El diario plural del Zulia

La historia como el tarot de la política, por Norberto José Olivar

Dice Don Elías Pino Iturrieta que, en ciertos momentos críticos, acude a la memoria del proceso independentista a ver si consigue alguna luz que permita orientar las angustias presentes. Don Elías termina aceptando el fracaso de semejante pretensión. Y para consuelo, cita el caso del diputado López Méndez, cuando el 3 de julio de 1811 declaró su perplejidad ante la próxima formalización del gesto emancipador: “No tengo ideas claras sobre el desafío de la independencia”, confesó. Quizás el atribulado representante también buscaba en la historia del mundo un faro que lo guiara, pero supone uno que nada encontró porque, como se sabe, la historia no se repite, pero sí sigue su cauce con todo lo que arrastra.

Don Mario Briceño Iragorry pensaba algo similar. Escribió que la historia servía para “pintarnos” el proceso donde se había perdido el paso cívico, y no para andar por ahí justificando ínfulas caudillistas.

Don Elías escribe en 2016. Don Mario en 1951. Y de cierto, el común de la gente exige a los historiadores precisiones de adivinación, como si la historia fuera el tarot de la política o cosa parecida. No sabe la gente que esta idea excesiva no es más que una manifestación cruel de nuestra estupidez. Es decir, deja en evidencia la debilidad de nuestro aparato imaginario y quien lo advierte no hace más que aprovecharse. Me explico: en agosto del año pasado, leí un increíble artículo de Juan José Millás. Leer novelas fortalece el Aparato Imaginario, donde asegura que hay un tipo de conocimiento sobre la realidad que solo se adquiere con la literatura. Afirma que no se trata de leer para saber dónde queda el Polo Norte, sino para percibir un montón de cosas contradictorias e inexplicables que son imposibles de cuantificar, pero que misteriosamente nos resguardan de manipulaciones y mil necedades, y vaya usted a saber el porqué, hacen que estemos de acuerdo o no con determinados aspectos o propuestas sobrevenidas de la realidad.

El que lee literatura (novelas, historia) al menos no se predispone a la aceptación de explicaciones prefabricadas, sino que tales discursos son filtrados, digamos, pasados por un “prejuicio de validez” del que solo la literatura puede proveer a nuestro interior. O en palabras de Millás: el fortalecimiento del aparato imaginario. Y que sin duda nos acerca más a esa indefinible idea de cultura como “algo que nos sostiene, que ninguno de nosotros sería lo suficientemente sabio” para definir. Esto es lo que nos permite alzarnos por encima del “estado de naturaleza y progresar hacia la perfecta civilización” (Gadamer, 1993). Entendida esta perfección, por supuesto, como una constante insatisfacción y búsqueda.

Así la historia, aunque rezonguen algunos, no es más que un género de la literatura. Y mucho se dice con esto. De manera que la historia no es para informarse quién firmó primero el Acta de Independencia, o hacia qué lado rodó la cabeza de María Antonieta, sino para captar aquello que, como dice Millás, es intangible y no puede explicarse. Recordemos la singular disquisición del tiempo que expresó San Agustín y que nos muestra las dificultades de pensar en estos asuntos: “Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”. Resulta que Don Mario Briceño Iragorry se aproximó a estas escurridizas certezas, en 1951. Ya lo dije. En una larga conferencia, en la Casa del Escritor, refiriéndose al sentido que se debe dar al pasado dijo, y dejó a muchos emponzoñados, que este: “ni se escribe, ni se graba, ni se mira, pero que se siente de mil maneras como un signo indeleble de la sustancia social”. Entenderlo, asegura, es tanto como captar el secreto de una sociedad. Podemos pensar, entonces, que si logramos enlazar el presente con esas sensaciones inexplicables e incuantificables que configuran nuestra historia (literatura),y que sin duda constituyen la médula de la misma, quizás encontraríamos algunas luces que tutelen y hasta encaminen nuestros pasos cívicos tan descarrilados últimamente.

 

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