El diario plural del Zulia

Historias en el tránsito del Baralt

La observación es el elemento imperceptible del que se nutren siete jóvenes que trabajan como asistentes de sala del teatro Baralt. Pasan inadvertidos para casi todo el mundo, pero están ahí mientras se convierten en lo que quieren ser. Los relatos de estos jóvenes también constituyen esta «joya cultural».

Modosamente se camuflan entre los bordes del anfiteatro para guiar los pasos hasta las butacas. Nunca podrían percibirse los relatos intrapersonales de estos veinteañeros mientras los espectáculos empiezan y terminan en el escenario, ya que prestan su energía a la trascendencia tanto física como esencial del teatro Baralt mientras consolidan su propia historia.

«Quería ser veterinario, pero crecí y se me daban bien los números. Ahora estudio el octavo semestre de Ingeniería Geodésica en LUZ». Kevin Salcedo creía que trabajaría en un ámbito completamente opuesto a su elección profesional, pero el primer día que entró al teatro descubrió la sala baja Sergio Antillano, se prendó de la ingeniería de Manuel de Obando y esa técnica ancestral maya de guardar piezas de cerámica entre los muros, y así evitar la corrosión.

«Yo vivo cerca, pero él —señala con los labios a Kevin— sí vive lejos», y sonríe como suele hacerlo casi todo el tiempo Lucianna Montero, estudiante del tercer año de Derecho en la Universidad del Zulia (LUZ).

«Aquí ganamos mil bolívares por hora y en las nocturnas mil 200». A ella no solían interesarle las expresiones culturales, por lo que había entrado al teatro unas tres veces, pese a que vive diagonal a las torres de El Saladillo. Ahora, añade a la conversación que adelantamos: «Nada más el domingo pasado vi dieciséis agrupaciones de danza».

En cambio, María Finol había estado en el escenario del Baralt antes de estar en la sala. Ella ahora finaliza sus estudios de Artes Escénicas, mención Teatro en la Feda, pero hace un año y dos meses su profesor Régulo Pachano, presidente del CAMLB, le asignó una tarea para la que debía adentrarse en el teatro. Fue cuando pasó del escenario a la sala, sin dejar de ser actriz.

«Trabajo en el mundo en el que me desarrollo, mientras que estoy cerca del público y puedo ver cómo se comporta». Actuó en Medea elemental. Ahora se le hace difícil estar del otro lado y pasar desapercibida luego de esa puesta en escena, pero acepta que ahora es tiempo del anonimato, mientras llega lo que espera.

«En la representación, uno aprecia el público de lejos y lo ve muy distante. Eso no me gusta mucho, porque yo prefiero el teatro de calle como proceso de sensibilización de una comunidad. Así se llama mi tesis. Es la misma la distancia que veo desde el escenario hasta el público que desde el público al escenario. Por eso me gusta más el teatro de calle, porque me interesa que le llegue a las personas. Si hay cultura en los hogares, no hay violencia, como en mi comunidad».

Ella vive en el barrio Cerro Pelao, en la parroquia Cristo de Aranza. Sacó 20 puntos en su tesis. Y una mención publicación. Y la va a publicar.

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El que atropella el ingreso al lugar y escabulle golosinas en los bolsos y sube los pies a las butacas es el público que mayormente va al Baralt. Esas acciones son las que buscan corregir estos jóvenes, al menos dentro de este recinto, ante el fracaso de la educación que debieron recibir en casa.

Afortunadamente, Carlos Brinez trabajó como protocolo en la organización de eventos en Miami antes de llegar al teatro. Allí vivió entre sus 7 y 17 años. Cuando volvió a la ciudad, residía en San Francisco, pero la distancia con el Baralt no era solo geográfica. No lo conocía.

«Trabajo no porque esto pueda tener relación con mi carrera (Estudia Idiomas Modernos en LUZ y Gerencia de Recursos Humanos en la Universidad José Gregorio Hernández), porque otros compañeros sí lo hacen por eso. Yo trabajo aquí porque viví mucho tiempo en el extranjero y no conozco cómo es la cultura del centro de Maracaibo» y, de hecho, se mudó a Gallo Verde.

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El primer día como guardasala, Raisa Rall recibió, heredada, la chemise del uniforme y se enteró de que no se encargaría del protocolo, sino del espacio, en sí. «Debemos cuidarla (la sala). Tiene muchos años». Este 24 de julio arriba a su 134 aniversario.

«Quiero dirigir, quiero producir, quiero escribir. Quiero llevar la cultura de Venezuela al exterior. No sabía que había tanto talento ni que se promovía hasta que entré en este medio (el teatro). Me doy cuenta de que esta es la casa de los talentos».

Raisa estudia Comunicación Social en la Universidad Dr. Rafael Belloso Chacín (Urbe) y Artes Escénicas, mención Audiovisual en la Feda. Durante el Euroscopio 2017, intentaba no desconcentrarse demasiado en su trabajo mientras proyectaban la laureada cinta Niños Salvajes.

«Aquí pasan muchas cosas. Aunque trabajemos y estemos al pendiente de la gente, también estamos disfrutando de lo que pasa en el escenario», es lo que explica Yoselyn Benítez, estudiante de Derecho en LUZ. Ella vio desde la antesala del teatro cómo las madres protestaban en la plaza Bolívar por la llamada de atención a una mujer que alimentaba a su bebé en la sala principal. Hecho que desató una controversia inusitada.

Es que estos muchachos sufren la edificación. Lo cuidan como a un objeto personal. Ver un derrame de líquido sobre la alfombra, los murales o el hojillado en oro es una tragedia para ellos. Este es un monumento nacional que ha tenido dos reparaciones, pero, en estos tiempos, no podría tener una tercera.
«Esta época es muy fuerte. No es la Segunda Guerra Mundial, pero desde 2014 hasta ahorita y quién sabe si hasta más, todo este periodo de tiempo se puede llevar al cine o a la televisión como se hizo con el Holocausto. Una historia sobre el Baralt sería sobre un teatro afectado por la situación que lo llevó a cerrar. Sería una historia muy fuerte, porque ahorita hemos hasta escuchado las bombas de El Saladillo. Hemos tenido bajones de luz por el conflicto en el centro. Hemos visto cómo cambian la guardia del palacio de gobierno. Pero al teatro no lo resguardan», empieza a contar Rall.

Han pasado cinco meses desde su ingreso y todavía no halla algunas butacas y, si alguien del público no hace caso a sus indicaciones, Eucary debe venir a su auxilio.

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Eucary Albornoz fue guardasalas durante 3 años. Ahora es la coordinadora de todos los muchachos, sin embargo, muchas veces retoma esa labor, pues de 20 guardasalas, ahora solo trabajan 9.

Tiene dificultad para buscar reemplazos cuando alguno de los muchachos no puede llegar por vías obstaculizadas o porque se accidentan las unidades de transporte público. Si logran finalmente llegar, lo hacen con las pruebas en la mano de la razón que los retrasó. Eucary así se los exige.

Cuando ella salió de su puesto como guardasala, porque debía hacer sus pasantías, entró su hermana Eudry. Ambas provienen de la escuela de Comunicación Social de LUZ.

Empleo cultural
En 1998, el teatro incorporó la figura de los guardasalas. En principio fueron estudiantes de servicio comunitario de Sociología, pero en 1999 ya el oficio estaba remunerado y contaba con formación en oratoria, expresión corporal, lenguaje de señas, atención al público, inglés e italiano básico.
El empleo está ideado para estudiantes universitarios. Laboran por funciones. Aquí tienen la posibilidad de bañarse y descansar del día que hace afuera de este ambiente cultural. Kevin Salcedo describe su atmósfera como «algo totalmente diferente» para él.

 

 

«Yo era ignorante de todo lo que era el teatro. Al entrar a trabajar aquí, es que empecé a conocer y a ver lo diferente que es todo desde aquí», escudriña Eudry.

Ella espera su acto de grado como periodista audiovisual, pero desde los 15 años es bailarina de Danzas Maracaibo; ese recorrido la ha llevado a ser profesora en esta disciplina. Sin que se lo pregunten, deja saber que entre sus dos carreras, prefiere la danza. Eudry estará en el Baralt hasta este agosto.
Estas hermanas Albornoz han llevado la cultura a su casa, en Altos del Sol Amada. Su hermana menor también es bailarina; otra de ellas se interesa por la producción teatral. Y su madre no se pierde una función de Señoras de Maracaibo.

«Verla a ella en el escenario es una satisfacción como hermana, ella es eso, como siempre le ha gustado —palabrea con los ojos brillantes y con vergüenza mientras tiene al lado a Eudry. «Y es buena, la muchacha, tiene sus atributos». Y la bailarina estalla en risas.

Eucary aún era guardasalas cuando vino al teatro Baralt el Ballet Clásico de Rusia. «Le dieron una entrada y, por supuesto, fui yo quien vino. Pusieron hasta cinta amarilla afuera. Fue increíble. Me veía ahí, así, —recuerda extasiada la más pequeña—. Si les preguntas a los técnicos, ellos te dirán que lo más increíble fue Marcel Marceu, pero el ballet de Rusia fue espectacular. El teatro, definitivamente, debería llegar más a la comunidad», asegura Eudry como certificando que una vez que llegó a ella, le cambió la vida.

 


El  presente reportaje pertenece a la vigesimoquinta edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 21 de julio de 2017.

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