El diario plural del Zulia

En la mente del “Lobo”

Juan Carlos Sánchez se autobautizó como “El Lobo feroz”, pero su disfraz lo escondía bajo la piel de una oveja indefensa

La psiquis de Juan Carlos Sánchez Latorre es un laberinto encriptado. Se divide en departamentos para trabajar la imagen de “Lobo feroz” que oculta bajo la piel de una oveja. Opera desde las sombras captando las “presas más jugosas” para surtir de material al director de una red de pornografía infantil internacional que tiene sus raíces en México.

Juan Carlos no es el reflejo de lo que oculta su mente. Es meticuloso, calculador, preciso... cruel. Lo estaban rastreando desde Colombia por violar al menos 500 menores de edad. Por fuera es un disfraz.

Camina lento y encorvado. Es flacucho y viste ropa ancha: un bohemio pantalón dril acompañado de un suéter. Maneja una configuración de expresiones faciales que combinadas con el lunar negro que está sobre el lado izquierdo de su mentón, el peinado de cabello aplacado tumbado hacia delante y las grandes gafas de mucho aumento, transmite pasividad, relata el exempleado de un centro comercial que el pedófilo frecuentaba en Barranquilla-Colombia, quien prefirió no identificarse.

Maestro del camuflaje

“El violador es un maestro del disfraz. Nadie va a saber nunca lo que en realidad es”, asegura la socióloga Auri González. La afirmación la hace en términos generales, como una condición común en los desadaptados sociales que incurren en delitos de esta índole. Tienden a ser sumisos, amigables y observadores. Pueden tener hasta cuatro personajes, explica la mujer con 6 años de labor en el Departamento de Violencia de Género del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalíticas (Cicpc).

“El Lobo feroz” prefiere su unilateral fachada de cordero, que desde el 2008, cuando se le vinculó por primera vez en un caso de abuso sexual, del que logró salir absuelto por “falta de términos”, le ha funcionado. En ese entonces violó a un joven de 14 años.

La especialista en conducta humana añade que los pederastas son selectivos con sus víctimas. Manejan un a perfil fisionómico, pero las del colombiano no estaban adaptadas a sus gustos, de acuerdo con la investigación de la Dirección de Investigación Criminal e Interpol (Dijin) de Colombia.

Como en los cuentos infantiles, el lobo que acosa a la pequeña de la capa roja representa al mismo personaje que cazaba a los tres cerditos. Sánchez Latorre soplaba para crear capas de humo que confundieran a sus carnadas. Estudiaba a sus víctimas, primero hacía un casting. Acudía a los salones de videojuegos y las fotografiaba en su hábitat. Las imágenes se las enviaba al mexicano Héctor Manuel Farías López, alias “Antonhy”. Él, con cinco documentos de identidad falsos, era quien seleccionaba. Cuando el álbum estaba listo el depredador embestía.

“Quédate tranquilo. Toma este dulce, toma dinero. Esto es rico, te va a gustar. Jugaremos todos los días”, esas son las frases recurrentes de un pederasta, reseña González, y continúa: “Engañar a un niño es muy fácil y para el violador no existen diferencias por condiciones de género. El objetivo es disfrutar del placer de infringir dolor”. Los acertijos mentales de “El Lobo feroz” así funcionaban, según los testimonios de sus víctimas. Persuasión, entre 2.000 y 5.000 pesos les ofrecía a los menores. Si esta coartada no era fructífera, la otra personalidad emergía. Amenazas de muerte con arma blanca a familiares, era la promesa.

“Se lo llevó engañado para un motel en el Paseo Bolívar. Le dijo que le iba a comprar juguetes”, relató la madre de un joven abusado por Sánchez a un medio colombiano.

Juan Carlos conocía sus fuertes. Amaba los videojuegos, así que era sencillo entablar una conversación de interés con los menores. Sus presas eran generalmente niños de la calle, pero no se limitaba.

Cuando lo atraparon incautaron material audiovisual de 276 niños, entre los dos y 14 años, que fueron abusados, y los chats que mantenía con el mexicano que le pagaba entre 100 y 400 dólares por presa.

“Estimado, Lobo feroz”, así empezaba cada conversación. Los comentarios eran desinhibidos. Hablar sin tapujos de cuánto sufrió el pequeño los extasiaba. El placer sexual casi quedaba de lado en las interacciones. Las víctimas eran solo dígitos y dividendos. Los identificaban por números y precio a pagar. Cada video duraba de dos a cinco minutos de tortura.

La cacería empezó cuando la Policía Cibernética de México atrapó a “Antonhy” en julio de 2007. En ese momento le encontraron unos 26 emails con información encriptada, entre los que apareció uno identificado como [email protected]. Ese pertenecía a Sánchez, junto con otras 30 direcciones electrónicas que también coincidían con la ubicación del barranquillero. Pero “El Lobo feroz” fue más astuto. Desapareció y borró sus huellas, hasta que lo atraparon en Cumbres de Maracaibo.

La socióloga apunta otro valor al diagnóstico. La excusa recurrente, después de la negación, es la justificación por presencia demoníaca. El victimario generalmente fue víctima en su infancia. La crianza y cultura machista inciden. “Si un padre abusa de su hija es porque la desea con él y no con otro hombre. Les ponen título de propiedad”.

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