El diario plural del Zulia

El juego de tronos de Simón Bolívar (1827-1828)

De 1827 a 1830 Bolívar vivió los “años del purgatorio”: el ocaso en vida de un héroe romántico aclamado hasta la saciedad por sus contemporáneos. Sus amantes triunfos militares en Boyacá (1819), Carabobo (1821), Pichincha (1822), Bomboná (1822), Junín (1824) y Ayacucho (1824) le catapultaron al Olimpo de la Historia. Luego, su vanidad, su inmensa egolatría, fue mellada por los peruanos que le rechazaron y nunca le perdonaron haber creado Bolivia cercenando su territorialidad original; por Páez que desde la “diplomacia” lo apartó de los asuntos venezolanos, mientras que Santander, le declaraba la “guerra total” por el control político del poder de la Gran Colombia cuyo epicentro residió en Bogotá, la capital.

Al igual que en la serie los “Juego de Tronos”, una exegesis del poder mundano que radiografía las intimidades de unas ambiciones tejidas por la tragedia que producen las guerras, las traiciones, venganzas y las más bajas pasiones humanas, Bolívar vivió esto en carne propia como actor principal.

Bolívar triunfó en la guerra y fracasó en la paz. En Bolívar hay varios personajes a la vez, en realidad, un permanente desdoblamiento psicológico. Para la tribuna de la historia quería presentarse como un republicano convencido subordinado a las leyes, aunque en la práctica, la institucionalidad que le rodeaba era un simulacro de buenas intenciones.

En sus cartas queda evidenciado que su precaria jefatura era un asunto de relaciones tribales entre “amigos” y subordinados y bajo el más poderoso de todos los condicionantes: el monopolio de la fuerza. Para Bolívar y sus rivales era vital tener el control del ejército.

Con Páez, en la distante Venezuela, Bolívar evitó la confrontación directa. No así con Santander. El principal valedor de Bolívar fue el mariscal Sucre, amante y contestado Presidente de Bolivia, y en menor medida, el general Urdaneta. La Gran Colombia (1819-1830) fue sólo una “ilusión ilustrada” (Luis Castro Leiva, 1943-1999), un parapeto jurídico que encubrió la anarquía reinante de centenares de reinos autónomos con su respectivo jefe comarcal, y de paso, pobres. En nada se parece esa historia de intrigas y miserias humanas al cuento oficial que las omite.

Se dice que Bolívar dictaba simultáneamente varias cartas a la vez, y la misma, a varios destinatarios distintos. Sin internet para la época las comunicaciones eran lentas y engorrosas, siempre a destiempo, lo cuál contribuía, a que cada jefe actuase por la libre y con ello se profundizaban los actos de sedición. El mito de la unidad gran colombiana entre distintos países y departamentos, es sólo eso, un gran mito.

Bolívar, instalado en Bogotá en 1827, procuró imponerse políticamente a las distintas facciones, sobre todo, a la más poderosa de todas, la del vicepresidente Santander. En la Convención de Ocaña en 1828, por las vías civilizadas, no hubo los acuerdos mínimos, lo que llevó a Bolívar a declarar la dictadura personal para luego sufrir en carne propia un atentado contra su vida en la “Conspiración Septembrina” de 1828. El Libertador se salvó por los pelos, y gracias a Manuelita, en su propio “Juego de Tronos”.

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