El diario plural del Zulia

Lo que me quita el sueño, por Luis Vicente León

¿Estamos en la peor crisis que ha vivido el país? Puesto de esa manera, la respuesta es no. Ha habido crisis peores, incluyendo largas guerras y conflictos que han dejado al país en el esterero. Pero es una crisis extremadamente severa, a la que aún no le hemos visto su clímax. Afecta nuestra calidad de vida y, lo más triste, es innecesaria porque ha sido creada por errores de política económica, reconocidos por la literatura y validados por la historia. El empeoramiento generado por la caída del precio del petróleo y la profundidad de los daños causados por el modelo de intervencionismo y control extremo hace que los costos de salida sean gigantes e inevitables, lo que amenaza con alargar el tiempo de espera para ver un modelo racional y un acuerdo que rescate de la confianza y el optimismo perdidos.

¿Puede este Gobierno sacar al país del atolladero? Siempre se puede, pero hay que entender dos cosas claves. La primera es que no hay salida gratis. Hay que pagar por los errores cometidos y eso indica que hacer lo correcto para atender la crisis es también asumir un riesgo de pérdida de poder y de fortalecimiento del adversario, eso que es tan normal en una democracia integral. Pero en nuestro caso, es ese miedo el que explica, en gran medida, por qué el Gobierno se ha negado a tomar acciones económicas racionales, que sabe que son indispensables, pero demasiado costosas para asumirlas, con el patrimonio político disminuido y los riesgos de división interna. Una situación que los dejó presos y los condujo hasta donde están. Como diría Gardel: "cuesta abajo en la rodada". La segunda, es que para salir de la crisis es indispensable rescatar confianza. Sin ella, no hay ni la más mínima posibilidad de recuperación. El problema es que una vez que el Gobierno ha hecho y cacareado precisamente todo aquello que pulverizó la confianza, recuperarla es una tarea titánica que va mucho más allá que los discursos políticos, las enmiendas parciales, las convocatorias a reuniones de discusión con los tuyos y los más potables del otro lado, para parecer que los oyes, sin oírlos o retomar el disfraz de ovejita, bastante usado, roído y descocido. Necesitas recorrer primero los pasos de una confesión de boca, en la que luego de hacer un examen de conciencia, que repasa todos los pecados desde tu última confesión bien hecha (en este caso sería la primera confesión), sientes el dolor de los pecados cometidos y asumes personalmente tu responsabilidad, sin tratar de culpar a los otros, para evitar, inútilmente, el castigo, pues como habrás visto en la última elección, aunque lo intentes esconder, siempre se nota. Tienes que ser además capaz de enmendar, sin pararte por los costos de la enmienda, que por cierto serán inevitables aunque te confieses y hagas contrición, pues nadie te salva de la penitencia. ¿No lo haces? No hay confianza, ni inversión, ni producción, ni estabilidad, ni futuro, ni Paraíso. Otra vez Gardel, en el mismo tango: “La vergüenza de haber sido... y el dolor de ya no ser”.

¿Vale la pena quedarse o es hora de partir? Puede que me saquen a patadas, pero mientras tanto estaré aquí y voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para promover soluciones, negociaciones y acuerdos con la esperanza de que ese esfuerzo ayude a movernos, aunque sea un milímetro, hacia la solución. Ojalá haya muchos otros dispuestos a intentar su milímetro, pero aunque me quedara íngrimo y solo, no dudaría en seguir. No me preguntes qué voy a hacer con mis hijos, en el medio del panorama que avizoro, porque eso es lo que me quita el sueño. Pero ellos son también mi motivación principal y la energía fundamental para hacer lo que haya que hacer, a pesar de tener miedo.

 

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