El diario plural del Zulia

“Que la sangre de Paúl sirva para fertilizar a Venezuela”

La mamá de Paúl abraza ahora a Carlos.

Marlene Camacho tiene dos hijos. Paúl y Carlos. El primero, periodista, y el segundo, un estudiante de quinto año de Medicina en la Universidad del Zulia, que hace dos semanas salvaba a niños y ancianos en una manifestación en Padilla.

Paúl René Moreno tenía seis años cuando llegó la Revolución al poder. “Seis”, gritó la euforia de un señor que en la capilla La Candelaria nunca bajó la bandera. Era un niño en 1998 y ahora, un héroe.

Un héroe, afirmó todo aquel que ayer fue a despedirlo en San Jacinto. La ceremonia fue multitudinaria. Miembros de los Boy Scouts se formaron frente a la urna del muchacho de 24 años. Sus compañeros de la Cruz Verde hicieron guardias de honor.

Y en todo momento la mamá de Paúl abrazó a Carlos.

Carlos le acariciaba el rostro. Y, como efecto dominó, su esposa, María Pilar Camacho, le acariciaba a él. Paúl es un héroe, coreaban los presentes y la señora decía sí con la cabeza y con ojos cerrados, abatidos.

A Paúl lo atropellaron el miércoles en la avenida Fuerzas Armadas. En la isla del medio, donde hoy hay un árbol que plantaron ayer en su honor, luego de la concentración en Delicias Norte.

La noticia de su muerte —la primera en Zulia en el contexto de las protestas nacionales— ha tenido trascendencia internacional. Un héroe, en efecto, pero para Carlos es su hermanito menor, la luz de sus ojos. Y para sus padres, el consentido.

Sepelio concurrido

Tras una ceremonia religiosa en la iglesia del sector, Marlene Camacho salió dando pasos cortos y en brazos de su hijo mayor. Que sus ojos estuvieran mirando el suelo explica los círculos de agua a sus pies. Ahora, la familia traía a una madre incapaz de continuar, una señora que minutos antes había salido de la funeraria cantando el himno nacional y ondeando el tricolor patrio.

Por un momento no pudo avanzar. Tuvieron que decirle cálmate para que puedas ir al cementerio. Carlos se presionaba las manos en la cara mientras su padre le abrazaba. Por diez segundos, nadie supo a dónde ir.

Las personas que caminaron desde dos puntos de Maracaibo en la marcha sabatina desviaron su destino. Se agruparon afuera del cementerio. El Redondo y decían una y otra vez Paúl, hermano, tu muerte no fue en vano. Nadie se quedó sin llorar. Ni los hombres.

Al camposanto entraron familiares y amigos. Era tanta la gente que fue imposible albergarla. Su madre tomó un megáfonono y expresó ahora todos ustedes son mis hijos. Respiraba como un bebé cuando llora profundo.

El estudiante de Medicina pasó a ser médico ilustre. LUZ le dio el título post mortem. La Corte de Honor Nacional de Boy Scouts le otorgó la medalla de San Jorge. Entre tantas distinciones, resalta una: Las palabras que Carlos enunció antes de que la arena cayera en el féretro:

—Aún recuerdo los dolores de parto de mi madre ese 21 de septiembre. Tenía 12 años y la enfermera me abrió la puerta del retén para ver a mi hermano (...) Desde entonces, se convirtió en mi consentido (...) Nos partieron el alma, pero estamos orgullosos de Paúl René (...) Que la sangre de Paúl sirva para fertilizar a Venezuela—.

En la memoria histórica queda la imagen de un muchacho que hace dos semanas rescataba a niños y abuelos. Cada quien en su frente, como le escribió Carlos esa mañana cuando lo vio, a siete mil kilómetros de distancia, corriendo por Padilla.

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