El diario plural del Zulia

"En la búsqueda de la luz en el camino", por José Luis Zambrano Padauy

A veces destripo el reloj como si fuese una ruleta vulnerable y hostil. La duda perturba más que el propio estremecimiento del hecho. Se ha vuelto una constante. Ya no tan sorpresiva como irritante. Hoy tocará como ayer, pero resulta tan incierto e inoportuno. Aunque sea nuestra dosis diaria de consternación, sigo en mi irreparable pesadumbre por no aceptar que detengan mis quehaceres, porque al Gobierno siempre se le antoja el regalarme el caos en penumbras.

Otra vez se fue la luz. Reiterativa su carencia. Una y otra vez. Ni siquiera es puntual. Nos embosca con su telaraña de oscuras sensaciones. No son fallas eléctricas. Son fallas de humanismo. No me trago el mismo cuento en cucharadas. Desgasto la batería del celular, enviándoles las mismas quejas de todos los días, a mis amigos más tolerantes, que a medias entienden que los busco como un desahogo empecinado.

El televisor sólo sirve de repisa. Con el apagón de la semana pasada, no emite ni un chiflido. Estos cortes eléctricos son a destajo. Como si nos rebanaran los sesos a quebrantos. No tiene turnos. Se va a cualquier hora y por espacios interminables. Pueden duran 120 minutos o días enteros. No sé si sea culpa de la derecha, de Neptuno, de un Eclipse en el Congo o de algún roedor que se trago el cable mental de quienes dirigen este país inservible.

Qué me importa si va o no el Presidente a la Cumbre de las Américas. Allá le deparaba una crítica irremplazable. Todos los mandatarios serían rigurosos para tildarlo de anarquista. De no tener la conciencia ni el país en orden. Que el poco ingenio que quedaba, se está yendo por las fronteras.

Ya nos tachan de refugiados. Necesitamos ciertamente un amparo, un abrigo; un sitio donde no nos corten la electricidad, nos alcance el sueldo no sólo para un día de comida y podamos resolver hasta el catarro. Por eso se deserta de esta debacle sin evasivas. Es un sinsentido que cobra fuerza, cuando los emigrantes les resuelven el sustento desde el exterior a sus seres queridos.

Me da risa que el Banco Mundial refiera con una pompa atinada, que todos los países latinoamericanos crecerán -frente a las eventuales disputas entre EEUU y China- , menos Venezuela. Así granicen diamantes, los gallinas empollen doblones de oro o se descubra una fórmula prodigiosa para fabricar riquezas, lo único que crecerá en nuestro territorio desplomado es la corrupción, el hambre y los anuncios eternos desde Miraflores para hacernos infelices.

No soy escéptico. No he perdido la esperanza, aunque no me quede ni un cabo de vela para apaciguar las tinieblas de otra madrugada sin luz. No siento que esta desgracia sea incorregible. Todos esperamos la noticia resplandeciente que nos enderece el humor. El hallazgo del camino a la libertad.

Que nos tomemos los medicamentos de nuestras mascotas frente a la escasez, nada de eso sorprende al mundo. En esta nación calamitosa puede ocurrir lo impensable. Quizá he comido hasta carne de borrico, camuflada como carne de primera. Hasta compramos huesos suculentos para hacer sopa. Pero existe ese pequeño espacio para la fe. Pues mis vocablos no son míos. Soy la voz de un territorio que quiere gritar sus estropicios. Pese a que mi país tiene el talento extremo de reír con la desdicha propia. Tal vez allí perdura el secreto para no desvanecernos en el lodo.

Trump no fue a la Cumbre, entretenido con sus juegos de guerra. El regente del régimen se quedó con las ganas de mostrar su descaro en público. Pero pese a hallarse tantos venezolanos sin servicio eléctrico, ya se hace causa común en casi todo el hemisferio, para que retorne la luz de la fe en el camino de una nación con tantos prodigios para el desarrollo.

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