El diario plural del Zulia

Venezolanos apelan a pellejos y huesos para alimentarse

El carapacho o caparazón, que es como en Venezuela se le conoce a la carcasa del pollo, dejó de destinarse para alimentar a los perros.

Luis Leal, carnicero con más de 30 años, muestra el esqueleto del ave cubierto con muy poca carne y bastante pellejo. “Aquí vendo higaditos y caparazón de pollo, riñones, pajarilla, bofe. La gente se lleva la pata de res y me han echado los cuentos que la pelan bien y le sacan la carne blandita. Antes me preocupaba por tener carne en todas sus presentaciones pero ahora me abastezco de patas de pollo y me vuelan”.

Los más pobres sobreviven con harina, arroz, hortalizas y tubérculos. Tener carne, pollo, pescado y leche es considerado un lujo. La Encuesta sobre Condiciones de Vida de finales de 2016 reveló que 72,7 % de la población perdió ocho kilos de peso en el último año. El precio del kilo de carne de primera representa seis días de trabajo para una persona que gana salario mínimo. El 86,3 % de los consultados aseguraron que ingieren dos o menos comidas al día.

Víctor Álvarez, exministro de Industrias Básicas y Minería, considera que el poder adquisitivo del venezolano se erosionó, por tal razón, las familias se reinventan a la hora de comprar, reemplazando lo que habitualmente adquirían, por artículos de menor calidad nutritiva para resolver. “La gente cambia el jamón por mortadela y la carne por patas de pollo. Su capacidad de compra no cubre sus necesidades. Todos están arropándose hasta donde llegue la cobija”.

Con un periódico viejo, en la carnicería, un comprador que pre ere no ser identificado, cuenta que compra una bolsa de desechos, en un local reconocido de pollo a la brasa, en Maracaibo. “Trato de no comerme los huesos, solo separo la poca piel y carne que le queda y la voy juntando hasta hacer una buena cantidad de pollo desmechado. El cuerito de pollo asado es divino, viene hasta tostadito”. Hace tres años estas bolsas de desechos de pollo eran comida para perros domésticos.

Conchas para sobrevivir

Enrique Castro es un trabajador jubilado que cambió la carne por pellejos de pollo. “Vendeme 300 bolívares de cueros que me están esperando en la casa pa’ hacer el almuerzo”, le dice en voz baja a su carnicero. En los barrios se come de todo: la concha de los plátanos se hierve y se despedaza en tiras. Las madres les echan condimentos y verduras y las preparan como si fuera carne desmechada.

En diciembre de 2016, Égno Chávez, sociólogo y encuestador de LUZ, encabezó un estudio que revela que 53 % de la población del Zulia destaca el alto impacto de la crisis económica en la alimentación de su familia. Al detalle, explica que 66,1 % de los zulianos invierte lo que gana solo en comida, y que esto no cubre la alimentación completa. El restante 33,9 % es para costear gastos como: colegio, medicinas, luz eléctrica, agua, teléfono, Internet, vestido, entre otros. 

En un envase transparente, Roberto Gómez, nombre ficticio de un ingeniero en Sistema, que pidió no ser identificado con su nombre real, cuenta que compra dos empanadas de carne desmechada por 1.000 bolívares. Una de ellas es su desayuno, mientras que la otra es para el almuerzo. Una pequeña porción de pasta sin color, sin verduras, sin ningún tipo de salsa, es lo que le espera a las 12:00 del mediodía. “Estos espaguetis secos los revuelvo con la empanada que guardé del desayuno, le saco el relleno y mezclo la carne desmechada con todo, para darle sabor, y la masa me la como también”. Gómez con esa que lleva más de 20 años en una empresa y por primera vez su alimentación es una desgracia.

Para María Márquez, trabajadora Social y profesora de LUZ, los profesionales tienen que desempeñar más de un trabajo para acercarse a la cobertura total de sus gastos. “La gente está buscando otras alternativas para poder subsistir y así poder alimentarse. Hay quienes están comprando la comida que antes era para alimentar a sus mascotas: arroz picado, hígado y huesos. Hasta los profesionales están padeciendo. Todo lo que actualmente devenga un venezolano es para subsistir”.

Detalla que existe un alza desmedida en los precios y resalta que en varios estados no se consiguen productos regulados, así como tampoco costosos. Lo único que puede evitar un accidente económico catastrófico es la pronta reactivación del aparato productivo nacional.

Werner Gutiérrez, exdecano de la Facultad de Agronomía de LUZ, señala que el desabastecimiento supera el 80 % a nivel nacional. La cifra acentúa el ruido de las alarmas y trae como consecuencia que más del 70 % de la población compre alimentos en el mercado informal a precios exorbitantes.

Asegura que la inflación en los alimentos de la canasta básica superó el 500 % al cierre del 2016. “El kilo de carne que a principios del año 2016 se conseguía en 2 mil bolívares, actualmente se vende en 9 y 10 mil bolívares, un incremento del 400 %, la harina de maíz regulada estaba en 19 bolívares, luego subió a 190 bolívares y a comienzos de este 2017 se elevó a 650 bolívares acumulando más de un 3.000 % de incremento. En hortalizas, un kilo de tomate o cebolla que costaba en enero del 2016, 400 bolívares, hoy en día lo venden en 3.500 bolívares”, afirma Gutiérrez.

Sin conocimiento del problema económico y sin evaluar el asunto con porcentajes complicados para el entendimiento, Castro enciende la llama de su cocina y pone a freír los pellejos de pollo con un poco de sal y ajo.

“Huele maluco, ¿no?”, pregunta mientras crujen los pedazos de la piel del pollo entero que no pudo comprar. No hay mucho para ofrecer a los suyos, pero le satisface, en medio de la escasez, servir algún bocado en su mesa. Se asegura de que queden bien cocidos, se jacta de sazonar los mejores chicharrones en su hogar.

“En mi casa los devoran, limpian el plato con un pan o con yuca cuando hay. Esta pobreza no estaba en mis planes, pero hay que seguir pa’lante”.

 

 

 

 

 

 

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