El diario plural del Zulia

La morada del nombre andaluz

Hay lugares que no sentimos como nuestro porque jamás estuvimos allí. Sin embargo, es imposible asumirse así. El hotel Granada es patrimonio cultural de la ciudad desde finales de los noventa; sus características arquitectónicas son una muestra de la riqueza intelectual que hoy desafía el tiempo y la indiferencia.

El art déco y el art nouveau se esconden entre el escombro y los grafitis viejos que pintan el hotel Granada. El Grandioso hotel Granada del siglo XX.

Todo confabulaba para que un ícono arquitectónico de Maracaibo se levantara en perfecta armonía; simétricamente. Nadie que pase por ahí puede resistirse a echar un vistazo por ese alojo. «Caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar, he venido por última vez», suena apropiado tararear en plena carrera Unión, haciéndole méritos a Carlos Gardel, quien un día se hospedó, según algunos relatos (y su única vez), en una de las 67 habitaciones del Granada, que tenía la capacidad de albergar hasta cien personas.

Unos puños de oro, como los de Joe Louis (boxeador estadounidense conocido como «El Bombardero de Detroit»), también pudieron tocar el esplendor de seis mil metros cuadrados emplazados en una macromanzana que abarcan las avenidas 4, Bella Vista, y 3F, con las calles 84, Unión, y 85, Falcón. Así, también Mario Moreno «Cantinflas», quien no necesita mayor presentación, seseó con su acento mexicano por la recepción del gran hotel.

Después del fin de Juan Vicente Gómez, el boom del petróleo y una ciudad que germinaba como las plantas que crecen hacia arriba, Maracaibo apostaba a convertirse en una modelo para las otras ciudades que veían cómo su liderazgo provenía desde diferentes vertientes.

Durante los años 30, aquellos nacidos en esta tierra, y quienes la adoptaron como suya, florecieron junto con la capital zuliana en la construcción de una sociedad que se adaptaba a una nueva era y, por ende, a la innovación que se palpaba en sus fachadas.

El estilo ecléctico de muchas de ellas, como en el caso del hotel Granada, construyeron a una ciudad que refleja la idiosincrasia de su gente. El art déco y art nouveau también se colaron con sus formas geométricas en esa cimentación.

Los muros y pilares aún sostienen una espigada estructura que a veces se hace invisible entre los esqueletos y obras abandonadas de la ciudad. Quienes la recuerdan «en sus tiempos mozos» describen un vestíbulo lujoso, con una cocina hermosa y un café panorámico, donde se escuchaba jazz, que coincidían en una gran escalera, la cual también podía suplantarse con un ascensor, por cierto, el segundo de la ciudad.

Un vistazo por sus rincones

Entrar al hotel, hace muchos años, suponía encontrarse con cuatro plantas, muebles de origen europeo, piezas de bronce y lámparas de la ciudad del amor, París.

Los hermanos Kristoff administraron hasta 1961, fecha que marcó su cierre definitivo, luego de 26 años de funcionamiento en plena parroquia Santa Lucía y con vista al lago de Maracaibo.

Solo unos cuantos planos y la recreación de algunos habitantes que lograron entrar a esas instalaciones conservan las memorias de quienes ya no están entre los vivos. Y aunque suena nostálgico pensarlo, como los boleros que cantaron las estrellas que alguna vez durmieron bajo su techo y del cielo de Maracaibo, la memoria no es indiferente al tiempo cuando ya no se comparte.

De seguro las maletas de Rocky Marciano, boxeador estadounidense, pudieron parar en el hotel Franklin o el hotel Detroit, pero el Granada fue el escogido. Ese ingenio del belga León Achiel Jerome Höet, ingeniero y también responsable del Teatro Baralt (por mencionar algunas obras), comprendía una serie de características distintas antes de su inauguración (como su famoso bar, típico de los diseños europeos de aquel entonces) o incluso el nombre, llamado en un principio Dely’s Hotel (por estar alquilado a la norteamericana Dely Smith; aunque su propietario era Servio Tulio Faría).

Lo demás es historia. Los cocteles del bar La Casualidad, de un español de apellido Fernández (mejor conocido por ser un barman), eran la invención del momento; posteriormente, se conoció el Lucky Bar, luego llamado El Sótano o simplemente El Huequito.

Todo, cada detalle, siguen las formas de los movimientos mencionados anteriormente. «Granada», tal como se escribe (con sus letras regordetas; al estilo art nouveau, aunque suene osado hacer tal analogía), fue al fin el escogido en honor a la ciudad andaluza.

Sí, ‘Nostalgias’ puede sonar desde ya en la voz de Libertad Lamarque, «La Novia de América», quien fue testigo y parte de ese tumulto que descansó en el hotel.

Entre estrellas, socialite, políticos y dandis, el Granada hizo checkout para siempre cuando apenas existían 60 hoteles y pensiones por estos lares. El tema ‘Nostalgia’ dice: «Llora mi alma de fantoche sola y triste en esta noche, noche negra y sin estrellas... », de las que ahora carece el hotel Granada.

Las calles, desde lo práctico, permiten la circulación de personas y vehículos para que, consecuentemente, se relacionen entre sí; estas también son necesarias para que los individuos adopten conductas y rituales que forjen su identidad. Porque la calle es testigo de los días y las noches de habitantes que viven y hacen esta ciudad.

 


El  presente reportaje pertenece a la trigésima edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 15 de septiembre de 2017.

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