El diario plural del Zulia

El Enemigo de la felicidad, fábula sobre una leyenda anónima

Hay cosas que por sabidas se callan y por calladas se olvidan,  por que la memoria es frágil como una copa del fino cristal de Bohemia.
Por eso quiero narrar una fábula que mi Madre  me contó y a su vez la leyó de un libro de la Abuela, hace muchos años, tanto que nadie se acuerda, había una vez dos hermanos que fueron separados al nacer,  uno fue llamado Juan criado en una Mansión  pues había sido adoptado por un Comerciante rico, pero a pesar de vivir en la opulencia se mantenía muy triste, el fue visitado por el otro hermano llamado Carlos, quien había sido cuidado y educado por un campesino,  este hermano aún siendo muy pobre era un  hombrecito muy feliz y se esmeró en encontrar a su hermano, pues no tenía noticias de otros familiares. A partir de ese día,  Carlos visitaba a Juan todas las mañanas por su deseo de cambiar el rostro de su hermano, llegaba con guitarra en mano cantando y tarareando alegres canciones que relatan aventuras vivarachas, pues en su ratos de ocio se desempañaba de juglar. Una sonrisa se dibujaba en su fresca cara y su actitud para con la vida era siempre tranquila y alegre.
Un día el  Juan  lo mandó a llamar. Hermano-le dijo- ¿Cuál es tu secreto?¿Qué secreto?¿Cuál es el secreto de tu alegría? ¡No hay ningún secreto, Juan! No me mientas, chamo, o dejare de verte!
No te miento, no guardo ningún secreto. ¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿Por qué? Juan!, no tengo razones para estar triste. Tu me honras permitiéndome visitarte y atenderte, yo vivo en una casita en la  que “Taita” me dio una pieza, y en el patio me ha asignado un lote en el que siembro estoy  vestido y alimentado, y la cosecha  me premia de vez en cuando con algunas monedas para darme algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?.
¡Si no me dices ya mismo el secreto, no te hablaré más!, dijo el Juan. ¡¡Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado!! Pero, Hermano, no hay otro secreto. Nada me gustaría más que complacerte, te he recuperado y no quiero perderte, pero no hay nada que yo esté ocultando...Vete, ¡Vete antes de que llame al portero.
Carlos sonrió un poco apenado, hizo un gesto de incredulidad con su cara y salió de la habitación. Juan estaba como loco. No conseguía explicarse cómo el hermano estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de su Padrastro.
  Cuando se calmó, visitó a un Mago al que llamaban el Italiano y le contó su conversación de la mañana. ¿Por qué él es feliz? Preguntó, y el Mago entrando en trance le respondió: Ah, Juan, lo que sucede es que “Tú hermano” está fuera del círculo...¿Fuera del círculo? Así es. ¿Y eso es lo que lo hace feliz? No eso es lo que “No” lo hace infeliz.
Carajo!!
A ver si entiendo, ¿estar en el círculo te hace infeliz? Así es. ¿Y cómo salió? Nunca entró ¿Qué circulo es ese? El círculo del 69.
Verdaderamente, no entiendo nada. La única manera para que lo entienda, sería mostrárselo con hechos. ¿Cómo? Haciendo entrar a su hermano en el círculo. ¡Eso, obliguémoslo a entrar!
-No, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
-Entonces habrá que engañarlo.
-No hace falta. Se trata de ponerle en el dilema. 
-Si le damos la oportunidad, él entrará solito, solito. Son pocos los hombres tan grandes que sean capaces de resistir
¿Pero él no se dará cuenta de que eso será su infelicidad? No, al contrario. Pensará que es su fortuna.
-Y después, cuando se sienta infeliz, ¿no podrá salir?
-Sí se dará cuenta, pero no lo podrá evitar.
-¡A qué esperas, hagamos la prueba!

-, ¿Está dispuesto quizás a perder tu único hermano para poder entender la estructura del círculo?
-Sí total el siempre está riéndose, mientras yo no encuentro, alegría en nada de lo que hago.
-Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debe tener preparada una bolsa de cuero con 69 Morocotas de oro, ni una más ni una menos. ¡69!
-¿Qué más? 
-Nada más que la bolsa de cuero. Okey, hasta la noche. Dijo el Mago. 
-Hasta la noche rispoto Juan.
Así fue. Esa noche, el viejo Mago pasó a buscarle.
Juntos se escurrieron hasta los patios de la casa donde vivían Carlos y su Padrastro, se ocultaron junto a  unas herramientas de labranza. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el sabio Mago agarró la bolsa y pinchó en ella un papel que decía: “Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste.”
Luego ató la bolsa con el papel en la puerta, golpeó y volvió a esconderse.
Cuando Carlos  salió, el Mago y Juan  espiaban detrás de unas matas.
Carlos  vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció.
Apretó la mochila contra el pecho, miró hacia todos lados y cerró la puerta.
Entonces se arrimaron a la ventana para ver la escena.
 Carlos había tirado todo lo que había sobre la mesa,  dejando sólo la vela.
Se había sentado y había vaciado el contenido de la bolsa sobre la mesa. Sus ojos no podían creer lo que veían, ¡Era una montaña de monedas de oro! Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas, las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas.
Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis y mientras sumaba 10, 20,30, 40 hasta que formó la última pila:¡¡¡ 9 morocotas !
Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. “No puede ser”, pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja. ¡¡¡Me robaron -gritó- me robaron, malditos!!!
Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, la volteó, revisó  sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 69 Morocotas  de oro. “Sólo 69!!!.
69 morocotas es mucho dinero, pensó. ¡Pero me falta una moneda! Sesenta y nueve no es un número completo, pensaba, es que Bíblico es setenta veces siete.
!Setenta es un número entero, pero sesenta y nueve, no!
Juan  y el Mago miraban por la ventana, la cara del Muchacho ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y de la boca emanaba  un horrible ronquido, por el que se asomaban los dientes. Carlos guardó las monedas en la bolsa  mirando para todos lados por si alguno de la casa lo veía, escondió la bolsa entre los peroles.  Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar  para comprar su Morocota número Setenta?
Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más.
Con Setenta monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar, sería un hombre rico. Con setenta  monedas se puede vivir tranquilo. Obtuvo el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.
 “Doce años es mucho tiempo”, pensó. Y si termino mi servicio a las cinco de la tarde, podría trabajar en otro sitio hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo, en siete años reuniría el dinero. ¡¡¡Era demasiado tiempo!!! Era un sacrificio, pero en unos años de sacrificios llegaría a su moneda Setenta, así todas las filas serán iguales.
Carlos había entrado en el círculo del 69.-
Durante los siguientes meses, siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche.
Una mañana, Carlos  entró a la alcoba de Juan golpeando las puertas, refunfuñando y amargado.
-¿Qué te pasa?- preguntó el Juan de buen modo.
-¡Nada me pasa, nada me pasa!
-Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
-Te estoy visitando No? ¿Qué quieres, que fuera tu bufón y tu juglar también?
No pasó mucho tiempo antes de que Juan discutiera con Carlos y le pidiera que no volviera más.
No era agradable tener una visita siempre de mal humor!!!
Reflexión: Muchos de nosotros hemos entrado en el círculo que nos lleva a la avaricia, alguna vez sentimos que nos falta algo para estar completos, y pensamos que  sólo entonces podremos disfrutar de lo que tenemos.
Como siempre "falta" algo parece que la felicidad debe esperar hasta que todo esté completo... y entramos en un círculo en el que nunca podemos gozar de la vida.
Sin embargo el bienestar y la plenitud han de venir de adentro, y  no desde fuera, debes tener esto presente a lo largo de tu camino de vida.
Esta es la trampa del círculo,  no entendemos que con 69 y con menos podemos ser felices.  No podremos sentirnos plenos si nos centramos en esa moneda que creemos que falta y dejamos de valorar lo que tenemos; nunca estaremos "completos", siempre nos faltará algo.
 Perdemos lo que tenemos y pasamos la vida añorando lo que  sentimos que nos falta, se trata de necesidades superfluas, sembradas por la sociedad y el hombre, no creadas por Dios cuando con barro modelo a Este.
El secreto de la felicidad no está en el destino, sino en el camino, en cada momento lo encontramos, viaja con nosotros y si no le vemos también lo abandonamos.
Tres acciones nos alejan de la felicidad el ego, pensamientos tóxicos y nuestros miedos, apartémosles y nunca nos abandonará.
Recuerda que Dios nos habla y nosotros nos empeñamos en no escucharlo.
“Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo, conscientes de que el Señor los recompensará con la herencia. Ustedes sirven a Cristo el Señor.
Colosenses 3:23-24 | NV “
 Y quiero concluir como empecé, parafraseando un consejo de Mamá que  nos da la ubicación  de la felicidad: “La conformidad la premia Dios”.
Rodrigojosemendez
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