El diario plural del Zulia

Herencias etéreas

Los sáparos, las brujas chupa-sangre, los fuegos voladores, La Chinigua. ¿Alguno de estos nombres le resultan familiares? Seguramente no, o quizá haya escuchado una que otra advertencia de una abuela —o tía abuela— bendiciendo cuanto puede, persignándose y hasta clavando una palma de sábila detrás de la puerta, «no vaya a ser que te traigas pegao un mal espíritu». Lejos de los populares El Silbón, La Sayona, la Ánima Sola o La Llorona, el elenco fantasmagórico de las creencias de antaño se apoya en variados y pintorescos seres sobrenaturales que, cerca, muy cerquita, podrían robarle más que el sueño.

¿Qué hay de esas otras personalidades? Esas que datan de la época de la colonia y con quienes compartimos nuestra venezolanidad, aunque se oculten lejos, en los pueblos del interior y los llanos...

La escritora Mercedes Franco comenta que con la llegada de la electricidad y la televisión a las ciudades, los fantasmas fueron desapareciendo poco a poco de la conversación cotidiana. «Huyeron a los pueblos y cuando la luz los alcanzó, se refugiaron en algún lugar a oscuras, de dónde casi no salen. Pero, a veces, asoman la nariz y tratan de asustarnos», explica en su libro ¡Vuelven los fantasmas! (2002).

Las chupa-sangre

Si se viaja a Güiria, Irapa, Soro u otras localidades del estado Sucre y al contemplar el cielo estrellado se logran distinguir grandes pájaros negros con enormes alas, ¡cuidado!, tal vez se trate de una Bruja Chupa-Sangre que ha puesto el ojo sobre algún niño: su presa favorita. Y si esa misma noche se escuchan unos golpes de pesadas patas sobre el techo, ¡será mejor buscar agua bendita!

O puede que no se vea ni escuche nada, pero una marca morada en el brazo o en la yugular evidenciará la visita y —si no se hace algo para destruir a la Bruja—, la muerte se presentará en pocos días.

Cuentan los pobladores que estas espeluznantes criaturas tienen la habilidad, cual cruel encantamiento, de inducir en un profundo sueño a sus víctimas, y, entonces, ocurre lo inevitable. Pero tranquilos: Es posible identificar a las mujeres pájaro del resto poniendo atención en si no hacen ruido al caminar y fijándose muy bien cuando, al andar por arena de playa, estas entidades no dejen huellas.

Para deshacerse de ellas, hay que bañarlas en agua bendita, o frotar con ajo el cuerpo de la víctima. Y no volverá a ser atacada. «Mucha gente cuelga ristras de ajo y cruces de palmas —de las que bendice el cura el Domingo de Ramos— en su puerta y en la del dormitorio de los niños, como protección contra las Brujas Chupa-Sangre, los más horribles seres de la noche costeña», apunta Franco en su libro.

Oriente y luces de espanto

En las costas orientales de Venezuela, varios seres infunden terror en sus pobladores. Por la isla de Margarita revolotean enérgicas luces de colores; para algunos, son bolas llameantes. Arístides Rojas, escritor e historiador, relata en Capítulos de la historia colonial de Venezuela (1919): «Cuando en las noches obscuras se levantan de las llanuras y pantanos de Barquisimeto y lugares de la costa de Borburata fuegos fatuos, y copos de luz fosfórica vagan y se agitan a los caprichos del viento, los campesinos, al divisar aquellas luces, cuentan a sus hijos ser ellas el alma errante de El Tirano Aguirre, que no encuentra dicha ni reposo sobre la tierra».

El paso del explorador vasco Lope de Aguirre en la búsqueda de El Dorado está manchado de asesinatos y destrucción. Protagonista de una cruenta persecución desde el instante en el que se revela contra la Corona, marcó un antes y un después en la historia de Venezuela. Tanto, que el mismísimo Simón Bolívar catalogó la rebelión de Aguirre como la primera declaración de independencia de una región de América. Siglos después volvería a ser inmortalizado por ilustres escritores como Arturo Uslar Pietri (El camino de El Dorado, 1947), Luis Britto García (El tirano Aguirre, 1976) y Miguel Otero Silva (Lope de Aguirre, príncipe de la libertad, 1979).

«Hasta el día en que muere el Tirano, el habitante de los campos no había huido de los fuegos fatuos», recalca Rojas. El fin de Aguirre se convierte en el tema de todas las familias: «Y la imaginación enferma fue contagiando a los espíritus despreocupados; y el alma del Tirano pobló todos los sitios, engendrando, al anochecer, sustos, temores, pavor».

Si usted no es sorprendido por llamaradas, no se descuide. Igual podría ser asaltado por un espectro femenino. Los pescadores que irrespetan y contaminan la fauna marina y a la Virgen del Valle, son visitados por una deslumbrante mujer vestida al estilo de mantuanas de la época colonial. Grande es el horror de los incautos hombres cuando descubren chirriantes huesos debajo del manto al compás de una macabra carcajada. No obstante, no se alivie mucho si no tiene cuentas pendientes con la Pachamama. La Chinigua también se divierte asustando a gente de bien.

Para la antropóloga y profesora Nelly García Gavidia, los mitos guardan un trasfondo, y en el caso de Venezuela, comparten un común cosmogónico: «Deben considerarse tanto por lo que dicen como por lo que no dicen. Nosotros, como sociedad criolla, nacimos en un lugar de muerte, bajo conquista». Lo que explicaría la difusión de personajes como Aguirre o La Chinigua.

¿Vivo folclore?

Los mitos, entendidos como historias ficticias, deben permanecer en la memoria colectiva con el valor histórico propio. Reunirnos o reconectarnos en pro —como es el caso de los Momoyes de los Andes y La Chinigua—, de cuidar el medio ambiente, pero entendiendo la diferencia entre la fantasía y la realidad.
Una buena echaíta de bendición; una ramita de sábila detrás de la puerta; un listón rojo escarlata amarrado en la muñeca; un silbido que se escucha detrás de la oreja... —¡y mejor que sea así!— hacen que en el rumbo normal, acelerado, innovador, irreverente y brillante del 2018 todavía se guarde este amplio compendio de creencias populares, pues muchos de esos seres espectrales se niegan a perecer e intentan permanecer en los pliegues más oscuros de nuestra imaginación.

 

 

Los Sáporos
En el fondo de pozos, lagunas y jagüeyes se encuentra el reino de Los Sáparos; hombres-sapos con rostro humano y cuerpo de batracio. Se les ha visto apenas curiosear las tierras de nuestro mundo pues nos temen, pero a veces se asoman «a las ventanas de las casas, o acercar sus ojos asombrados a las curiaras y canoas».
Cuentan que una mujer fue a bañarse en un manantial al sur de Monagas, cuando la sorprendió un sonriente sáporo de larga barba. Por supuesto, ¡casi muere del susto!, y más nunca se asomó ni a una piscina.

 

 

 


 

El presente reportaje pertenece a 37.ª edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 13 de abril de 2018

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