El diario plural del Zulia

Sabotaje a la paz, por Francisco Arias Cárdenas

Los seres humanos ya deberíamos haber aprendido, luego de por lo menos 5 millones de años sobre la Tierra, a resolver las diferencias por la vía de la inteligencia y la empatía, inclusive en la lucha por el poder. Que el acuerdo de paz firmado en noviembre entre el gobierno colombiano y las FARC-LP para ponerle fin a más de medio siglo de guerra, esté siendo vulnerado por el paramilitarismo y quienes lo dirigen, es inhumano, doloroso e inadmisible; también debería ser aleccionador para aquellos que insisten en atacar el bienestar del pueblo venezolano, como mecanismo para desatar la violencia.

Debería quedar ya en el pasado el triste episodio de miles de hermanos neogranadinos de todas las edades, entrando por ríos y trillas hacia nuestro territorio, huyendo de la guerra, de la crueldad y del horror. No son los urgidos por una transacción comercial, no son oportunistas del ataque a nuestra moneda: son en su mayoría familias de campesinos, perseguidos por el miedo, la amenaza y el riesgo para sus vidas, de un conflicto surgido precisamente por la demanda insatisfecha de justicia social, soberanía y equidad.

El país destinado a formar parte de la Gran Colombia ha transitado un largo viacrucis: encabezó en 2015 la penosa lista con 6,9 millones de desplazados y refugiados, seguido por Siria e Irak, según datos de la ACNUR.

Por la frontera venezolana del Sur del Lago de Maracaibo ha entrado la mayoría de los desplazados neogranadinos; en el Zulia, con el apoyo del Gobierno Bolivariano, los hemos recibido como hermanos urgidos de amparo. Cada uno trae su historia, resumida en el rostro de una mujer octogenaria agotada, callada y llorosa perdida en la noche de la selva fronteriza sin más pertenencia que una silla vieja. A nivel mundial, hay más de 66 millones de refugiados y desplazados por las guerras y las persecuciones reales, víctimas del odio, de la exclusión, de la avaricia desbocada, de la intolerancia: razón más que su - ciente para hacernos meditar sobre qué mundo queremos heredarle a nuestros hijos.

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