El diario plural del Zulia

¿Dónde está Don Alfredo?

Corría el año 1963 en una Caracas dominada por las revueltas sociales y los enfrentamientos entre manifestantes y Gobierno. Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela en ese entonces, pasaba por un constante «tira y afloja» con algunos partidos políticos de izquierda y guerrillas formadas por aquella época. Eran momentos duros y con una elección presidencial a la vista; sin embargo, como en muchos casos, la vida sigue su rumbo.

En el mes de agosto de ese mismo año, la capital venezolana es elegida como sede de la entonces Pequeña Copa del Mundo de Clubes, en la que participaban grandes equipos de Europa y Sudamérica. El estadio Olímpico de la UCV albergó el evento en el que figuraban equipos como el Oporto de Portugal y São Paulo de Brasil.

Esta iba a ser una edición marcada por un hecho que paralizaría el mundo del deporte por 56 horas: el secuestro de Alfredo Di Stéfano, estrella del Real Madrid y el mejor jugador en esa década, por parte de las FANL (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional).

El ambiente en días previos presagiaba preocupación; las revueltas en las calles caraqueñas no ayudaban y la sensación de que algo malo podía suceder era latente. El viernes 23 de agosto, el Olímpico se vestía de gala para el segundo encuentro del Real Madrid; esta vez era contra São Paulo. Su primer partido lo había ganado 2-1 al Oporto, aunque con la desgracia de que Alfredo sufrió un pequeño percance con su espalda; no parecía ser nada importante. Ya el juego contra los brasileros fue raro, fuera de lo común: en el entretiempo, los equipos tuvieron que dejar la cancha por culpa de unos disparos que se produjeron en las inmediaciones del recinto; incluso, retrasaron unos 45 minutos su salida a la segunda mitad. Los problemas de espalda no le permitieron a Di Stéfano poder participar. ¿El resultado? Derrota 2-1 del Madrid.

El cautiverio de La Saeta

Prestigio y lujo son los dos adjetivos que definen a la perfección al hotel Potomac. Allí se hospeda el equipo «Merengue», pentacampeón del fútbol europeo y poseedor de jugadores de talla mundial como Puskás, Santamaría, Amancio, Zoco, Gento y Di Stéfano. Después de la derrota del viernes, el Madrid vuelve a su concentración en su guarida ubicada en San Bernardino. Es sábado 24 de agosto y Alfredo recibe una llamada muy temprano. Al principio cree que es una broma de sus compañeros por la hora, pero luego se da cuenta de que es el conserje del hotel. Le pide que baje un momento, que unos policías necesitan hacerle algunas preguntas; distendido, casi en tono jocoso, Di Stéfano le contesta: «Si quieren hablar, que suban ellos». El uruguayo José Santamaría es su compañero de cuarto y es quien recibe a los policías; ellos alegan que hay una denuncia de estupefacientes y necesitan la declaración de Alfredo.

Santamaría, con cara de no entender nada, les dice: «Nosotros venimos a jugar al fútbol, no venimos a drogarnos». Ya no había forma de oponerse a la visita; la pinta de los oficiales, con esposas y placas en sus cinturas, elimina cualquier duda de los jugadores; el argentino decide acompañarlos. Ya en la parte baja del hotel, los raptores le confiesan a Di Stéfano la verdad: todo se trata de un secuestro. Sus compañeros están al margen de lo sucedido, nadie sabe dónde está Alfredo. La noticia se esparce por todos los medios; las afueras del hotel están abarrotadas de gente que quiere saber el paradero de la estrella del fútbol.

La situación es tensa; cientos de policías rodean el hotel y el equipo entero está resguardado. No es para menos. Si pasó con Di Stéfano, ¿por qué no podría sucederle al resto? La plantilla quiere volver a Madrid, pero Santiago Bernabéu, presidente del club, es claro: “Hay que quedarse ahí hasta que Di Stéfano esté libre”. Los rumores y las especulaciones están a la orden del día: se habla de la muerte de Alfredo. Sin embargo, él está bien. Un pequeño apartamento en el centro de Caracas es su aposento. La intención de escapar por la ventana está latente, pero el miedo a la muerte gana su partido.

Calles llenas de militares y policías por doquier; los guerrilleros toman una decisión porque ya alcanzaron su objetivo: van a liberar a Di Stéfano. Finalmente, lo liberan cerca de la embajada de España; Alfredo se lanza del auto, se esconde detrás de un árbol por un tiempo prolongado y luego cruza la calle para tomar un taxi hasta la embajada. Al llegar, lee un cartel que indica el horario laboral: «Abierto de 10:00 a. m. a 2:00 p. m.». Mira su reloj y se da cuenta de que son las 2:10 p. m. Un matrimonio está a cargo del edificio cuando no hay nadie; cuando abre la puerta, la mujer que le reconoce se echa a llorar y le hace pasar. Ahí aprovecha para llamar al equipo, comunicarse con sus padres, esposa e hijos.

La función debe continuar

En la mente de Di Stéfano solo está volver a casa, pero aún está lejos de concretar ese deseo. Bernabéu es un hombre firme, de la vieja usanza, que poco se amilana ante cualquier difícil episodio por muy trágico que sea: quiere que Alfredo juegue el martes el último partido contra São Paulo, que demuestre que al Madrid no lo amedrenta nada ni nadie.

Después de un secuestro de casi tres días, el mejor jugador del Real Madrid se calza los botines y sale a la cancha con el 9 a su espalda. El estadio completo le ovaciona; su leyenda se agiganta más. Se le ve lento en la cancha, se nota que esos días de mal comer y dormir le están pasando factura. El encuentro termina 0-0 y São Paulo queda campeón del torneo. El jueves es el día del retorno a la capital española; junto a sus compañeros se embarca en el vuelo, no sin antes darse cuenta de que su pesadilla estaba cerca en todo momento: uno de los policías que lo escolta es uno de sus secuestradores. Atónito, decide callar y terminar de una vez esta travesía que empañó por unos días su vida, pero que acrecentó más la leyenda de la valentía y heroísmo de «La Saeta Rubia».

Estrella fuera de las canchas

Además de ganar el Balón de Oro en dos ocasiones (1957 y 1959), Alfredo Di Stéfano participó en muchos comerciales y películas de la época; su aspecto de gentleman en toda norma era un atractivo que ningún director desechaba.

 


El  presente relato pertenece a la trigésima edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 29 de septiembre de 2017.

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