El diario plural del Zulia

La hora de la chiquitica, por Hugo Cabezas

Es esta una expresión coloquial, salida del pueblo, la cual tiene un significante con el que se quiere expresar que ha llegado la hora decisiva. La hora de las decisiones difíciles, comprometedora. La hora de la verdad.

La amenaza de Donald Trump de invadir militarmente a nuestra patria, anunciada el pasado 11 del corriente mes, no puede ser tenida como una ocurrencia más en los constantes desvaríos mentales del mandatario estadounidense. No. La misma se corresponde con el plan de los sectores neonazis, que se han apoderado del control económico y político de esa nación.

Como se recordará, la nación del Tío Sam, el imperio, desde comienzos de los años setenta de la centuria pasada colocó en la mira de sus acciones belicistas, al medio oriente. El petróleo de esa región hubo de conseguirlo a sangre y fuego.

Hay que dominar a Venezuela, se dijo. Pero se encontró con un problema mayor. En Venezuela se vive un profundo proceso de transformación revolucionaria. Impedirlo fue su nuevo objetivo. En abril del 2002, ejecutó un golpe de estado para derrocar al Presidente Hugo Chávez. El gobierno de EE. UU., presidido entonces por George Bush, fracasó.

Fracasaron pero no han cesado en su objetivo. A partir de entonces, comenzaron a diseñar una nueva estrategia intervencionista. La Secretaría de Estado y la de Defensa actuarían coordinadamente para darle continuidad al plan trazado. El Comando Sur, ubicado en Miami, sería el responsable conducirla. Para ello, activaron sus bases militares en Colombia. El Plan Colombia, sería la estafeta a través de la cual justificaría la ejecución de esta nueva estrategia.

Ante el impulso cada vez mayor que adquiría la revolución bolivariana, se plantearon detenerla. Sobre todo después de la larga lista de derrotas políticas que Venezuela le había propinado al imperio. La primera de ellas en Quebec, Canadá, Venezuela se reservó la mención al ALCA y planteó el reconocimiento de la democracia participativa, en la Declaración de Quebec, suscrita por los mandatarios del hemisferio. Fort Lauderdale (2005-Florida) y Mar del Plata (2005-Argentina), fueron dos escenarios en donde hicimos morder el polvo al imperio. Petrocaribe, el ALBA, Unasur y Celac, son nuevos modelos de integración hemisférica los cuales boicotearon hasta la saciedad. La creación de Telesur, la expulsión de la DEA, el intenso relacionamiento económico, diplomático y político con China, Rusia y la India. Las innumerables derrotas en la OEA, desde haber impedido que la Carta Democrática Interamericana fuese un documento punitivo contra los países del hemisferio, la aprobación de la Carta Social de las Américas, las pretensiones de monitorear a nuestro Gobierno planteado en el Consejo Permanente de dicho organismo hemisférico. Son solo algunas de las tantas derrotas que le hemos infringido.

A ellas los gobiernos de Estados Unidos están dando respuestas militares. Las bases militares existentes en Colombia son evidencia expresa de esta afirmación. Es por ello que, la estrategia política global de EE. UU. se complementa con su estrategia regional hacia Colombia. Alianza estratégica a través de la cual quieren imponer sus objetivos hegemónicos en la región.

La nueva ofensiva militar de EE. UU. en el hemisferio, si bien tiene en el Plan Colombia la base de su proyecto, va más allá de este. Es un plan nuevo con objetivos geopolíticos y geoestratégicos más amplios. El derrocamiento de los gobiernos progresistas de Aristide en Haiti, de Zelaya en Honduras, de Lugo en Paraguay, de Dilma en Brasil y las innumerables asonadas desestabilizadoras y golpistas contra la revolución bolivariana, han estado precedidas de una intensa campaña mediática, nacional e internacional, para hacerlos aparecer como gobiernos no democráticos.

Lo dicho por Trump no es, entonces, una más de sus desacertadas ocurrencias esquizofrénicas. El imperio actuaría de igual manera aún si otro fuese su presidente. El plan es restituir su poder hegemónico. Y, en ello, coinciden republicanos y demócratas de la extrema derecha neonazi estadounidense.

La pelea no es con los enanos del circo. Es con sus dueños. Ante esta realidad, cabe preguntarse: ¿Mantendrán los doce países que suscribieron la Declaración de Lima, su oposición a una invasión militar norteamericana contra la patria de Bolívar? Amanecerá y veremos: es la hora de la chiquitica. La posición que se asuma será amarga o dulce.

 

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