El diario plural del Zulia

La peligrosa senda de la venganza, por Vladimir Villegas

En Venezuela se están desatando demonios difíciles de recoger. El Gobierno, con sus prácticas represivas, su intolerancia, su ejercicio prepotente del poder, con su tendencia permanente a sacar ventaja al margen de la Constitución, la persecución política, la violación de los derechos humanos, con sus prácticas excluyentes en nombre de una presunta inclusión, ha promovido confrontación, ha estimulado la violencia y, por si fuera poco, ha regado el cactus de la rabia, del odio y de la venganza. Ese espinoso cactus tiene raíces en toda la sociedad. La violencia verbal y física viene ganando espacio. La represión es la forma violenta en que el Estado busca ahogar el grito de un país inconforme. La respuesta viene en diversos grados. La violencia es uno de ellos. Está allí, por mucho que nos disguste. Ha ocurrido en el pasado. Sigue ocurriendo. Los perseguidos de ayer son perseguidores del presente y el ciclo vuelve a repetirse. Los que ayer usaban capuchas para eludir la represión y enfrentarla, hoy llaman terroristas a quienes en estos días se las colocan con el mismo objetivo.

Cuarenta muertos con sangre y saña, cuarenta familias enlutadas, y un país que también los acompaña en su dolor. Centenares de heridos y detenidos, juicios militares a civiles, presos que son incomunicados y golpeados. Abuelos gaseados “con amor mayor” por funcionarios que ahora, vaya mal chiste gobiernero, son infiltrados de la MUD. Una propuesta constituyente que le echa gasolina al incendio. Y el caldo de resentimiento y sed de venganza sigue hirviendo. Las redes están inundadas de mensajes destinados a perseguir al que huela a chavismo. Hijos y familiares de políticos rojos, rojitos sometidos a una intensa cacería moral por el mundo. Se publican fotos, direcciones y videos con actos de hostigamiento, como el ocurrido con Lucía, hija de Jorge Rodríguez.

El deseo de justicia frente al abuso de poder va desembocando en la sed de venganza. Y a lo mejor entre los ciudadanos indignados que hoy hacen vigilias para detectar chavistas o familiares en restaurantes y lugares públicos del mundo, hay alguno que sea descendiente de algún represor o corrupto del pasado, que ni rindió cuentas ni pidió perdón. No lo digo para justificar a corruptos o represores del presente sino para que veamos la tragedia venezolana en una dimensión menos parcial. ¿La solución a los males de Venezuela es reproducir conductas aberrantes? ¿Ese es el país que queremos? ¿Cuántos chavistas descontentos, que han analizado la posibilidad de repudiar al Gobierno y dar un paso en favor de los cambios se sentirán ahuyentados por esa cacería, que mañana puede afectarlos en sus propios espacios sociales, si toma cuerpo esta tendencia a estigmatizar y someter a todo aquel que creyó en el llamado socialismo del siglo XXI? ¿A cuánto estamos para que legitimemos las pobladas, los juicios sumarios, los ajusticiamientos en sustitución del debido proceso? ¿Qué tal si le estamos ofreciendo argumentos a grupos armados “revolucionarios” para que traspasen límites que hasta ahora no se han atrevido a traspasar? ¿Será entonces la salida que justifiquemos la creación de la contraparte de esos grupos armados? ¿Les parece exagerado este escenario? Ojalá que así resulte y no terminemos ciegos y sin dentadura por el ojo por ojo que se viene cocinando. “Por mí ni un odio, hijo mío ni un solo rencor por mí, no derramar ni la sangre que cabe en un colibrí, ni andar cobrándole al hijo las cuentas del padre ruin y no olvidar que las hijas del que me hiciera sufrir, para ti han de ser sagradas, como las hijas del Cid”. Andrés Eloy Blanco.

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