El diario plural del Zulia

Transferencias infernales, por Noel Álvarez

Los dictadores tienen cada vez más difícil encontrar un buen exilio y ven esta opción como menos segura y atractiva debido al crecimiento del alcance de la justicia y las responsabilidades globales

La tiranía se instaura en una nación cuando el gobierno es tomado por hombres que usan su poder para oprimir al pueblo. A lo largo de la historia, los dictadores se han aprovechado del poder para saquear a sus países. Con lo hurtado han comprado propiedades y abierto cuentas bancarias en el exterior. Esta es una riqueza que nunca caduca y que los sátrapas se llevan consigo en sus últimos momentos de poder. Lo hizo la esposa de Ben Alí con la tonelada y media del metal precioso que la acompañó hasta Arabia Saudí y así lo hizo Muamar Gada , con las 29 toneladas que vendió antes de desaparecer del mapa.

Unos dictadores juegan con el metal y lo trasladan a bóvedas del banco más cercano cuando su régimen se tambalea. La gran mayoría de ellos manifiesta una gran preferencia por cuentas bancarias suizas, las cuales les permiten continuar con sus vidas lujosas, años después de ser derrocados. Una vieja leyenda surca la mente de los autócratas desde que apareció la moneda: la posibilidad de instalar un banco en el infierno para depositar el dinero robado y la incógnita para los malos espíritus que viven en el alma de cada uno de ellos es que todavía no encuentran la manera de hacer transferencias infernales.

Los dictadores tienen cada vez más difícil encontrar un buen exilio y ven esta opción como menos segura y atractiva debido al crecimiento del alcance de la justicia y las responsabilidades globales. Debido a esto, ahora los dictadores tienen más incentivos para afianzarse en el poder, lo que puede propiciar estallidos sociales o la aparición de guerras civiles, según estudio, que publica la revista The Journal of Polítics de la Universidad de Chicago. En su estudio, los autores recogen datos sobre el destino de un centenar de dictadores que se han exiliado desde 1946, tras el final de la II Guerra Mundial. Los datos muestran que 52 países diferentes han albergado al menos un dictador, y que los principales receptores han sido EE. UU., Reino Unido, Rusia, Argentina y Francia. Los Castro, en Cuba, no aceptan dictadores porque ellos se consideran “demócratas” y perjudican sus negocios.

A pesar de la tendencia a la baja del número de exilios que han detectado los autores, también han concluido que los autócratas, responsables de atrocidades en masa durante sus mandatos, es mucho menos probable que se exilien desde finales los años 90. Del centenar de casos de esta investigación desde 1945, destacan que EE. UU. ayudó al presidente lipino Ferdinand Marcos a obtener un lujoso exilio en Hawai, en 1986, el mismo año en que diplomáticos franceses y americanos convencieron al líder de Haití Jean-Claude Duvalier a ceder el poder a cambio del exilio en la Riviera francesa.

El líder ugandés Idi Amín se exilió primero en Libia y luego en Arabia Saudí; el zaireño Mobutu Sese Seko, en Marruecos; Charles Taylor, de Liberia, se desplazó a Nigeria; y más recientemente, el pasado 21 de enero del 2017, el presidente derrotado de Gambia, Yaha Jammeh, se exilió a Guinea Ecuatorial, que le había ofrecido refugio. Sobre Robert Mugabe, último dictador depuesto, unos señalan que negoció inmunidad para quedarse en Zimbabwe y otros dicen que se trasladó a Sudáfrica. En todos los casos estos sátrapas se retiran de sus países como dictadores y quienes los acogen en su exilio son también unos autócratas.

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