El diario plural del Zulia

La última esperanza, por María Guadalupe Núñez

A la Madre se le ha cantado en miles de oportunidades, canciones, poemas, obras literarias, de arte y tiene un lugar preponderante en los escenarios teatrales, de cine, TV y en la vida real. Para un sector de la sociedad al mencionar la palabra Madre se evoca la novela de comienzos del siglo XX, de Maksim Gorki exponente del realismo socialista. Otros pasearemos por Doña Bárbara o el verso de Rubén Darío convertido en la impactante novela Cuando quiero llorar no lloro de Miguel Otero Silva, que describe las condiciones sociales y políticas de la Venezuela de finales de los 40, a través de la mirada de tres muchachos, de diferentes clases sociales, que nacen y mueren el mismo día. Los Victorino.

Es indudable que decir Madre es decir vida, amor y esperanza. Ellas estarán con sus hijos hasta el fin de su tiempo terrenal, sin importarle la edad ni los problemas que haya tenido. En este sentido, para contemplar el amor verdadero hay que ver las mujeres entradas en años en las colas de las cárceles. Soportan maltratos y el irrespeto a la dignidad humana, para tan solo ver un rato a su Victorino Pérez y llevarle algo de comida “decente”. No obstante, del otro lado de la acera está la que llora sin consuelo la muerte de su Victorino Perdomo, asesinado quizá por el criminal que espera la visita materna. Es la cotidianidad de una sociedad enferma.

Por la calle, es posible ver, en su amante automóvil, a la madre de un Victorino Peralta quien sale de un reconocido bufete de abogados donde trataba el caso de su hijo encarcelado por encontrarle un cargamento de droga en el yate de su padre. Esas son las madres de este país, dispuestas a defender a sus hijos aun a sabiendas de que es un delincuente. Por supuesto, en este caleidoscopio humano encontramos madres orgullosas de los logros obtenidos por su hijo. La que se sacrificó para que fuese “alguien” y tuviese la oportunidad de la mejor formación posible. La que sabe que un día su muchacho se irá de su lado a otro país, porque en el suyo no puede vivir.

Ser Madre en este país es cargar una pesada cruz. Todo el tiempo rezando para que la violencia no alcance a su hijo; hacer milagros con el escaso dinero que tiene para llevar alimentos y otros productos esenciales a su casa. Es vivir en agonía sin luz ni agua potable. Es el duro contraste entre la realidad que vive cada día y la propaganda gubernamental. Es el cansancio por la inestabilidad política; pero aún así es un refugio seguro en las tempestades. La luz al final del túnel.

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