El diario plural del Zulia

La velocidad de la crisis, por Énder Arenas

Tengo un muy buen amigo que fue a casarse y el prefecto le dijo en medio de los palos iniciales antes de la ceremonia: “Manuel, ¿y dónde piensan vivir?”. Mi amigo Manuel Ríos (obviamente el nombre es ficticio
para proteger a los inocentes) le dice: “Vamos a vivir en la casa de mi suegra, la señora Martha”. El prefecto le dice: “Manuel, te vas a meter en un soberano peo. Las suegras son las mujeres más malas del mundo, te va hacer la vida de cuadrito”.

Manuel es un muchacho loco por Mary y tiene razón de estarlo. La muchacha se hizo, hace cosa de cuatro meses, algunos pequeños arreglitos: abdomen, senos, nalgas, prótesis de pantorrilla, nariz, oreja y párpados. Le dice al prefecto: “Sí, pero no tengo otra, pues no tengo casa”. El prefecto lo mira con lástima, pero al mismo tiempo dándole ánimos, le dice: “Hermano, eso te lo arregla el gobierno de Maduro, pero dentro de seis años cuando piensa resolver el déficit de viviendas en el país”. Manuel se le acercó al prefecto y bajito le dice: “Sí, pero en seis años el problemita que ahora tengo ya estará asistiendo a la escuela en segundo grado”.

Esta anécdota viene a cuento, porque en verdad la gente está apurada. La gente tiene urgencias que son propias y no hay un ámbito en la vida del país que se sustraiga al apuro de la gente que construye sus urgencias empujada por una crisis que le impide el acceso a lo que necesita y a resolver sus problemas más sentidos. Mientras sus urgencias son, digamos, subjetivas, el plazo que se da el gobierno son, digamos, plazos objetivos. Esa distancia entre urgencias de la gente y los plazos que un ineficiente gobierno se plantea alimenta la incertidumbre de la gente y nace la indeterminación del modelo que pretende imponer el Gobierno.

Imagínese, amigo lector, la distancia que hay entre la velocidad de la crisis que se expresa en el rápido deterioro de la calidad de la vida de la gente y el plazo que se da el gobierno para resolverla, que paradójicamente nunca dice cómo, pero dice que hay que tener fe y esperar hasta 2019. Ahora imaginemos a la oposición que frente a las urgencias del cambio plantea un menú de opciones, cuyos plazos objetivos rebasan la urgencia subjetiva de la gente que pide un cambio rápido antes de que la crisis termine de llevar el país a la ruina.

Es algo tremendo para el Gobierno. En primer lugar porque una vez que el dispositivo de la crisis se ha echado andar ha rebasado la validez de cada medida anticrisis, que inmediatamente que se pone en ejecución queda desactualizada por la velocidad de la crisis y por la lentitud del tiempo político en la que se pretende materializar. También para la oposición, primero porque carece del poder para ponerle plazos al gobierno quien cuenta con dos aparatos poderosísimos: el TSJ, especie de bufete privado del gobierno, y el aparato armado, léase FANB.

Ahora bien, el Gobierno está en la encrucijada, porque si a alguien se le agota el recurso más escaso en política, que es el tiempo, es al Gobierno.

Además hoy hacia él reina la desconfianza y se experimenta una relación negativa de la gente, hasta el punto que el 76 % pide un cambio de gobierno. Por su parte, la oposición cuenta con la confianza de la gente y si bien es cierto que todavía no cuenta con el poder de ponerle un plazo de término al gobierno, la crisis terminará más temprano que tarde por romper la unidad interna del aparato del Estado y disolverá los poderes fácticos sobre el cual se ha sustentado el régimen.

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