El diario plural del Zulia

La familia, comunidad de amor, por Antonio Pérez Esclarín

La celebración del Día de la Madre me brinda una excelente oportunidad para insistir en la necesidad de cuidar y proteger la familia, y para ello, de un modo muy especial, fortalecer la pareja. El matrimonio debe concebirse como un noviazgo eterno, que exige mucho cuidado, abnegación y disciplina. La indiferencia lo gasta y la violencia lo destruye. Para mantener vivo el amor y poder superar las dificultades y conflictos que sin duda vendrán, es muy importante cuidar los detalles; mantener el buen humor; evitar las ofensas y gritos; ser muy comprensivos con los cansancios, problemas y preocupaciones del otro; cuidarse físicamente para poder ser una ofrenda más agradable; evitar todo lo que desagrada al compañero o compañera; alabar lo que hace bien o le cae bien (comida, corte de cabello, ropa…); ser honesto y muy sincero; aceptar la familia del otro; evitar la rutina y la monotonía en todo, también y especialmente, en la vida sexual; escuchar con atención y comunicarse siempre. Si al amor de pareja hay que alimentarlo todos los días, el primer alimento debe ser la palabra. Conversar ante cualquier destello de lejanía, de indiferencia, de cansancio. Si hogar viene de hoguera, el matrimonio debe ser juego y fuego, detalle y pasión. No olvidemos que si uno no alimenta el fuego, se apaga, y sólo queda el sabor amargo de cenizas. Lo mismo pasa con el amor. Por ello, no ama el que prende el fuego, sino el que lo conserva. Enamorarse es fácil, lo difícil es mantenerse cada día más enamorado. El tiempo es para el amor como el viento para el fuego: si es débil, el viento lo apaga; pero si es fuerte, el viento lo aviva. Y no olvidemos nunca que la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es el recuerdo de unos padres que se respetaban y querían.

El amor verdadero es siempre fecundo: engendra hijos, ilusiones, sueños, metas, entrega a los demás. El amor de pareja no sólo debe irradiar a los hijos y resto de la familia, sino que debe extenderse a todos los demás. Una familia que viva encerrada en sí misma, pendiente sólo del dinero y el progreso material, sin ojos, oídos y manos para las necesidades de los demás, no está alimentada por un verdadero amor. La familia debe concebirse como una comunidad solidaria de personas que tratan de vivir un ideal común de justicia y solidaridad y se esfuerzan en avanzar hacia él. Lo mejor que pueden hacer los padres por sus hijos es enseñarles a ser sensibles ante el sufrimiento de los demás, responsables, generosos y muy solidarios.

Hoy hay mucho miedo a exigir a los hijos, miedo a que se disgusten o enfaden. Hay una especie de complejo de inferioridad con respecto a ellos que está haciendo mucho daño a la sociedad y a las familias. Una persona no exigida es una persona no valorada. Uno puede dar lo mejor de sí cuando es exigido. Lo peor que podemos hacer por los hijos es permitirles todo, pues crecerán caprichosos, sin voluntad, y serán personas que ocasionarán luego mucho sufrimiento y muchos daños.

La exigencia debe estar acompañada de una gran comprensión y sobre todo, del ejemplo. No olvidemos nunca que los padres son modelos para sus hijos, y que estos harán lo que les vean hacer a ellos, no lo que les digan que hagan, si ellos no lo hacen.

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