El diario plural del Zulia

País paralizado, por Ramón Guillermo Aveledo

De hoy en adelante es por la vacación de Semana Santa, pero las calles vacías, los teléfonos que no atienden, las oficinas cerradas, como si fueran puertos, tienen ya varios días. Decretar que no se trabaje del sábado 19 al lunes 28 es la respuesta gubernamental al problema del servicio eléctrico, evidente hace mucho en las regiones y ahora en Caracas, donde se evitaba los cortes por su repercusión.

La versión oficial culpa a la sequía de “El Niño” por la crisis eléctrica, como antes al sabotaje y hasta a una iguana. Años tienen expertos de las universidades y de las empresas y entes públicos y privados del sector eléctrico, así como la comisión del Colegio de Ingenieros, advirtiendo que no se están tomando las acciones necesarias. A ellos, oídos sordos. Como para otras cosas como alimentación y cárceles, se creó una cartera ministerial y se han asignado cuantiosos recursos gastados sin control. Como en los otros casos, no hay resultados a la altura de gasto y de la alharaca propagandística. Varios titulares se han sentado en la silla de Energía Eléctrica en el gabinete.

Incluso hace seis años y un mes, se anunció desde el más alto nivel posible una comisión asesora para la crisis eléctrica venida de Cuba y encabezada nada menos que por el Comandante Ramiro Valdés, y cubainformación (una brecha en el bloqueo mediático) decía textualmente: “El gobierno de Venezuela será apoyado por Argentina, Brasil, China, Rusia y Cuba para superar la crisis energética”. Nadie supo qué hizo ni cuando se fue.

Pero no hay verdades revolucionarias y verdades contra revolucionarias. Hay, simplemente verdades, y si no las asumimos, nos atenemos a las consecuencias. La crisis eléctrica, como la escasez de alimentos y la inflación que pulveriza sueldos, tienen el mismo origen: cada vez más, el país está paralizado. La causa del adormecimiento nacional, de esa creciente inmovilización del trabajo y la productividad son las políticas equivocadas, esa Etorfina que adormece y puede acabar atrofiando la musculatura social, porque desestimulan el trabajo, acosan la propiedad, castigan la productividad, atacan el espíritu emprendedor, favorecen la importación pero agotan las divisas que la permiten, promueven la especulación y propician y premian la corrupción.

La carencia nos envilece y nos hace más egoístas. El trabajo, la creatividad, la productividad son los que hacen que un país progrese y que sea posible la solidaridad.

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