El diario plural del Zulia

Los revuelos de un desquiciado, por José Zambrano

Ya desempolvaron el retorcido guión para la campaña. Las mismas frases imaginarias. Los postulados y fantasmas de siempre. El repetido descaro y esos espejismos emponzoñados, con su turba de promesas perfectas para la ironía.

Pero el candidato ya se siente reelecto. Sube a la tarima con los vítores de sus partidarios fabricados. Con sus nervios templados y la mirada distendida, vocifera el parlamento acostumbrado. Ya hasta han distribuido encuestas con cifras sólidas a los medios de comunicación, con una victoria casi asegurada, al contar con más de la mitad de la preferencia del futuro electorado.

La meta es sostener la fantasía. No importa la manera. Prometer, aunque nadie lo crea. Alimentar las figuraciones con más mentiras. Es una representación absurda, en la cual se da por entendido lo que ninguno cree. Repite con un celo de ficción, que arreglará la economía que él y sus partidarios dañaron con intención.

Trata de hablar y el micrófono falla. Su furia por el incidente no mide reflexiva alguna. Mueve la cabeza como un toro ante de embestir. Arroja el aparato hacia un lado con violencia, mientras un subalterno lo detiene en el aire. Eso sucedió en Valencia. No resulta fácil controlar sus propias fanfarronadas. Defender sus artificios, metidos como calzador en su hosco discurso.

En Anzoátegui efectuó una promesa de leyenda. Sin la mayor afectación en sus emociones de narcótico, dijo con los ojos empapados de majadería: “Juro ante el pueblo de oriente, que una vez obtenida la victoria del 20 de mayo, con 10 millones de votos, me dedicaré única y exclusivamente a derrotar la guerra económica”, cuando es una acción bélica en los bolsillos de los venezolanos, fraguada por los planificadores de Miraflores y La Habana.

Cada día se distorsiona más la escenografía de esta tragicomedia. Venezuela es una novela de terror, larga y sin pausas para el descanso. Montarán su fábula insondable, endiablada y detestable el próximo 20 de mayo. Harán unas elecciones precipitadas, mientras les duré la cuerda a esta trampa sin camuflaje. No importa que el mundo se abarrote de escepticismo y no avale unos comicios sin atisbos democráticos. Lo harán a sus caprichos y con una desvergüenza pasmosa.

 Al candidato presidencial poco le importa si el pueblo padece. Promete y promete. Realiza ofrecimientos ilusorios y hace votos por detener los padecimientos de un pueblo acorralado. Que atenderá las insuficiencias del agua, la electricidad, el transporte y los servicios públicos que al menos funcionaban antes de la llegada del régimen. Una miseria que este sistema nos enseñó a compartir en pleno.

Certifica la burla con una sonrisa a todo pulmón. Termina uno de sus actos en Falcón, dejando un rastro de su propia fatalidad. Resolverá sus errores, culpando a los opositores y a ese imperialismo cansón. A una derecha que ya no tiene ni extremidades.

Mientras, en el mercado Cruz Verde de Coro, los oficiales de Casa Militar echaron bolsas de basura desde un vehículo en marcha, contentivas con las demandas ingenuas de un pueblo necesitado: papeles, cartones y hojas arrugadas con peticiones diversas, números de teléfonos, solicitudes económicas, currículos, cartas de impaciencia y súplica, cuyos escritos fueron entregados al mandatario nacional ese día, en su visita a la región.

Realmente no sé si este falso sufragio sea infranqueable. Tampoco sé si un pueblo abandonado a su suerte, pueda recobrar el sentido y luchar por su justicia secuestrada. Lo único real es que por más que emita su discurso cosmetológico, podrá maquillar un fraude evidente considerado por la mayoría de los países de los cinco continentes.

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