El diario plural del Zulia

La ‘no realidad’ del hip hop

A lo largo de los años, el rap ha sido una fuente de expresión para quienes lo promueven. Su influencia en la sociedad le ha traído seguidores y detractores; incluso mala fama por no callar ni esconder lo evidente en una sociedad inmersa en la pérdida constante de valores y con criterios muy desiguales.

Un cigarrillo en la mano derecha y un vaso de ron en la mano izquierda. Falta poco para que el show comience y ahí está él, enfocado entre el humo y la amargura del trago. Parece tranquilo, pero la adrenalina corre por toda su sangre. Mientras espera, la gente está en lo suyo: en charlas y el disfrute de la noche. Cada vez queda menos para el inicio de la presentación; la euforia aumenta entre los presentes y solo se escucha la voz de Arcay: «Esta es para ustedes, muchachos». El DJ suelta el beat y la función comienza.

«Tengo metas como todo músico, cantante o compositor: dejar huellas que duren toda la vida. ¿Qué mejor forma de hacerlo que estructurando versos que tengan un sentido real más allá de la calle, armas o drogas? Tenemos la necesidad de expresar algo sublime y de calidad siendo nosotros mismos», comenta Arcay después de ser el foco de atención de los presentes en el toque.

Lejos del conocido estereotipo de drogas, violencia y vida de excesos, la movida del hip hop en la ciudad ha cambiado su paradigma: los raperos intentan ser más introspectivos, más profundos en sus letras. A través de realidades, situaciones y escenarios, los jóvenes talentos germinan sus capacidades artísticas pese a las vicisitudes que se presentan constantemente en sus vidas, como en las del resto. De esa igualdad nace la diferencia.

Reveses del comienzo

En la ciudad que nunca duerme, distante de cualquier buena referencia, un joven de origen jamaiquino comenzaba a gestar la creación de un estilo. Las aterradoras calles del Bronx, manchadas con sangre a causa de la violencia, tenían un momento de diversión gracias al chico que cambió la forma de ver a los DJ de esa época. Con su turntable (giradiscos) y su insaciable técnica de repetición, Clive Campbell, aquel jamaiquino conocido por su alias Kool Herc, había inventado una nueva forma de «pinchar» llamada hip hop.

Las populares fiestas realizadas al aire libre fomentaron la ampliación y conocimiento de este movimiento; junto con esa necesidad de llamar la atención, los DJ comenzaron a contratar alguna clase de «animadores» que emocionaban al público con versos e improvisaciones enrevesadas. Ese discurso rítmico, en ocasiones recitado o cantado, caló bien en los asistentes. Había nacido el rap.

En la piel del beatmaker

La tarde está soleada y las sienes transpiran en esta Maracaibo común y corriente. Antes de entrar a su casa, me recibe con su sonrisa particular; su aspecto es el de un joven actual: camiseta ancha, zapatos Adidas y una gorra. Mientras abre la puerta, me pregunto si de verdad desde acá se puede hacer música. No es una zona precaria; al contrario, parece bien acomodada, muy lejos de mostrar la tormentosa vida de un barrio venezolano. El olor a incienso de vainilla combinado con el humo del cigarrillo cubre el lugar de trabajo de Fernando Portillo, productor y DJ, más conocido como Fersho1625.

—Disculpen si fumo mucho mientras hacemos esto—, comenta sentado en la sala de estar y se ríe.

Fersho1625 siempre estuvo ligado desde temprana edad al hip hop; pasó por el graffiti y el breakdancing (estilo de danza urbana) antes de comprometerse de lleno con la producción de música. Le pregunto sobre la forma en la que este movimiento se sigue viendo en la sociedad y es claro: «Las gran mayoría de las personas asocian la cultura del hip hop con violencia y drogas; si bien es lo común, hay cosas más importantes que eso. Aún falta mucho para que la sociedad desligue esos términos de este estilo de vida.

Los mismos prejuicios te llevan a ser así; esta no es la música que tus padres quisieran que escucharas y tampoco es la que te gustaría escuchar con ellos (se ríe)».

Me sorprenden la cantidad de discos de vinil que tiene; desde alguna melodía clásica de Chopin hasta la música popular del gran Frank Sinatra. Parece increíble que la combinación de populares géneros musicales como el soul o el jazz sirvan como pie a una pieza de hip hop.

—¿Crees que Venezuela ha evolucionado en el hip hop a lo largo de los años?

—Hay una evolución comercial importante. Las fronteras se siguen expandiendo y cada vez vemos más artistas venezolanos representando el hip hop; antes ni podíamos sonar en la radio y ahora todo ha cambiado. Por otra parte, creo que ha involucionado porque les estamos dando al público la visión de que es una vida fácil, llena de excesos y envuelta en el ocio. La música, cuando toma una connotación introspectiva y personal, adquiere mucho más valor.

Seguimos charlando y siento intriga por ver cómo trabaja con su consola, discos y demás «juguetes», como les llama. Finalmente se decide por mostrarme algo. Toma un vinil de música clásica y sus manos empiezan a actuar. «Personalmente, me encanta samplear (tomar muestras de canciones y unirlas con otra pista) con soul», comenta mientras arregla algunos detalles. La fusión de los sonidos resulta ecléctica; repetitiva… que incita a querer seguir escuchando y a mover la cabeza de arriba hacia abajo. Para él, ser rapero o estar inmerso en la cultura urbana no debe estar ligado a tener un estrato social bajo: «A veces me molestan esas etiquetas; ser malandro o pobre no te hace ser más rapero o más underground. Tú pudiste haber tenido la mejor educación, la mejor crianza y aun así dedicarte al hip hop».

Hacer música, crear y mostrar su nivel es su objetivo. Sus vidas, círculos e ideas van de la mano con el hip hop, como una pareja, a la que ni la desgracia más dura logra separar. La sociedad juzga todo el tiempo; vivir apartados de esa realidad suena necio, ilógico y muy ingenuo.

Quizás aún falte tiempo para aceptar el hip hop como música real, sin etiquetas que descalifiquen el trabajo constante que se realiza desde hace mucho. O tal vez haga falta replantearse muchas cosas y volver a los inicios, cuando la consola, el acetato y la lírica eran los protagonistas de la felicidad grupal, sin necesidad de recurrir a la desmedida situación social para llenar de adjetivos sus letras.

 


El  presente reportaje pertenece a la decimoctava edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 31 de marzo de 2017.

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