El diario plural del Zulia

La Maracaibo inadvertida que documenta Nubardo Coy

El Centro es el mejor retrato de la ciudad para el falconiano, adoptado por esta «tierra de gracia». Con sus fotos registra el lado crudo y desatendido de la localidad

No se duerme. Esa es la norma en el mercado Las Pulgas, en El Malecón… en todo el Centro de Maracaibo. Nubardo Coy participa en esa vigilia uno que otro sábado. Con su Nikon y un morral a cuestas camina entre la basura, los charcos de aguas negras; los buhoneros, los plataneros, los verduleros, los indigentes, los alcohólicos, las prostitutas, los jíbaros, los niños de la calle. A estos los mira y los vuelve a mirar. Se mantiene callado.

«No me han golpeado, no me han herido, no me han robado la cámara ni nada. Nada. No me han hecho nada. Ellos no se sienten amenazados por mí, a pesar de que les hago fotos y que, además, se dan cuenta», relata Coy.

Cuatro de la mañana es la hora en la que el Coy, como fotógrafo aficionado, se adentra en las entrañas de la ciudad. Para él, a esa hora comienza el día en esta «tierra de gracia».

La espontaneidad. Eso capta él. «Ando con mi lente largo y no necesito estar tan cerca de la persona para atrapar un gesto, una mira, una postura corporal. Eso no siempre lo logro. Hay días o madrugadas en los que no encuentro nada. Y vuelvo al día siguiente, y puede ser que no encuentre nada otra vez. Y regreso otro día hasta que hago la fotografía. Son acciones que no se repiten y que nunca son iguales».

La Plazoleta de la Basílica es un escenario fijo en su bitácora. Ahí hay un «espectáculo triste» y que es recurrente: las adolescentes entre 12 y 14 años embarazadas de los malandros que habitan ahí mismo en la Plazoleta y sus alrededores. «Me les acerco y converso con ellos. Y me los voy ganando. Hasta que me dicen que me siente o que los acompañe a Las Pulgas, para adentro. Poco a pocos los voy conociendo, sabiendo cómo debo tratarlos». Con los ancianos abandonados a su suerte y con los limpiabotas tiene el mismo proceder.

Esta acción la practica Coy desde hace tres años, cuando se tomó en serio su pasatiempo favorito: la fotografía. En ese momento no es artista plástico, ni profesor universitario, ni director de la Escuela de Artes Plásticas Neptalí Rincón, es un ciudadano que vive, sufre y, de cierto modo, se conduele de aquel zuliano o adoptado desamparado en esta tierra.

«Ese es un mundo triste al que la gente le pasa todos los días por un lado y no sabe lo que de verdad está sucediendo. Esa es la verdadera Maracaibo, la que se vive en el corazón, en el Centro».

 

La Maracaibo inadvertida

Si hay un escenario, una circunstancia y unos personajes con los que Coy resume a Maracaibo es con lo más adentro de Las Pulgas, los niños de la calle y los adultos -hombres todos- que les pagan a los menores por recoger la basura, donde los carniceros y verduleros botan los desechos: en la desembocadura de la cañada Morillo a orillas del Lago. Estos pequeños, de no más de 12 años, viven, cocinan, se bañan con esa agua sucia y hedionda.

«De tanto ir y venir y hablarles me conocieron y me permitieron que les hiciera fotos. A un niño lo observé desde que llegó a la orilla del caño. Tenía una cara cuando llegó junto con otros chamitos, otra cuando comenzó a recoger los desechos y otra cuando se le acercó un tipo, al rato, y le pagó por lo que había recogido: restos de carne, de puerco, de pollo; pescuezos… Eso es muy triste, pero más triste es verlos peleando con las garzas de la cañada Morillo».

Uno de sus hermanos le echa broma a Coy, diciéndole que tiene un rancho en el Centro, que no entiende su amor por esa gente. «`Eso es algo que está ahí, inadvertido, que no lo queréis ver como tanta gente. Esa es la verdadera Maracaibo’, le digo».
Para él no hay nada que celebrar el 8 de septiembre.

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 El presente reportaje pertenece a la quinta edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 16 de septiembre de 2016.
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