El diario plural del Zulia

La despedida, por Ángel Lombardi

No acostumbro ver por televisión, y mucho menos obligado por el tema de las cadenas, las peroratas de los jerarcas del régimen porque mi cordura mental se resiente y debo tratar de preservarla para los mejores tiempos que están por llegar. Aún así, saliendo de la panadería, un señor me dijo que estaba escuchando en la radio a un Maduro muy bravo y amenazante. Por curiosidad, al llegar a mi casa, decidí romper mi promesa porque en estos días percibo una atmósfera con la misma textura de la película danesa: Melancholia (2011).

El mitin, de muy baja calidad, por la oratoria arrabalera y pendenciera acostumbrada, me dio pena ajena. Una tarima sin la magnificencia y oropeles de los que se hacía adornar su predecesor mesiánico; y un público, los arrodillados de siempre, anecdótico y escuálido, la verdad sea dicha, apenas mostrado de refilón por un camarógrafo entrenado en los encuadres cerrados. Todo el escenario muy indigno para una voluntad de poder con aspiraciones de inmortalidad política. Además, Maduro, el Presidente, con apenas 10 % de popularidad, estuvo solo en una alocución que bautizaron como de apoyo del sector obrero del país. Y cuando digo solo es sin la compañía de los jerarcas del régimen, los miembros más conspicuos de la oligarquía socialista hoy en el poder.

Luego de escuchar los lugares comunes: que somos potencia, que no volverán los adecos y copeyanos, que el socialismo es eterno y económicamente productivo y saludable, que la guerra económica está siendo derrotada, que la oligarquía es el demonio y el Imperio (USA) su financista, que la cesta ticket de 45 mil bolívares nos va a salvar del hambre, que la miseria está siendo reducida y que en 2018 será de un 0 %, además de la fijación ya enfermiza por Capriles y Ramos Allup a los que tacha de fascistas y otras fantasías repetidas mil veces, el epicentro del discurso sonó a despedida.

No obstante, Maduro, carece de la clase y la elegancia de los músicos del Titanic que tocaron con gallardía sus últimas melodías mientras el agua les iba subiendo al cuello. Maduro está desesperado y es incapaz de disimulo; olfatea su “muerte política” de la misma forma que hoy los venezolanos vivimos en una Venezuela arruinada y destruida por sus cuatro costados. El centro de su discurso es que lo iban a derrocar, que había una conspiración en curso para sacarlo del poder y él exigía que el pueblo, ese mismo que hoy le apoya con un escuálido 10 %, lo salve y lo restituya.

Los ciudadanos, los comunes, no tumbamos a nadie, carecemos de los medios para ello, además, a la mayoría, nos anima un sentimiento de civilidad y paz bajo los postulados libertarios de la Constitución hoy vigente. La despedida de Maduro, vía referendo, es la ruta menos traumática para empezar a recomponer al país. La Gran Marcha de este 1 de septiembre, fue un acto de protesta cívica legítima de toda una sociedad cansada y maltratada por una de las gestiones gubernamentales más nocivas que la historia nacional recuerde.

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