El diario plural del Zulia

Los devotos del santo rojo

Afiches, efigies, bustos, altares. Para muchos venezolanos Hugo Chávez ya no es un hombre, es un culto. Ni los rebeldes, predicadores de fugacidad humana, se han salvado del magnetismo ultraterreno que infunde el “comandante supremo y eterno” de la revolución bolivariana.

“Ayer a las 12 de la noche, en las residencias de Fuerte Tiuna, alcabala 3, avenida Negro Primero, el busto de Chávez lloró aceite”, escribió en Twitter el roquero Paul Gillman. Era 31 de diciembre.

La documentación del “milagro” estaba sustentada con una foto. Pero lo curioso es que quien lo reportó es autor de una canción de los años 80 titulada Nada es eterno, cuya primera estrofa proclama: Nada es eterno / todo es mortal / los seres que hoy nacen ya mañana morirán / Nadie puede escapar de esta realidad / y los que lo hagan paranoicos estarán. ¿Se contradijo Gillman?, ¿se convirtió? Es un testimonio, cuando menos.

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Jorge Arreaza, ministro de Educación Universitaria y yerno del expresidente, reiteró en enero en el canal 8 que la Iglesia católica se molestaba cuando desde el Gobierno se hablaba de los milagros de Chávez. “Los milagros los hacen los santos, no hemos dicho lo contrario, pero para nosotros corroborar los milagros de Hugo Chávez, no hace falta una comisión del Vaticano”.

El culto a la personalidad está lejos de ser una novedad en Venezuela: José Antonio Páez, Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras usaron la imagen y la obra del Libertador Simón Bolívar —el hombre fuerte, el ínclito— en benefi cio de su estadía en el poder. Pero, ¿por qué el hombre común se postra, religiosamente, ante el recuerdo de Chávez, otro mortal? ¿Por qué se someten también las instituciones democráticas que preceden y sobrevivirán al objeto de la adoración?

Hombre y Mesías

“El sostén simbólico de la revolución es el presidente Chávez. Si algo es notable, es la carencia de liderazgos trasformadores, fuertes, en el chavismo; y más que transformadores o fuertes, carismáticos”, explica María Teresa Urreiztieta, especialista en Psicología Social y Política.

La sociedad y sus instituciones no pueden levantarse con una “idea mesiánica” de sus líderes, advierte, porque se trata de un concepto asociado al carácter épico del redentor que ha venido a salvar la patria.

“Eso impide que la conciencia ciudadana florezca, impide que asumamos nuestras responsabilidades como país, como ciudadanos, como políticos. Al vender la idea de un héroe que se inmole por el país, estamos cediendo responsabilidades”.

El psiquiatra Roberto de Vries, dedicado al estudio de la imagen y el poder, afirma que este fenómeno se produce cuando un colectivo carece de rostros de identificación y buscan una personalidad egocéntrica que los dote de identidad.

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“Son personas que pertenecen a grupos desestructurados, con problemas diversos, que necesitan darle poder a una figura carismática para que esa figura le dé fuerzas a ellas. Esa es una vinculación que una parte de la sociedad venezolana en los años 80 y 90 necesitaba. No tenían rostro y eso se dijo mucho tiempo en el discurso chavista: que le daban rostro y poder a las personas”.

Estos colectivos casi siempre se componen de personas que se sienten más fuertes como una multitud que como individualidades con un “yo ciudadano” robusto, “y ahí lo que hay es una ausencia de identidad llenada, generalmente, por una personalidad carismática”.

Ciudadanía

Un grupo social bien estructurado, consciente de su propia identidad, no aceptará nunca las imposiciones de un líder carismático, explica de Vries. De hecho, lo neutralizarán, porque el conjunto siempre será más relevante que el individuo.

“Esa magia individuo-masa se rompió con Maduro y quizás se llevó por delante el valor que había hace dos o tres años alrededor de Chávez. La gente tiene otras necesidades. La falta de medicamentos, de comida, es mucho más importante”.

El psiquiatra cree que Venezuela ha cumplido un ciclo cuya duración oscila entre los 14 y los 17 años. Transitará ahora del caudillismo hacia el liderazgo grupal, como el de la Asamblea Nacional. Es posible, inclusive, que disminuya el presidencialismo.

“En Venezuela hay un culto a la personalidad, pero fracasado”, opina el sociólogo Carlos Raúl Hernández. Ello se debe a que el país ya ha tenido la posibilidad de examinar los resultados de la revolución chavista. La destrucción de las instituciones ha hecho que en Venezuela resurja la veneración de los caudillos, subraya Hernández. “En los regímenes democráticos eso no funciona porque allí un partido gana las elecciones, es gobierno, después lo derrotan, viene otro, y así. Entonces las imágenes de los líderes de esos partidos se quedan en la esfera privada de esos grupos; el régimen totalitario, en cambio, se las quiere imponer a toda la sociedad”.

El escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka dedica su novela Patria o muerte a examinar la construcción de esta fe. “Trato de indagar en la experiencia de los ‘carismados’, los venezolanos que, de alguna manera, se engancharon con Chávez. Todo esto en el contexto de un Estado puesto al servicio de desarrollar un culto”, dijo a La Tercera, de Chile. La motivación de Maduro y del resto de sus herederos está muy clara para el autor: “el Estado quiere hacer de Chávez una nueva religión”.

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