El diario plural del Zulia

De Henry Ramos a Wuilly Arteaga, por

Hace solo un año, Henry Ramos se transformó en el ídolo de todas las generaciones de venezolanos mayores de 15 años. Todos los venezolanos estaban locos para dibujar corazones en sus twitter, en sus mensajes. La gente gritaba hurras a cada expresión rebelde de Ramos. Pero los corazones en los mensajes de Ramos fueron efímeros.

Era lógico, bastaba que Ramos, el político, verbalizara racionalidad como elemento fundamental de la política para que Ramos perdiera el amor de la gente. También era lógico porque el país y sus paisanos han vivido en y del drama desde años ancestrales, solo que Chávez le devolvió al drama una presencia solida que se escapo de las radionovelas, de las fotonovelas y de las telenovelas y las entronizo a todo lo que hacíamos y dejáramos de hacer. De allí que el venezolano piense que el único crimen justificable es el crimen pasional.

Pero es la política la actividad central de la dramatización de la vida del país, hasta el punto que escuchar a Chávez era como escuchar la increíble vida, después que dejo el orfanato, de Cristina Esposito, solo que a esta se convirtió en estrella del modelaje bajo el nombre de “Cristal” y el cadete Chávez que entro a la Academia Militar de vainita, por sus “dotes” de pitcher zurdo, se convirtió en el “comandante eterno” que en el fondo es casi la misma vaina.

Así las cosas, la furia que desata Ramos hoy en día es el resultado del proceso mediante la cual la política dejo de ser una acción racional, que si bien en democracia tiene un carácter interactivo, es sobre todo acción instrumental y de cálculo, para convertirse en una acción impulsada por las emociones, la irracionalidad y en la que el dolor producido por mas de cien asesinatos producidos por los cuerpos de represión del régimen le sirve de excusa a algunos sectores de la oposición radical para denigrar de la política y de los políticos de los partidos políticos inscritos en la MUD como traidores a los nuevos libertadores de la República.

En el contexto de la dramatización con que se vive en la política de estos días donde se oponen los “libertadores” a los “traidores” es mucho más fácil asumir el discurso, obviamente noble, seguramente sincero, del joven Wuilly Arteaga, el ícono de la persecución fascista, a quien el régimen ha tratado con saña y crueldad que el discurso racional de Ramos. Son dos narrativas distintas. Pero, uno, el drama vivido por el violinista se metaboliza en el hígado y es tierra fértil para que, por ejemplo, María Corina Machado, una especie de Lupita Ferrer reina del teledarama venezolano, llore, patalee y grite enervada de tanta pataleta: “vamos a Mira ores, abajo los traidores de la MUD” y la secunden otros actores del drama: Marianela Salazar, Nitu Pérez Osuna, el primer actor Carlos Blanco y el actor de carácter Armando Duran.

La otra narrativa la de Ramos es más difícil, porque implica hacer política, como la posibilidad de negociar, pactar, acordar salidas pacificas y democráticas, desdramatizando la política recuperándola como actividad racional donde se reconozcan los actores sociales y políticas como adversarios y evitar escenarios donde los muertos ya no tengan nombres, no tengan padres, madres, esposas e hijos y hermanos, que solo sean estadísticas y que sean enterradas en fosas comunes. En n quitarle al Gobierno la posibilidad de convertir la política en una actividad perversa donde la vecindad entre la vida y la muerte no exista.

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