El diario plural del Zulia

Demos un chance a la paz, por Antonio Pérez Esclarín

No permitamos que  nos dominen  el  desaliento y  la desesperanza. Desoigamos los gritos que nos invitan a la intolerancia, el  odio y la violencia. En estos días, más que nunca, cultivemos la sonrisa, la ternura, la amabilidad, el perdón.  Venezuela  tiene un hermoso futuro  de progreso, justicia, convivencia y paz. Futuro que debemos construir entre todos y para todos.

Para  levantarnos  con decisión de esta ya demasiado larga crisis que nos sigue manteniendo en el sobresalto y la zozobra,  necesitamos aprender a escucharnos con respeto y con cariño. No podemos seguir divididos, rotos, terriblemente polarizados. Las palabras, en vez de ser puentes de unión y encuentro,  son muros que nos separan y alejan.

Palabras convertidas en rumor que sobresalta; en grito o bofetada que busca ofender, desprestigiar, destruir;  en imagen que se ceba en la violencia y la alimenta.  Palabras, montones de palabras muertas,  sin contenido, sin verdad. Dichas sin el menor respeto a uno mismo ni a los demás, para salir del paso, para confundir, para ganar tiempo, para acusar a otro, sin importar que sea inocente, para sacudirse de la propia responsabilidad.

No aceptemos ninguna palabra ofensiva, descalificadora, sembradora de división y de  violencia. No aceptemos ni sigamos  tampoco a los que las dicen, los que confunden sospechas con seguridades, los que acusan sin pruebas contundentes, los que afirman como cierto lo que sólo son rumores o saben que es mentira.

En ambos extremos de la polarización,  se repiten los  llamados al diálogo y la negociación, pero no vemos disposición a encontrarse con el otro y su verdad. Se pretende que el otro ceda, sin yo moverme ni un milímetro. Es siempre el otro el cerrado, el intransigente, el que está en el error o guarda cartas ocultas bajo la manga. El diálogo verdadero implica voluntad de quererse entender y comprender, disposición a encontrar alternativas positivas para todos, opción radical por la sinceridad, respeto inquebrantable a la verdad que detesta y huye del prejuicio y  la mentira.

Necesitamos escuchar y también  escucharnos. Escuchar nuestro silencio para ver qué hay detrás de nuestras palabras, de nuestros sentimientos, de nuestras convicciones, de nuestros gritos, de nuestro comportamiento y vida que, con frecuencia, ahogan nuestras palabras. Necesitamos escucharnos para llegar  al corazón de nuestra verdad pues, con frecuencia, repetimos  fórmulas vacías, frases huecas, gritos y consignas que nos ponen en los labios, e incluso nos hemos acostumbrado a mentir tanto que estamos convencidos de que son ciertas nuestras mentiras.

Necesitamos también Aprender a mirarnos, para ser capaces de vernos como conciudadanos y hermanos y ya no como rivales o enemigos. “Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo se ve bien con el corazón”, escribió Saint Exupery en El Principito.  La mirada con el corazón se esfuerza por comprender al otro y es capaz de acercarse a su dolor, su agresividad, sus problemas, su hambre.

Mirada cariñosa  que acoge, estimula, supera las barreras, da fuerza, genera confianza, construye puentes. Mirada capaz de verse en los ojos del otro, que se pregunta por qué lo veo así y por qué él me ve de esta manera. Mirada profunda, crítica, que trata de ir al fondo de los conflictos y problemas,  y no se contenta con explicaciones superficiales, con repetir slogans, consignas,  frases hechas, o lo que  dicen “los míos”.  Mirada amorosa que no excluye a nadie, sino que incluye, acompaña, respeta, genera confianza. Mirada, en consecuencia creadora, capaz de ver al hermano en el rival, el país posible en nuestro actual desconcierto y división.

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