El diario plural del Zulia

Valmore Muñoz: “La poesía no salva a nadie”

Para el académico, Venezuela ha crecido mucho hacia adentro. Llama a rescatar la ciudadanía para recuperar el país

Docente, escritor e historiador, Valmore Muñoz Arteaga es un zuliano que, en tiempos de pesimismo, cree en el país. Su actividad en el campo literario y académico florece entre ensayos, poemas y artículos de opinión en los que saca a relucir las filosas fibras de su pensamiento.

Es además, laico comprometido. Versión Final lo trae en la actual edición de su Repiqueteo.
—Este momento histórico, duro, qué cosas positivas puede provocarnos como sociedad.
—Las crisis siempre son oportunidades que pueden ser o no aprovechables por los pueblos. La cultura siempre será un
factor importante. Estamos en tiempos de fútbol. En Rusia vimos desarrollar el potencial deportivo de algunos países que vivieron circunstancias muy parecidas a las nuestras.

Pueblos que no solo demuestran su crecimiento en el fútbol, sino como sociedades. Los casos, por ejemplo, de Japón y Senegal con una fanaticada que, luego de ver el juego, terminaron limpiando los espacios ocupados por ellos, son señales de sociedades, no solo humildes de corazón, sino que aprendieron de sus errores, muchos de ellos, brutales.

En nuestro caso, muchos venezolanos desarrollaron un espíritu de solidaridad francamente conmovedor. Siempre se tuvo, pero no como el que hemos podido presenciar en los últimos tiempos.

—¿A qué ejemplos se refiere?                                                                                                                                                                  —Hombres y mujeres que con un sentido muy inocente de la caridad comparten comida, vestimentas, medicamentos sin esperar otra cosa más que la felicidad de aquel a quien se ayudó. Nuestro carácter también se ha hecho muy sólido.

La paciencia en sentido creativo. No se ha tratado de una paciencia pasiva, conformista. Lo más importante es que muchos nos dimos cuenta que solos no podemos llegar a ninguna parte. Venezuela ha crecido mucho hacia dentro y tengo la esperanza de que llegarán los tiempos en que esta cosecha comience a reflejarse hacia afuera.

No ha sido fácil, en la lucha, también hemos mostrado los horrores que somos capaces de hacer por alcanzar un objetivo, la mayoría de las veces, inocuo, pero creo que es normal y hasta necesario.

—Los valores parecen ser excepción y no regla, ¿qué hay que hacer para rescatar a Venezuela?
—Tenernos un poco más de confianza. Hemos sido un pueblo que, como dijera Mario Briceño-Iragorry, llegó sin haber llegado. Todo lo que vivimos es producto de haber banalizado cosas que eran muy serias, algunas de ellas, sagradas.

Los valores siguen allí como siempre, lo que creo que se ha ido perdiendo es su consistencia. Nos hemos vuelto una sociedad líquida, como dijera Bauman. Nuestros valores y principios se transformaron en conceptos que valen, según el interés que eventualmente tengamos.

No tenemos problemas en afirmarnos en el respeto para unas cosas y, pasado poco tiempo, negar ese respeto, casi por las mismas circunstancias. No hace falta hacer señalamientos sobre este punto. Salir a la calle es suficiente. ¿Sabes cuántas veces en escuelas, liceos y universidades se discute con seriedad y propiedad el tema de la dignidad humana? ¿Conocen nuestros estudiantes, sus padres y representantes lo que esto significa? ¿Cómo pretendemos superar esta oscurana terrible si no nos reconocemos dignos? Por eso comentaba que que muchos venezolanos descubrieron en la solidaridad, en la caridad, en el compartir, un camino para superar esta crisis es síntoma positivo.

La fe ha sido la base que ha mantenido a flote a hombres, mujeres, familias enteras, y si no hay una conciencia de ser
poseedores de esa dignidad no tendrían esa misma fe. Como pueblo, debemos comprender que hay un mundo interior,
cada uno tiene un universo interior que olvidamos, que descartamos, que hicimos a un lado por resultarnos incómodo
para alcanzar el reconocimiento exterior.

En algún momento, resultó más rentable ser doctor o magíster que un hombre de bien, y no es que esté mal tener grados
académicos, o económicos, en fin, lo que está mal es haber renunciado a lo que realmente nos da sentido y permite que
esos títulos no se agolpen en los currículas y en las paredes, sino que se transformen en oportunidades para el servicio de
los menos afortunados.

—El venezolano, en permanente supervivencia, se hace más fuerte, ¿aprendemos la lección?
—Creo que todos, de alguna manera, nos hemos hecho más fuertes. Ahora bien, no estoy muy seguro de que aprendiéramos la lección. En primer lugar porque esto no ha terminado. Siento que hay un trecho más por recorrer. En segundo lugar porque no todos los venezolanos van a aprender la lección.

Esos absolutos no han ocurrido en ninguna parte. En Alemania, por ejemplo, siempre estará latiendo el fantasma de un nuevo Hitler que, en algunas ocasiones, ha asomado su rostro públicamente. Esta lección la aprenderán unos pocos, pero serán suficientes para que retomemos la ruta de la democracia.

—¿Qué es lo que más le preocupa de este contexto?
—Me preocupa que no nos demos cuenta de los medios que utilizan la cultura de la muerte para establecerse en el corazón
de la gente. Me preocupa que se hable de asesinatos casi como con cierta normalidad. Me preocupa que, estando en estas espesuras, nos lancemos al abismo de despenalizar y legalizar el aborto. Tema inquietante que habla de eso que hay
en nuestros corazones, y que además se crea que la aprobación del aborto es un indicativo de lo desarrollado que como
sociedad estamos.

—¿Tenemos déficits de poetas e intelectuales y una sobrepoblación de burócratas y politiqueros?
—No lo sé. Muchos poetas e intelectuales se han vuelto burócratas y politiqueros, pero hay burócratas y politiqueros que
se han vuelto poetas e intelectuales. Creo que no se trata de ser esto o aquello, sino de buscar ser mejores ciudadanos.

Todos tenemos una muy seria responsabilidad con nosotros mismos, con nuestras familias, con nuestro país, en especial,
con los menos favorecidos. Nada ayuda al país tener grandes poetas o artistas, si carece de ciudadanos. La poesía no salva
a nadie. La poesía no cura nada. Salva y cura asumir responsabilidades, dar la cara, ser hombres capaces de responder
ante las adversidades más penetrantes.

Sé de muchos intelectuales que terminaron abrumados por la realidad y terminaron en exilios interiores, exteriores o en el suicidio. Quizás sea muy poético todo eso, pero de poco le sirve a un país que busca reencontrarse consigo mismo. También hay poetas que han asumido su responsabilidad ciudadana en esta hora y es allí donde radica su valor para un país, lo demás es solo currículo personal, que es importante, pero solo para él.

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