El diario plural del Zulia

Fidel y los dilemas del socialismo, por Vladimir Villegas

La muerte de Fidel Castro es uno de los principales acontecimientos de 2016, y la otra noticia que resalta también tiene que ver con Cuba, el restablecimiento de relaciones entre la diminuta isla caribeña y los Estados Unidos de Norteamérica. Ambos hechos tienen indiscutible importancia, que ya viene siendo analizada desde todas las ópticas posibles. Fidel es una gura histórica de primer orden, frente a la cual hay grandes apegos y a la vez grandes rechazos.

En el plano internacional, Cuba bajo su liderazgo se constituyó en una referencia para la izquierda y para muchos países del llamado “tercer mundo”. Más allá del carisma de un líder, más allá de la épica que rodeó su llegada al poder al mando de los barbudos que derrocaron al dictador Fulgencio Batista, y de importantes logros en materia de salud, educación y deportes que se abonan a la cuenta de la revolución cubana, el nombre del desaparecido dirigente cubano está asociado a un modelo socialista que se vino abajo en la Unión Soviética y en Europa del Este.

Cuba sobrevivió a ese deslave y al bloqueo norteamericano. Pero el pueblo cubano pagó y ha pagado un alto costo en privaciones de distinta índole. Es evidente que la muerte de Fidel ha desatado pasiones. Hay esta en el exilio cubano de Miami, pero a la vez luto y dolor en su Cuba natal, donde forjó su liderazgo desde muy joven. Pudiéramos decir que existieron dos Fidel: el que encarnó el ideal de justicia y de defensa de la independencia y soberanía, y el otro, el que dirigió la construcción de un modelo socialista basado en un férreo control del poder y la imposición del pensamiento único, sobre la base de una dura represión a la disidencia interna y el uso de los medios de comunicación como instrumentos de homogeneización de la sociedad.

Más allá de las características de un liderazgo carismático que cautivó a millones de personas dentro y fuera de Cuba, lo esencial es que ese modelo de sociedad uniforme, basada en principios de obediencia y no de amplia y abierta discusión de los asuntos nacionales e internacionales, pudo imponerse a un costo social muy elevado, el de la subordinación de los derechos políticos a la monolítica dirección de un partido único, confundido con el Gobierno y con el Estado. Y en lo económico, la supresión por décadas de la iniciativa privada, la castración de las posibilidades de desarrollo de las fuerzas productivas. Y por ende, la consolidación de un modo de vida asentado sobre la escasez de bienes esenciales. El bloqueo económico es un elemento que agravó las penurias de los cubanos, pero más allá de esa realidad, en el fondo ese experimento socialista no se diferenció del que se vino abajo con la caída de la Unión Soviética. Ese modelo nunca pudo ganar la batalla de la productividad, impidió el libre desarrollo de la capacidad de emprendimiento del ser humano. Todo en nombre de la construcción de una sociedad de iguales...

El reto para la izquierda de este tiempo es precisamente deslastrarse de la visión mesiánica que ha caracterizado a sus líderes. Por ejemplo, cómo se puede hablar de una sociedad justa cuando se impide la libre entrada y salida de los ciudadanos en su propio país, o cuando el Estado decide lo que puedo o no leer, o si puedo o no tener acceso a la nuevas tecnologías. El peor pecado del socialismo conocido fue y es su conflicto existencial con los principios asociados a la libertad del ser humano. Una propuesta alternativa se convierte en peor remedio que la enfermedad cuando deriva en un modelo autoritario en el cual el ejercicio del poder, por mucho que supuestamente se haga en nombre del pueblo, termina en pocas manos, con las consecuencias negativas ya evidenciadas a lo largo de los años. Justicia y libertad o van de la mano o se convierten en una quimera.

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