a trabajar con intervenciones de otros artistas y esta vez se siente confiada con una exposición en conjunto, pues tiene un propósito muy claro, que es buscar su identidad: caminar por donde pasaron sus abuelos en Holanda, Curazao y Coro; tantear en las costumbres libanesas, holandesas y americanas de su linaje; unir los fragmentos que confinan los orígenes y la evolución de los caribeños; y rendirle tributo a quienes la antecedieron, con grandes caballos azules como su escudo familiar. A estos equinos «color mar profundo»los remonta por distintos rincones de Aruba en tamaño natural, haciendo de la calle un museo.

 

iii. El enfoque de Glenda

Tres bicicletas están conectadas a varios botiquines de primeros auxilios. Su autora, Glenda Heyliger, se sienta en un banquito muy cerca de esta obra interactiva, en la que se puede pedalear estando con la estructura estática. No duda en subirse sobre una de ellas con su vestido negro y, con ayuda de un visitante del Maczul, produce energía suficiente para poder encender cuatro bombillos que iluminan la gran necesidad que existe en los seres humanos, esos «primeros auxilios».

Retoma el aire, tanto por el cansancio del pedaleo como por la humedad del ambiente, y enseguida detalla qué significa el cajón que está suspendido del techo como si se fuese a caer sobre un infortunado transeúnte.

En realidad, está bien sujeto y aclara que es como un tesoro que guarda un botiquín: es la ayuda humanitaria que no llega; las cientos de personas que han sufrido, tanto aquí como allá; pues también mira su isla.

«Soy sal» es la obra que crea más interés por la puesta que ofrece: es un montón de sal en el piso y en ella se anclan varias cruces que rememoran los tiempos atroces de esclavitud en la isla y su vinculación con la sal, que costaba más que el oro para los holandeses… y más que la gente que vivía allí (indígenas y afrodescendientes).

—Hay que saber la historia de todos si se quiere hablar de identidad —concluye con su papiamento más anglo que español, un acento propio de los originarios de San Nicolás, la segunda ciudad más grande de Aruba, asiento de muchos ingleses y esclavos africanos.

 

iv. En las pupilas de Elvis

La Virgen María se impone sobre un montón de bolsas blancas de basura; está vendada, herida, y no quiere aparecer más. «¿Quién quisiera aparecer con la contaminación que hay en nuestros mares?», se pregunta Elvis López, quien tiene claro que «la tierra y el mar son uno» y las costas son fronteras que no nos pueden desunir.

Cerca de la virgen, hay varias piezas colgadas del techo que simulan ser nubes, las cuales también están cubiertas de gaza, que intenta cerrar unas heridas o los sueños rotos o inalcanzables.

Es difícil hablar de discriminación para alguien que la ha sufrido en carne propia durante toda su vida; un testimonio que comparte el artista y que sintetiza la inspiración de sus obras, como la que tiene a su lado: otras nubes, pero dentro de carritos de mercado, que son un grito de protesta… y de dolor. Pues cerca de estas obras hay una decena de rostros sin nombres sobre un mural, cuyas personas desafiaron un día las mareas para alcanzar «sus nubes», pero no lograron palparlas.

Es una protesta contra las desigualdades sociales, contra cercos religiosos, étnicos, raciales, sexuales, de nacionalidad, y que muy bien pueden estar yuxtapuestos en el fenómeno de la migración. Es una mirada de afuera hacia dentro; no superficial ni juzgante, más bien es una vista panorámica de un país en crisis.
Es, en definitiva, la otra mirada.

La curaduría de Mare Nostrum estuvo en manos de Jimmy Yánez y Adi Martis, con museografía de Jimmy Yánez y texto crítico de Rosher Acevedo.Para el patrocinio de la exposición se contó con Mondriann Fonds, Ateliers ´89, Fundación Aldea, UNOCA y Fundación Eterno Arte Contemporáneo.

 


 

(*) En la casa real de la familia austriaca que imperaba en la madre patria, las cosas no marchaban bien como para conservar el poder: su rey no tenía capacidades intelectuales ni físicas para regir un imperio ni engendrar un niño; su nombre era Carlos II «El hechizado», la endogamia (incesto) pudo haber sido causante de su condición. Y ese trono, por falta de heredero, pasó a manos de los Borbones, de linaje francés. Su primer rey y, por ende, sucesor de Carlos II fue Felipe V, denominado «El rey loco», al que ahora se le adjudica un posible trastorno bipolar. La Guerra de Sucesión Española fue el presagio de la decadencia.

 


El  presente reportaje pertenece a la 32.ª edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 27 de octubre de 2017.

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