El diario plural del Zulia

Maracaibo borra los testimonios de su origen

Un día, hace más de veinte años, un arquitecto llamado Christopher Alexander –gringo hasta los zapatos– emitía una frase reveladora: Santa Lucía es la verdadera ciudad. Aquí habita el espíritu de Maracaibo. Y es que la carcasa urbana que la sostiene fue concebida para un modo de ser, de vivir y de creer, nacido a instancia de presencias hispanas que, tocadas por la magia del Caribe y del negro africano que le fue siervo, reinaron en los ámbitos coloniales.

Casas apretadas, de vivencia codo a codo, herencia de la cuadrícula romana, de la fortaleza española; casas uniformemente sembradas sobre el terreno, edificaciones engendradas a escala humana; el sentimiento, la relación de cercanía que priva entre sus habitantes; y el contacto íntimo, personal, del hombre con la casa que, aunque unida, fue concebida de manera individual. Los colores, los balaustres, rosetones, romanillas; en un secular intento de refrescamiento; la vida peatonal; las plazas pequeñas, regularmente distribuidas (las de Ojeda, de la Libertad, de la República, Páez, Ana María Campos, Rogelio Illaramendy, del Sol, José Encarnación Serrano). Los espacios públicos comunitarios. El hombre posesionado de ellos, su dueño, su usuario, su administrador. Y el sentimiento de vecindad que pertenece a sus moradores y los emparenta bajo un solo apellido: luciteño.

También conocida como El Empedrao ocupa una superficie de 26,52 hectáreas enmarcadas por tres avenidas principales de Maracaibo: Padilla, hacia el sur; Bellavista, al oeste; 5 de Julio, hacia el norte: Este otro nombre se originó, según Gustavo Ocando Yamarte en su libro Historia del Zulia, de las canteras de “piedra de ojo” que proporcionaba a los alarifes de la Nueva Zamora de Maracaibo para la construcción de templos y edificaciones en la ciudad incipiente.

Arquitectura que sobrevive

Santa Lucía se tiende sobre una duna de unos 12 a 15 metros sobre el nivel del mar, ennoviada con el Lago de Maracaibo, en la esquina noroccidental del estado Zulia, hacia el oeste de Venezuela. Como la misma ciudad que la alberga, esta barriada se asoma a la garganta sur de la Barra lacustre que conecta el Zulia con el Golfo de Venezuela. Es zona aledaña al casco urbano, hacia el norte. Y, de hecho, forma parte de él. Y es el único modelo arquitectónico sobreviviente en la ciudad.

Según investigadores, como los arquitectos Eduardo Pineda Paz y Aquiles Asprino, es uno más de los escenarios urbanos de la capital zuliana, nacidos a partir de la Plaza Mayor y que crecieron hermanados con el quehacer de sus moradores. Artesanos y salineros en El Saladillo, curtidores en Los Haticos; alfareros, caleteros, marinos y pescadores en esta zona.

En sus nacencias, asegura Leyla Cuenca en uno de sus estudios acerca de la evolución urbana de Maracaibo, este asentamiento costanero llegaba de una forma discontinua hasta la Punta de El Empedrao. Allí, se interrumpía por el abrazo de las aguas del Lago con las colinas de brusca pendiente. Y hacia el oeste, el poblado subía por las colinas y escarpaduras por medio de algunos sectores aislados cuyos habitantes se dedicaban al trabajo de la arcilla.

Sobre esta parroquia, reconocida por decreto oficial del 1º de enero de 1845, se han grabado varios decretos de protección: la Junta Nacional Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación, la declaró Zona Histórica con fecha 1º de septiembre de 1993; luego, el 6 de octubre de 1976, mediante el decreto Nº. 3.736, el gobernador Omar Baralt Méndez decidió delimitarla como Zona de Valor Histórico; y el Concejo Municipal del distrito Maracaibo declaró el sector Santa Lucía como Patrimonio Histórico Arquitectónico de la ciudad de Maracaibo el 8 de septiembre de 1992. Más recientemente, El Empedrao fue incluido en el decreto referido a la Zona de Interés Turístico de Maracaibo, como parte que es –y ha sido históricamente– del caso urbano de la ciudad.

El Empedrao se desdibuja

Los alrededores de la ciudad estarían constituidos por hatos y caseríos, citan Eduardo Pineda Paz y Elisa Quijano en La Maracaibo Hispana, y la mayoría de las casas eran todavía de techo de eneas y paredes de bahareque. Y agregan que, según datos suministrados por Agustín Millares Carlo en la selección de documentos del Archivo del Registro Principal de Maracaibo, para los años 1790 y 1836, confirman la existencia de gran número de viviendas con techos de palmas o eneas y paredes de bahareque, ubicadas principalmente hacia la parte oeste de la ciudad (sectores de San Juan de Dios, La Salina, El Saladillo, Comercio, Convento Seráfico) y la nueva extensión urbana: El Empedrao. Esto determina una ciudad que, para finales de siglo, logra constituirse en ciertos sectores o barrios consolidados.

Santa Lucía acuna, silenciosa, las huellas que hablan de los caminos andados, la razón de ser de una ciudad rota. Mientras tanto, sus propios habitantes, la ausencia de políticas de preservación y un aire de esnobismo que arropa nuestras sociedades desde la aparición del petróleo vienen desdibujando su rostro verdadero.

La desidia, el abandono, la desvaloración de la historia propia, ha venido señalando Pineda Paz en sus diversos trabajos sobre el urbanismo en Maracaibo, los procesos de planificación urbana tipo tabula rasa y el desconocimiento histórico, entre otros, han ocasionado la desaparición casi absoluta del tejido, estructuras arquitectónicas y espacios urbanos relevantes en este proceso de consolidación. Sólo algunos elementos de la traza persisten hoy en día que permitirían reconstruir esta historia urbana. En la actualidad, Maracaibo es una ciudad que ha borrado los testimonios de su origen.

 

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El presente reportaje fue una colaboración de la historiadora Marlene Nava, y pertenece a la cuarta edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 2 de septiembre de 2016.

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