El diario plural del Zulia

La inteligencia fracasada, por León Sarcos

La inteligencia fracasa dice el filósofo José Antonio Marina, en su libro con el título de este artículo cuando es incapaz de ajustarse a la realidad, de comprender lo que pasa o lo que nos pasa, de solucionar los problemas afectivos o sociales o políticos, cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas disparatadas, o se empeña en utilizar medios ineficaces; cuando desaprovecha las ocasiones; cuando decide amargarse la vida; cuando se despeña por la crueldad o la violencia.

De seguida nos informa para que estemos claros, qué entiende por tal: Llamo inteligencia a la capacidad de un sujeto para dirigir su comportamiento, utilizando la información captada, aprendida, elaborada y producida por él mismo. Puede, pues, fallar porque no capte, porque no aprenda, o porque no sepa utilizar lo que aprende. Acaso le llame la atención leer que la inteligencia es una capacidad de dirección.

Si queremos ser eles a la realidad, hemos de admitir que nuestra inteligencia tiene dos pisos, es una casa dúplex. Una cosa es la capacidad intelectual el piso bajo y otra el uso que hacemos de esa capacidad el piso de arriba. Y concluye: una persona muy inteligente puede usar su inteligencia estúpidamente. Por eso, Marina afirma que paralelo al libro de la inteligencia debería escribirse el libro sobre la estupidez. Veamos algunos casos individuales y afectivos, sociales o políticos que ilustran el fracaso de la inteligencia y el triunfo de la estupidez.

No puede entenderse cómo un médico graduado con honores en una prestigiosa universidad norteamericana enlode su nombre por no aceptar que su mujer y madre de sus tres únicos hijos cansada de sus enamoramientos furtivos le haya pedido el divorcio, y él no acepte compartir sus bienes como lo manda la ley. O el otro de un renombrado juez de menores que tiene un hijo fuera del matrimonio y aun presentándole la madre la prueba de ADN se niegue a reconocerlo. En ambas experiencias fracaso de la inteligencia y sentido de responsabilidad caminan de la mano.

No solo fracasa la inteligencia individual sino también la colectiva. Individualmente cada miembro de la pareja, de la familia, de la empresa del partido o de la nación, puede ser brillante, entusiasta y perspicaz cuando está solo, pero empantanarse cuando está en compañía, pues hay una dinámica de grupo expansiva y otra depresiva. Sino cómo justificar en Alemania la noche de los cristales rotos y la aniquilación de más de seis millones de judíos en los campos de concentración, o las matanzas multitudinarias de campesinos por Stalin en la Unión Soviética.

A nivel político, uno de los casos más sonados como triunfo de la estupidez y fracaso de la inteligencia, fue el del presidente de los Estados Unidos Bill Clinton quien puso en peligro su estancia en la Casa Blanca, por gozar de los favores sexuales de una pasante. Su respuesta a este desliz en la distancia no pudo ser más estúpida: lo hice porque podía. Pasa con frecuencia que los poderosos no saben bien lo que están haciendo, porque generalmente su entorno le ofrece pocas o ninguna resistencia. De allí lo importante de la sentencia de Shakespeare: Es hermoso tener la fuerza de un gigante, pero es terrible usarla como un gigante. En nuestro caso hubo una vez un hombre llamado Hugo Rafael Chávez Frías, que tuvo a sus pies un reino llamado Venezuela, participó en una elecciones y las ganó abrumadoramente. Pues lejos de convertirse en el paladín de las reformas que demandaba la sociedad en lo político, económico y social, para lanzar a Venezuela al futuro, se convirtió en el heredero de los hermanos Castro, que tienen el prontuario de haber creado una sociedad de parásitos que todo lo devoran y todo lo codician y que pretenden curar el cáncer con aspirina. Conocen ustedes, amigos lectores, un mayor fracaso de la inteligencia y una vindicación mayor de la estupidez.

 

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