El diario plural del Zulia

Venezolanos afuera

Para ver a mi hija menor, su esposo y mi nieto, tres de los millones de compatriotas que ahora viven fuera, pasé brevemente por Atlanta. En la capital de Georgia, dos venezolanos son héroes deportivos.

En el beisbol, el guaireño Ronald Acuña Jr. la está descosiendo con los Bravos y la gente en las gradas delira con sus jonrones y sus bases robadas. En el futbol, el carabobeño Josef Martínez es líder de los goleadores para el Atlanta United. No son los únicos criollos que se lucen afuera y no solo en el deporte o la belleza. El marabino Leo Rafael Reif es, nada menos, Rector del Instituto Tecnológico de Massachusetts, considerada la mejor universidad del mundo en el área de tecnología cuyo claustro ha tenido ochenta premios Nobel. Sabemos de profesionales que destacan y trabajadores muy bien apreciados en ese país, en Europa y, sobre todo, en nuestra propia región latinoamericana.

Sin embargo, son cada vez más los países que nos exigen visa y empieza a brotar, en nuestro entorno más próximo, el fenómeno de la xenofobia contra nosotros. ¿Por qué? ¿A quién de nosotros no le duele el que compatriotas sufran? Según ACNUR, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados, más de cuatro millones de venezolanos han salido del país en los últimos años y 464.229 solicitan asilo en diversos países del mundo.

Es mucha gente. La razón de esta emigración masiva es una situación nacional que empobrece la vida y reduce las oportunidades, sobre todo para los más jóvenes, en todos los sectores sociales, niveles educativos y regiones. Es una durísima realidad y no hay propaganda que la pueda ocultar.

He encontrado mesoneros zuliano y maturinés en Bogotá, también un teniente duaqueño y lo peor, un hombre y su familia pidiendo en un semáforo con este letrero:  “Soy venezolano, pido para comer”. En Lima, me conseguí con una vendedora de tienda de Dabajuro y una joven valerana que disimulaba su petición de ayuda vendiendo caramelitos en la calle. Un joven no sé de dónde se me acercó en las cercanías de la Iglesia de San Pedro, ofreciéndome billetes venezolanos de un grueso mazo entre sus manos, objetos de colección, porque “allá no valen nada” y en Arequipa, en el modesto hotel donde me alojé cuando fui a hablar en la Universidad Católica Santa María, dos mesoneros eran barquisimetanos, quien limpiaba guarenero y de Maracay la señora que hacía las habitaciones.

Son venezolanos que están fuera, por el drama que llevamos dentro.

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