El diario plural del Zulia

Banderas del Rey, por Ángel Rafael Lombardi Boscán

E l periodo de la Independencia (1819-1823) sigue estando sometido a una visión idílica y mitológica, en realidad, escolar, que tuerce su real sentido histórico. El venezolano común entiende el nacimiento nacional como un hecho guerrero ennoblecido forjado por militares impolutos y altruistas, cuando en realidad fue la violencia, junto con toda la miseria que destila, la gran protagonista. Y sus principales actores: caudillos regionales analfabetas, sin apenas formación profesional militar, y en demasía pícaros; junto con aventureros peregrinos cuya bandería difusa se intercambiaba bajo el magnetismo del que se adueñase de la victoria circunstancial. En manos de macheteros, se forjó una patria rural y primitiva, muy distante de los códigos civiles de una modernidad pretendida como esquiva.

Abrir un libro de historia sobre la Independencia nacional, es por lo general, rendir un irresponsable tributo a la guerra cuando es la paz el mayor valor cultural supremo ha reivindicar. Bien sabemos que la nacionalidad nueva, la venezolana, representa una especia de inicio sacramental, un comienzo sin retorno que aplasta todos los vestigios que la nutren. Hoy, por mínima responsabilidad intelectual esto hay que rebatirlo, y matizarlo. La Independencia se nutre del pasado aborigen y los siglos coloniales junto al agregado africano, incorporado este, de muy mala manera.

“Solo si analizamos el pensamiento y la obra de Bolívar apartando toda emoción filial, podremos otorgar la mayoría de edad a nuestro pueblo y, por otra parte, dejar de considerar que nuestros ascendientes españoles son culpables de todas las faltas que les fueron imputadas por los libertadores, rescatando así el pasado colonial, que es el segmento más extenso y probablemente decisivo de la historia venezolana”. (Ángel Bernando Viso, en “Venezuela: identidad y ruptura”, 1982).

Estudiar al Ejército Realista en Venezuela, 1819-1823, las Banderas del rey, es una especie de operación de salvamento histórico e historiográfico. Recuperar el cuerpo amputado de nuestro pasado hispánico es no solo un acto de justicia sino el reconocimiento de una genealogía mestiza y múltiple, epicentro de una identidad bajo el signo del desvarío intencional al que hemos sido arrastrados. Conectar a José de Oviedo y Baños (1671-1738), Don José Francisco Heredia y Mieses (1776-1820), Don Pablo Morillo (1775-1837) y Don Miguel de la Torre y Pando (1786-1843) junto a Simón Bolívar (1783-1830), Andrés Bello (1781-1865), José Antonio Páez (1790-1873) y Antonio José de Sucre (1795-1830) sin traumas ni rencores es asumir nuestra historia con autenticidad y madurez.

 

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