El diario plural del Zulia

Invasión: La negociación como antídoto, por Vladimir Villegas

Me sumo a la amplia gama de sectores nacionales e internacionales que rechazan la opción militar que el gobierno del presidente norteamericano Donald Trump estaría considerando como alternativa en el caso de Venezuela. No puedo aplaudir ni callar frente a una amenaza de esa naturaleza. No creo en “soluciones” de ese tipo. No puedo alentar invasiones ni tutelajes, vengan de donde vengan.

Tampoco clamo por sanciones económicas que finalmente afectarían a las grandes mayorías y le darían un argumento perfecto a quienes gobiernan para agitar banderas supuestamente nacionalistas, con el objeto de distraer la atención sobre la grave crisis del país y apretar el alicate a lo interno.

En días pasados di a conocer este punto de vista en mi cuenta provisional de Twitter la oficial sigue hackeada– y me sorprendió la cantidad de mensajes en los cuales se me acusaba de vendido al Gobierno y guabinoso por no respaldar una eventual invasión a Venezuela. Es lamentable que algunos compatriotas (cuidado si la cifra es mayor de lo que imaginamos) crean que esa es la salida.

Podemos atribuir esa postura a la desesperación frente al abuso de poder, la represión, la crisis económica en la cual este Gobierno ha sumido a Venezuela, a una falta de valores patrióticos o a la convicción de que no existe otra manera de producir un cambio en el país. La verdad es que, lamentablemente, no hay unanimidad en el rechazo a ese posible escenario.

Ciertamente estamos ante un Gobierno que ha traspasado los límites en materia de violación a los Derechos Humanos. No existe debido proceso en nuestro país. La policía política parece tener más poder incluso que el más alto tribunal. Hay decenas de presos incomunicados, civiles procesados por tribunales militares, numerosos asesinatos impunes de ciudadanos en protestas.

Y a eso se agrega el empobrecimiento de la población por una política económica sencillamente desastrosa. A la par, siempre andan inventando cómo espantar, con artilugios y maniobrillas de todo pelaje, la necesaria salida pacífica, democrática, constitucional y electoral.

Desde el Gobierno han dicho que quienes se le oponen, protestan y critican están alentando una intervención militar. Cuidado si quienes detentan el poder con arrogancia, ignorando a una buena parte del país y disfrazando la venganza de justicia son los que terminan atrayendo esos demonios. Abundan los ejemplos en el mundo. Así que la mejor manera de desinflar el peligro de que un acto violento, como lo es una intervención militar, y de que este concite simpatías dentro y fuera de Venezuela, es promover un acuerdo político para que entre venezolanos resolvamos nuestro conflicto, con la Constitución como guía. Aquí tendrían que poner de su parte tanto el Gobierno como la oposición.

De lo contrario, cuando dos no se ponen de acuerdo siempre vendrá un tercero a decidir. El repudio a la llamada “opción militar” no tiene por qué ser equiparado con un acto de apoyo al Gobierno actual. Es un tema de principios. No creo que ninguna potencia deba atribuirse el derecho a intervenir militarmente en otro país, haciendo caso omiso del derecho internacional. Llámese China, Estados Unidos, Rusia, Francia o Reino Unido.

Una cosa es que la comunidad internacional active mecanismos diplomáticos para que quienes detentan el poder en Venezuela actúen apegados a sus obligaciones en materia de derechos humanos y otra acompañar esa opción que, como hemos visto en otras latitudes y seguimos viendo  podría resultar peor el remedio que la enfermedad.

No deja de llamar la atención que buena parte de los 17 países que participaron en la reciente cumbre de cancilleres de Lima, en la cual hubo duros y frontales señalamientos contra el gobierno de Nicolás Maduro, hoy le hayan salido al paso a esa eventual intervención militar norteamericana en tierras venezolanas.

El propio presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, le manifestó a su visitante, el vicepresidente estadounidense Michael Pence, que debe descartarse una acción de esa naturaleza. Hasta la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD), en un comunicado muy tí- mido, se ha desmarcado de esa eventual utilización de la opción militar por parte “ de cualquier potencia”.

Me resisto a creer que estemos condenados a seguir como vamos. O que las alternativas sean un golpe de Estado, una guerra civil o una intervención extranjera. Tiene que haber una mejor opción. Venezuela no merece ninguna de ellas.

No es tiempo de jugar al antiimperialismo con marchas y consignas ya gastadas de tanto uso, y que a la hora de la chiquitica no sirven para nada. Es hora de dar los pasos que estimulen una solución en el marco de una negociación política, con el apoyo de factores internacionales que garanticen el cumplimiento de los acuerdos.

Y no es porque Trump enseñe los dientes, es porque la supuesta paz que trajo la Constituyente de Maduro y el PSUV es, más que frágil, ficticia. Estamos sentados sobre un volcán.

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