"Cruz de mayo", por Jesús Salom Crespo
El 01 de mayo, Día del Trabajador, fue una jornada para reivindicar las luchas de los hombres y mujeres -en algunos casos, de niños- que con su labor diaria buscan el propósito vital de obtener mejores condiciones de vida e impulsar la producción, la productividad y la competitividad de la organización a la cual prestan servicio. En esencia, el trabajador hace lo posible por legar un mundo mejor a la humanidad.
En la Venezuela de estos años sombríos, la posibilidad de lograr una mejor calidad de vida queda descartada porque las políticas públicas no responden a la realidad económica ni a las demandas tanto del empresario como del trabajador y de la población que exigen libertad para hacer más llevadera la crisis que les agobia a todos por igual y es el nudo gordiano que impide avanzar hacia un desarrollo sostenible, el cual no puede estar constreñido por la absurdidad de una normativa que cierra espacios para impedir el desempeño laboral.
Así las cosas, el desmontaje del andamiaje que sostiene a un modelo político-económico disfuncional es fundamental para Venezuela. Cualquier política pública que obvie esta realidad será como endulzar una gran taza de café con un grano de azúcar. Desde esta perspectiva, los aumentos compulsivos de sueldos y pensiones y la creación de bonos sin sostén presupuestario y emitidos sin control alguno, no significarán un mejoramiento en la calidad de vida de la familia del trabajador, pensionado o receptor de esos instrumentos de control social. Es una ilusión creada para sostener el poder.
Al contrario de lo que pueda creerse y la propaganda difunda, son un poderoso alimento para el crecimiento desmedido de ese monstruo que es la hiperinflación. Las leyes implacables del mercado se imponen por más que se les quiera someter con una camisa de fuerza. Como consecuencia, empobrece a los ya alicaídos pobres, a la extinta clase media y a los que ejercen las profesiones liberales, llevándoles hasta el paroxismo de la desesperación. El déficit fiscal nos hunde en la miseria.
En este contexto, la universidad, que fue despojada de su autonomía para negociar acuerdos laborales con los gremios –y estos de las Normas de Homologación- siente el peso de la espada de Damocles que es la cuestión salarial, porque el personal altamente calificado se siente desvalorizado y desmotivado por las condiciones laborales. Estamos atados de manos para reclutar personal que cubra las vacantes de los que renuncian, pues ¿Qué remuneración y condiciones atractivas podemos ofrecer? La reactivación de conflictos laborales ya empieza a tomar forma. ¿Cómo podremos atenderlos si no tenemos poder de decisión?