El diario plural del Zulia

La condecoración, por Énder Arenas Barrios

Una condecoración es una insignia que se concede como honor y distinción. Suele consistir en una pieza metálica con forma determinada, en la que se graban imágenes o inscripciones, y que suele ir prendida del pecho o colgada del cuello.

Imaginemos, solo por un momento, al vicepresidente Tarek El Aissami, entrando a las Naciones Unidas con tal condecoración en el pecho: Medalla que distingue al portador de esta medalla por ser el mejor en su especialidad, la gente puede pensar que la medalla le fue otorgada gracias a la ignorancia del presidente Maduro quien califico a El Aissami como el mejor ministro del Interior y Justicia de la historia del país.

Advierto que este ya es un juicio de delito de “lesa historia”, en el sentido que el juicio de Maduro ofende a la historia. Pero no, el señor vicepresidente sabe que él no ha sido el mejor ministro de Interior y Justicia de la historia, ni siquiera de los últimos veinte años.

El ministro lleva con orgullo esa condecoración porque ha sido señalado de narcotraficante por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos y él la ve como una condecoración por ser revolucionario.

Por supuesto, si el vicepresidente jamás se ha visto sí mismo como un narcotraficante, porque en la naturaleza de los revolucionarios toda acción aun aquella en la que se le causa un profundo daño a otros siempre se justifica revolucionariamente, aunque nadie sabe qué carajo es eso.

En estos dieciocho años se ha impuesto el cuento en el que se nos dice que los chavistas son honestos per se, son unos tipos incapaces de una vagabundería, son los buenazos de la patria, en fin son los ángeles revolucionarios que son atacados a diario por el maldito imperio, por la prensa lacaya y la burguesía criolla en alianza con el gran capital.

Lo jodido de este cuento es que ha pasado a ser una verdadera interpretación nacional, por supuesto solo en clave chavista. No hay manera de ver las cosas de otra forma, los muchachos de la revolución pasan por ser de lo más decentes.

Pero resulta que en estos dieciocho años nuestros revolucionarios han devenido en pequeños, medianos y grandes delincuentes. En verdad estos tipos se instalaron hace rato en el Palacio de Gobierno con la promesa de redimir al pueblo, mantenerse inmaculados mientras administraban espléndidamente el sueldito de presidente, de ministro o de pequeños enchufados se han paseado por todas las formas inimaginables de delinquir, desde el pequeño e inadvertido robo practicado por no pocos militantes rasos como, por ejemplo, sacarle un paquete de harina PAN de los dos que trae la caja CLAP, sacarle el paquete de arroz y de aceite, pera luego venderlo hasta tres veces su valor y además aumentarle hasta dos mil bolívares a la famosa caja que ya es el símbolo venezolano de la precariedad, pasando por todas las alcabalas de la administración pública, donde, por ejemplo, el tipo de franelita roja cobra 500 mil bolívares para que el pasaporte te llegue en un mes a más tardar, hasta llegar a formas más sofisticadas de latrocinio y vagabunderías, por ejemplo, aprovecharse del control de cambio, por ejemplo, comprar dólares a diez bolívares y venderlos digamos que a tres mil, comprar “sofisticadas” chatarras militares con sobreprecio donde el espartano e impoluto generalato se pasa por el bolsillo una jugosa comisión, vender pasaportes a quince mil dólares, distraer fondos públicos y depositarlos en paraísos fiscales y bancos de dudosa reputación por el blanqueo de capitales y lo último y peligroso incursionar en el terrible delito de trafi car con drogas.

Creo que me quedo corto, pero, que eso lo sepamos todos en este país no le importa para nada a la pandillita que nos roba y que ha logrado el arrechísimo milagro de arruinar al país. Al contrario, las denuncias sirven para homenajearlos, para rendirles honores y hasta para ser llamados los mejores hijos de Bolívar.

 

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