El diario plural del Zulia

Los escuderos espirituales del hampa

Guarataro, una barriada atestada de zinc, varas y bloques al oeste de Catia, en la Gran Caracas, vio nacer hace 84 años al hombre cuyo espíritu es hoy escudo protector entre la policía y el hampa común de Venezuela. “Yo soy Ismael Sánchez Sánchez —golpea fuerte con su mano derecha, empuñada, el lado izquierdo de su pecho—. Fui malandro marihuanero, más no cabrón”, esboza fuerte y claro seguido de una explosión de carcajadas maquiavélicas, José Alexánder Morán, quien presta su cuerpo para que el espíritu del que fue uno de los más famosos delincuentes de la capital del país vuelva a la tierra.

Se estremece como una culebra. Popularmente conocido como “El Chamo Ismael”, la deidad perteneciente a la Corte Malandra, absorbe creyentes. Su veneración es una dependencia de lo que se considera “la criolla santísima trinidad”, paralela a la católica, compuesta por María Lionza, el Negro Felipe y el indio Guaicaipuro: Las tres potencias. El culto es un híbrido entre la doctrina religiosa cristiana y las creencias derivadas del encuentro cultural africano, español e indígena, que surgió durante la colonización afinales del siglo XV.

Lleva lentes negros y una gorra. Su carácter es imponente. Algunos lo asemejan con un “Robin Hood criollo”, con suspicacia e imponencia en el hablar. Nombrarlo en una sede de cualquier cuerpo de seguridad policial es sinónimo de repudio. Protege a los malandros con más ahínco y popularidad que cualquiera de las 33 deidades que componen la también denominada Corte Calé. “Los delincuentes usan contras que los protegen. No son amigos nuestros”, asegura un sabueso del Cicpc. La mayoría de los funcionarios los desprecian, desacreditan y hasta odian por considerarlo “falsos dioses, o ángeles protectores” de sus némesis.

Algunos hampones sienten que bajo el amparo de Ismael las balas repelen sus cuerpos. El prontuario policial de Orlando Hernández resalta el robo a mano armada y homicidio calificado en 2015. El 3 de diciembre del año pasado, el antisocial salió a celebrar su cumpleaños sin la contra de protección que rodeaba su cintura desde hacía siete años. Ese día, agentes de la Policía Científica le dieron captura. Hernández entregó su devoción a “El Chamo Ismael” desde una tarde que, a través del cuerpo de un amigo, el santo le recomendó no hacer un trabajo. “Yo de terco me fui pa’ esa vuelta porque iba a dar mucha plata. Y me dieron un tiro en una costilla que casi me mata”.

Son las 2:37 de la tarde, al norte de Maracaibo, entre mangles y desechos, en una casucha en Santa Rosa de Agua, Ismael se presenta. José solo viste una bermuda deportiva roja y está descalzo. Camina en círculos cuatro veces dentro de una pequeña habitación. Las paredes tienen pintado un cielo azul y dos palmas verdes que rodean la imagen de la Virgen de Chiquinquirá. A un metro del suelo, un mesón bordea el cuarto. Arriba y abajo de él se encuentran más de 30 guras de cera, todas pertenecientes a las 21 Cortes que existen en el mundo espiritual venezolano. En la esquina inferior izquierda reposa la imagen de Ismael. Lo rodea Isabelita y otros seis compinches de la Corte. Tres lentes de sol, una vela blanca, una vieja botella de cerveza medio vacía y algunas imágenes de jóvenes están sobre el piso: ofrendas de los devotos.

José, mejor conocido como “Tirry” consume rápido el cigarrillo. Su esposa, El Banco, es decir, quien media con el espíritu para proteger al cuerpo, aspira, bota el humo y apunta el tabaco a la espalda de José realizando movimientos circulares con la mano. El brujo eleva sus manos en dirección al cielo y canta el himno chiquinquireño. Dos minutos después se queda parado, inerte, erguido. Contorsiona su cuerpo hacia los lados. Sus huesos crujen. Se inclina hacia delante. Dos veces escupe sangre. Gruñe, gime y vuelve a escupir. El Banco le coloca los lentes de sol y una gorra naranja. José, ahora Ismael, ríe estridente, se lleva el cigarrillo a la boca, aspira con fuerza, desecha el humo y de inmediato lo vuelve a inhalar. Su pecho se infla, separa las piernas y se queda fijo. “Unas guenas taldes”, expulsa con acento caraqueño. El mismo cuerpo, pero el tono de voz es otro. Ahora se para un poco inclinadoa la derecha, y los dedos de sus pies se abren y cierran sobre la arena amarilla que está en el piso de la habitación.

Rodeado de balas, drogas, cigarros y alcohol creció el que luego se convertiría en uno de los espíritus más venerados en Venezuela. El 26 de noviembre de 1971, tres días después de su cumpleaños, una batalla por dominio de zonas y problemas de faldas selló el destino del que en vida fue tildado “El terror de Guarataro”, por sus hazañas delictivas. A los 6 años sufrió el abandono de su madre, dejó la escuela en cuatro grado. No aprendió a leer ni a escribir. Pero sí asimiló cómo empuñar un “hierro” (arma de fuego). Aunque nunca manchó sus manos de sangre, tenían al menos unos 30 hombres a su cargo que más de una vez desataron sus balas contra vidas inocentes, así lo afirma, cuando aún tiene dominio de su cuerpo, “Tirry”, quien ha dedicado 26 años de su vida a la santería y al espiritismo.

“Criollo Robin Hood”

El sol, imponente, choca fuerte contra las láminas de zing del techo de la vivienda, antes de llegar a las 3:00 p. m. el cuerpo de “Tirry” ya expulsaba a cántaros sudoración, como el torrente de un río se paseaban las gotas por su abdomen. “Que calor pana, en Caracas la cosa no es así”, se queja. La deidad explica cómo ocurrió su muerte: “Yo tuve muchos vaporones con “El Chamo Leo”, “El Pavo Freddy” y “Ratón”. Este último era yunta mía, pero se abrió y consiguió otro barrio polque yo le entrompé a su chica (Elizabeth). Después de tres días de rumba, jeva, droga, alcohol y otros betas que no puedo contal porque aquí esta la purecita —señala la imagen de la virgen— yo pasé por el barrio que era zona de ellos, y ahí me aprovecharon. Yo estaba muy droga’o, taba manejando mi moto en modo automático. Me entromparon unos cuantos a punta de puñal y plomo, me mataron”.

Ismael lleva unos 10 minutos elocuente. Los huesos de “Tirry” no han parado de crujir. “Peldona ahí, es que este brother que me prestó el cuelpo, a parte de feo, es chiquito, yo media 1.80 y era blanco fornido. Qué se hace, es lo que hay”. Recuerda su muerte como el inicio de su reivindicación. En su momento, aunque causó muchos estragos, fue considerado una especie de “criollo Robin Hood”, porque robaba al rico para ayudar al pobre. Según sus devotos, el culto no se limita a socorrer a los hampones. Como un consejero para que los jóvenes dejen el camino de la delincuencia, y un protector de quien desea resguardarse a si mismo, a sus bienes y negocios, lo describe Lupe, propietaria de una casa astrológica ubicada en Las Pulgas, y el creyente de los milagros de “El Chamo Ismael” desde hace cuatro años.

La comerciante tiene un altar al fondo de su negocio. En un pequeño cubículo reposa la imagen de Ismael. De pie, con lentes de sol, camisa de vestir roja, y pantalón y gorra amarilla se aprecia la gura. A la altura de la cintura lleva un revolver, sobre su pecho, de lado izquierdo, una hoja de planta de marihuana. Ataviado, como le gustaba transitar en vida. El azul y el verde también eran de sus tonalidades favoritas. Alrededor de la imagen de cera nunca faltan los re ejos de luz de las velas, y restos de las que ya se desgastaron. Lupe las enciende en honor a su devoción. A diario, al abrir su negocio, puntual a las 8:00 de la mañana, besa la frente del “santo” en señal de agradecimiento. “Mi hijo (Luis Antonio Mavares) estaba en drogas, robaba y otras cosas malas. Yo se lo encomendé y él me lo salvo al 100 %. Ya hace un año y medio que montó su propio negocio —una perfumería ubicada en el Centro Comercial La Redoma, en el Centro de la ciudad—. Eso fue un regalo de Ismael para mi hijo. Él se lo reveló a Luis en un sueño”.

Angélica, santera y espiritista universal desde hace más de 30 años, como valor agregado cali ca los milagros de esta deidad como las acciones de un justiciero. “Él le da consejos a la gente para que dejen hacer el mal, sino hacen caso se los lleva. Él siempre busca el bien y la justicia”, puntualizó. Además, brinda consuelo y soluciones para los familiares de personas vinculadas con vicios, problemas de conductas o mujeres maltratadas.

 La segunda oportunidad

En menos de dos horas “El Chamo Ismael” ya había consumido ocho cigarrillos, dos los apagó rozándolo contra la piel del “Tirry”, quien al finalizar no tiene ninguna cicatriz en consecuencia. Ha escupido unas 15 veces durante la sesión y solicitó en dos oportunidades un palo de ron y una curda (Cerveza). Son las peticiones que frecuenta el espíritu, quien sin escatimar, revela sin tapujos sus preferencias por el ritmo de las salsas de Héctor Lavoe o Maelo Ruiz. Algunas veces incluso está dispuesto a inhalar marihuana.

Ante la ausencia del licor, acepta un vaso de agua, para hidratar el cuerpo prestado y continua: “Pa’ explica’te cómo me morí. Cuando me emboscaron yo intenté curviar y me caí de mi moto. “Ratón” me pretendía matar ahí, pero yo me levanté y le dije que yo me quería morir como un malandro. Así que nos dieron unos chuzos, el de él era más grande y loso —dos en las costillas, una en el brazo y dos más en la espalda, me dio el que fue yunta mío—. Quedé en el piso. Ellos pensaron que yo solo tenía un hierro, mi arma de fuego favorita, un revólver italiano calibre 32, de cacha blanca. Me la quitaron cuando me revisaron. Pero saqué un niple (*) que yo mismo hice, lo tenía escondí’o aquí —golpea fuerte el costado de su pierna derecha, a la altura de la batata—, y le disparé una bala calibre 22 en to’a la frente”. Múltiples impactos de bala perforaron su cuerpo. Los proyectiles llegaban en todas las direcciones. Un profundo frío embargó su cuerpo, que de a poco sucumbía ante la muerte.

“Desperté en un hospital. Todo el sitio era blanco. Solo estaba yo, otra dama y la purecita. Ella me dijo que haría en mi muerte lo que no hice en vida, y me ordenó tocar el abdomen de aquella señora mayor que estaba a su costado. La mujer no podía ver a la pure, pero a mí si. Yo en su vientre vi unos tumores. Muchas pelotas negras dentro de ella. Pa´hablate claro, le puse las manos en el estómago y eso se desapareció. Ella estaba muy agradecida, yo me alejé y nunca la volví a ver”.

Paulatinamente, los mitos, leyendas e historias que rodean al “santo” fueron creciendo. Hoy en día es venerado en todos los rincones del país. Un altar hay en su nombre, en una tumba del cementerio General del Sur, en Caracas, millones de creyentes acuden a diario para llevar ofrendas y pagar promesas. Aunque para muchos, los restos de Ismael no están en el mismo sitio, sino a unos kilómetros. Para el propio Ismael, su cuerpo fue exhumado por sus compinches, quienes lo volvieron a enterrar en un barrio de la capital. Porque así fue su voluntad en vida.

 

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