El diario plural del Zulia

España en la independencia de América, por Ángel Rafael Lombardi Boscán

Para la historiografía más tradicionalista española, la América de Colón, Cortés, Pizarro, Las Casas, Isabel y Fernando del siglo XVI quedó atrapado en su imaginario colectivo de forma admirativa. De hecho todos los 12 de octubre de cada año en Madrid representa el “Día de la Hispanidad” con des le militar incluido y asistencia entusiasta de sus reyes y ciudadanos.

La España cuando fue Imperio de la mano de Carlos V (1500-1558) y Felipe II (1527-1598) se sintió muy orgullosa de la conquista de América (1492); la expulsión de los moros de Granada (1492) y la lucha contra los infieles otomanos y protestantes en defensa del catolicismo romano más ortodoxo. El sol nunca se ponía en sus dominios extensos desde América pasando por media Europa, el norte de África y hasta las mismas Filipinas. Un siglo XVI y XVII rebosantes de grandeza histórica. No obstante, la decadencia no tardó en llegar y se consumó básicamente con la pérdida de sus colonias americanas a comienzos del siglo XIX.

España ni se enteró de Ayacucho en 1824. Está demostrada la indiferencia de la Metrópoli sobre la insurgencia americana iniciada en la segunda mitad del siglo XVIII. ¿Cómo entender esto? Porque España fue invadida por Napoleón Bonaparte y los ejércitos franceses entre 1808 y 1814, librando su propia Guerra de la Independencia, asunto este desconocido para la gran mayoría. Es por ello que la tesis de Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936) sobre la existencia de una guerra civil en las independencias americanas es una de las más acertadas para explicar ese convulsionado proceso. Americanos, españoles luchando entre sí: unos partidarios de la monarquía, la inmensa mayoría, y otros soñando con una nueva nación bajo los postulados de las corrientes filosóficas más modernas de la época bajo la inspiración de la Ilustración, aunque esta intención haya quedado reducida a solo una parte de la elite mantuana, no a toda, los más radicales como Miranda y Bolívar básicamente. La inmensa mayoría de la población mestiza, negra esclava e indígena fueron apenas unos convidados de piedra.

Habrá que esperar a la guerra con los Estados Unidos en Cuba (1898) para que los españoles en la península tengan un reencuentro dolorido con una América hasta entonces, prácticamente, desaparecida y reducida solamente a las islas de Cuba y Puerto Rico.

Visto esta situación, de una Metrópoli incapaz de ejercer sus funciones por la suma de circunstancias adversas a las que tuvo que hacer frente, todavía nos causa asombro y sorpresa, las resistencias que existieron de parte de un sector hispanoamericano mayoritario, partidario de mantenerse bajo el régimen monárquico español. De igual manera merece nuestra atención los esfuerzos realizados por el gobierno peninsular a partir de 1814, por impedir mediante el uso de la fuerza el triunfo de los separatistas, llamados en la época “rebeldes”, dentro de unas circunstancias de extrema precariedad para mantener un esfuerzo de guerra prolongado en unos escenarios caracterizados por el gigantismo y los adversos ambientes climáticos y geográficos típicos del trópico. A esto hay que agregar el problema de la distancia y las comunicaciones a través del Atlántico, en un período donde las luchas intercoloniales se encontraban en pleno apogeo y era fundamental poder contar con una robusta marina mercante y de guerra, que no era el caso precisamente de España.

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