El diario plural del Zulia

La Zulianidad que nace en Santa Lucía

«Memo» Castro Pimentel es médico y periodista. Fue el primero de sus hermanos que estudió y se gradúo en una Maracaibo con escasez económica, pero en la que se «practicaba la urbanidad». Añora las retretas en la Plaza Baralt y los paseos por el Malecón, y la comida en coco de su mamá.

Él se llama Pedro Guillermo Castro Pimentel. Como «Castro Pimentel» le conocen en los gremios médico y periodístico; «Memo» le llaman en su familia; y como «Castrico» se refieren a él, con cariño, los conocidos que se encuentra en el hospital, en el banco o en cualquier lugar de Maracaibo. Su perfil académico y su estatus profesional no ensombrecieron su idiosincrasia: los modismos zulianos, los chistes… ni tergiversaron la sonrisa que conjuga con su buen humor.

—Ya estoy listo. Vengo de mi infancia. Ya me tomé mi Cuáquer— dice riéndose «Memo», refiriéndose a la avena de esa marca. Ese fue su plato favorito en desayunos y cenas. —Calientica, recién hecha.
El génesis de su esencia, para él, está en la «Calle de la Múcura», diagonal a la iglesia Santa Lucía, del barrio El Empedrao, parroquia Santa Lucía. Ahí nació y creció junto con sus ocho hermanos. Es el tercero, en orden cronológico; pero parecía el mayor por su actitud ante la vida.

—Yo fui el primero que se graduó de bachiller en el Liceo Udón Pérez. Me gustaba leer, leía mucho. Y la música… la música…
Por ese empuje sin prisa alguna, su papá le permitía salir hasta tarde en la noche. Para entonces, tarde era igual a las 11.00 de la noche. Cuando había una fiesta en el barrio, «Memo» amenizaba las veladas con las melodías de moda: boleros, son…, pues tenía un tocadiscos con un amplio repertorio de elepés. Estas remembranzas le causan una sonrisa, quizás por la picardía encubierta que vivió en su juventud.
Pausa su discurso. Se le ve la sonrisa discreta, a pesar de la media luz. Mira al piso de la sala de su casa en una urbanización al norte de la ciudad.

 

Pedro Guillermo Castro Pimentel es médico oftalmólogo en ejercicio. Tiene 87 años. Egresó en la primera promoción de periodistas de la Universidad del Zulia (LUZ). Les dio el ejemplo a sus hermanos de que sí se podía estudiar, a pesar de la escasez o de las pocas oportunidades.

 

—Pero lo que más añoro son las retretas en la plaza Bolívar. Ahí se encontraba todo el mundo: niños, jóvenes, adultos, de la tercera edad… O viejos—. Se carcajea. —Yo me iba caminando. Atravesaba el Puente Oleary y reventaba, donde comienza El Milagro, y de ahí seguía pa’ la plaza, donde estaban las orquestas—. Los hombres vestían paltó, tirantes y pajilla, mientras que las mujeres llevaban vestidos ajustados a media pierna. Disfrutaban de los valses, danzas, contradanzas y bambucos. Todo instrumental. Conversaban, socializaban.

—Se predicaba y se practicaba mucho la urbanidad. Eso partía de la familia: el respeto, la cortesía, la cordialidad; el ser caballero con las damas. Eso se ha perdido, porque también se ha perdido el sentido de familia, de unidad. La violencia del maracucho, o del zuliano, viene de ahí y todos los factores externos la exacerban—sostiene, con seriedad, mientras hace un gesto de negación con la cabeza.
Los paseos por el Malecón en las tardes domingueras los extraña. Contemplar el Lago, ver las piraguas llegar con mercancía, escuchar el regateo de los compradores y las cantaletas de los comerciantes… eso, lo que era ser zuliano antes de que conectaran la región con el resto del país mediante «El Coloso», puente Rafael Urdaneta.

Estatus sociales
—Los maracuchos se sentían rezagados por el resto del país. Con la misma vara que creían ser medidos, (mal)trataban al resto de los zulianos: por no ser de «la capital», los hacían sentir personas de menor categoría, como si valían menos.
Había discriminación. El pobre era pobre y vivía en el Centro, donde se concentraba la dinámica de la ciudad, y los que tenían dinero por ser comerciantes, mayormente extranjeros, vivían en casonas ubicadas en la avenida Bella Vista, a la altura del centro comercial Villa Inés, donde yacía la Residencia Oficial del Gobernador. Aunque se encontraban en las retretas; en la Catedral o en la Basílica, interactuaban poco estos dos grupos sociales.

—Los maracuchos siempre fuimos «arbolarios» (hacer bulla y formar alboroto al hablar) y esto no le gustaba a la gente de la alta sociedad. Pero a las muchachas sí les gustaba ese prototipo de hombre. Aunque enamorarlas se hacía con mucho respeto: uno se encompinchaba con los amigos para formar las fiestas e invitarlas y luego se les visitaba; se hablaba con los papás para explicarles las intenciones y lo que se les ofrecía a las muchachas. Bueno, por las visitas, muchos muebles se dañaban, porque uno no se movía del mismo sitio—recuerda y se carcajea «Memo».
Y vuelve a Santa Lucía, donde todo comenzó para él.

Cada 14 de diciembre, día en que se celebra esta advocación mariana, visita la iglesia, anda por las callejuelas decoloradas y termina su recorrido donde Jesús Ríos, comiéndose un cepillado.


El presente reportaje pertenece a la décimo cuarta edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 27 de enero de 2016.

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