La «Ciudad del Sur»
«San Francisco queda bajando el puente sobre el lago», adelanta a la conversa Jesús Cano, el cronista por 13 años de la capital del municipio homónimo. Esta aseveración no es una simple obviedad. Es el abreboca idóneo para contar los aconteceres de uno de los asentamientos más influenciados por la elevación de concreto.
El recorrido por la historia y por las calles de San Francisco comienza en la plaza Urdaneta, que data de 1947. Los cepillaos de esta plaza han estado estratégicamente situados en su puesto de madera frente al colegio Gran Mariscal de Ayacucho. Los cachetes rojos y las sienes sudadas de los niños tras los juegos del recreo se calmaban al cruzar la calle y saciarse con el hielo molido y pintado de cola roja. «A nosotros nos daban una locha para pagar el pasaje de la escuela a la casa. La gastábamos en un cepillao y nos íbamos a pie», relata.
Estos helados han traído famosos y gentes de todas las sociedades y regiones del país. Es por eso que el nombre de Urdaneta solo queda para la oficialidad, porque popularmente esta plaza es la de Los Cepillaos, el lugar de los primeros besos, de las discusiones irracionales, de las devociones cristianas, los actos culturales y políticos y donde «Chucho» Cano ofrece sus entrevistas.
San Francisco y sus historias
«Aquí está la historia», se empeña en sostener. Estas caminerías las circundan los devotos que entran a la basílica menor; los compradores y vendedores; los infractores y los buenos conductores en sus vehículos. Detrás, una casa típica azul se destiñe por el sol; esta es un testigo de toda la historia del lugar, incluso del barrio San Luis, donde moran los portadores del mal de San Vito y sus miserias, y de la «playa orillera» que flanquea la zona.
En abril, Chucho Cano cumple 80 años. 80 años en San Francisco, donde se raspó las rodillas manejando bicicleta, se hizo un deportista, se enamoró, cargó a sus hijos y ahora se sienta a ver pasar el día, excepto los domingos, cuando se dedica a hablar de «San Francisco y sus historias» en la 97.7 FM.
Uno de esos relatos se vuelve un «por cierto» en medio de la conversación al contar con los dedos a sus hermanos: Pedro, Albino, Manuel, Amílcar… Manuel, el cuarto de los 11 hermanos Cano, conducía uno de los cinco carros que cayeron al lago mientras cruzaba el puente y la embarcación Esso Maracaibo impactó la estructura.
Él cubría la ruta de Cabimas – Maracaibo de los carritos por puesto de la época. Esa noche, a las 11, regresaba a la Costa Oriental, donde esperaban su esposa y sus cuatro niños.
El cronista nombra al puente y la fábrica de cemento como los elementos que le «dieron vida» a San Francisco. Él trabajaba en el laboratorio de la fábrica cuando se estudiaba el cemento que se usaría en la construcción del puente Rafael Urdaneta.
Los años de trabajo de muchos san franciscanos en el puente quedaron recompensados con una fiesta de ocho días tras la inauguración de esta obra. La celebración fue tan monumental como la estructura, pues para esa ocasión se levantaron puestos de comida, expendios de licores y tocaban gaiteros y orquestas con Armando Molero en la guitarra.
«Con el puente sobre el lago, murieron las piraguas», sin embargo, murieron también por causa del olvido de la memoria histórica. Hubo una que duró cien años, según el cuento de Cano. Estuvo anclada en el malecón y luego la dejaron en un varadero de Los Haticos. Ahí, la piragua «La firma de oro», se hundió. Fue la que en el 2007 llevó la réplica del Cristo Negro de la catedral de Maracaibo hasta Gibraltar.
La memoria histórica del zuliano
«Hay que darle paso al progreso, sí, pero también hay que restaurar las reliquias». Las piraguas y los piragüeros son parte de esas reliquias. Evilasio León, por ejemplo, era un poeta empírico a la vez que trabajaba transportando plátanos desde el Sur del Lago. Escribía las obras de teatro para los niños del colegio Ayacucho. Y era amigo de Udón Pérez.
Los sábados, en la casa de Evilasio, se esperaba la acostumbrada visita del poeta Pérez, quien llegaba ataviado de su traje y su corbata negra. Se quitaba el sombrero y con su compadre Evilasio se ponía a declamar dentro de una casa que ya no existe.
La historia, La zona industrial, los pescadores, y esas orillas del Lago son los aportes de esta «Ciudad del Sur» a la Zulianidad. Así, la alegría, la jocosidad, la inspiración poética y el espíritu emprendedor son los dones inmateriales de los sureños. De hecho, Chucho Cano, ahora cronista emérito, se embarca en el viaje de convertir el colegio Ayacucho en el teatro municipal luego de haber pasado algo más que una vida recogiendo dividive (una leguminosa de la que se obtenía tinta indeleble en esa época) en su niñez con su tía; después de comer cepillados de a locha al salir de la escuela; tras haber trabajado en la fábrica del cemento que construyó el puente sobre el Lago; después de haber perdido un hermano en el accidente del Esso Maracaibo y luego de llevar la réplica del Cristo Negro hasta Gibraltar.
«La Zulianidad surge de sus habitantes», concluye él mismo.
El presente reportaje pertenece a la decimotercera edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 20 de enero de 2017.