El diario plural del Zulia

Aprender del pasado, por León Sarcos

Aprender de la experiencia constituye un o cio de alta inteligencia. No en vano, un dicho popular afirma que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Ocurre frecuentemente con hombres investidos de autoridad o protagonistas de los distintos escenarios de la vida pública y privada que suelen carecer del talento necesario para asimilar con éxito las lecciones del pasado y asumir con desprendimiento nuevas enseñanzas de la vida, la realidad y de los libros para tomar decisiones de manera más creativa y eficiente.

Los políticos son notablemente asiduos a esta práctica, de hacer caso omiso de errores pretéritos. En Venezuela todavía no conozco, de parte de la elite que le tocó gobernar los primeros cuarenta años de democracia, cuáles fueron las causas del naufragio temporal del modelo de democracia representativa, por qué esperamos tanto tiempo para elegir de forma directa alcaldes y gobernadores y llevar adelante la Reforma del Estado, que con tanta urgencia demandaba la sociedad venezolana. Cuánta responsabilidad tenía y tiene ese liderazgo en las carencias del modelo establecido en 1958, y cuánto en este inmenso lodazal al que nos trajo el Socialismo del siglo XXI.

Henry Kissinger, uno de los políticos más brillantes del siglo XX, ha dicho y sin duda con sobrado conocimiento de causa, que los políticos al llegar al Gobierno no son capaces de aprender nada que vaya en contra de sus convicciones, y yo agregaría: y menos aún en la fase en que comienza el ascenso de su prestigio como aspirante para acceder a él. En este pasaje todo lo saben y todo lo conocen. No hay concepto, libro, ensayo e innovación científica, política o económica que ya no hayan hecho suyo. Para desgracia de ellos y de su historial, se envanecen.

Poco a poco, va apareciendo en el político un personaje que es la manifestación oculta de otro que todos llevamos por dentro y los más inteligentes han aprendido a controlar, expresión de la lucha entre el viejo cerebro, el de los instintos primarios, y el otro, el córtex, que nos ha legado la buena educación y el buen aprendizaje.

Su ego suele in amarse de una manera incontrolable, que corre paralela a la inflación de nuestros días. Se transforma: es casi un mutante, es otro diferente a la ovejita que se acercaba a pedir nuestro favor como elector. Se vuelve muy duro con su corte y en exceso severo con las mujeres; abusa del débil, pero se detiene ante el poderoso. Es reservado con quien no lo adula y progresivamente abandona a quienes conocen sus limitaciones. Este es el per l de nuestro clásico dirigente político, con contadas excepciones.

En el caso venezolano, puedo afirmar que quienes hoy nos gobiernan han sido pésimos en eso de aprender del pasado. Reconocer que fueron derrotados moral, política y militarmente, por quienes firmaron el exitoso Pacto de Gobernabilidad, conocido como Punto Fijo —que en hora buena ayudó a instaurar la democracia en Venezuela—, que todas las experiencias de sociedades inspiradas en el marxismo se convirtieron en el más rotundo fracaso y que el final de las ideologías fue sellado con la caída del muro de Berlín y los nuevos retos que nos demanda la globalización y la sociedad del conocimiento. Durante sus casi veinte años de manirrotismo, arrogancia, venganza, maldad y locura hay un triste legado del cual todos estamos obligados a aprender.

Pero los liderazgos emergentes de oposición deberán revisar también, muchos de los comportamientos heredados del pasado que estancaron a la democracia, que inauguraron el estatismo y el populismo, que reforzaron el presidencialismo, que desfiguraron la manera de hacer política, que pervirtieron la representación y marcaban distancia con la sociedad civil, que se acostumbraron al dispendio y al bonche de jueves a lunes, olvidándose que la democracia se hace con todos y todos los días. La historia nos dirá muy pronto si de verdad asimilaron las lecciones, las de sus predecesores y las de sus adversarios. Solo Dios lo sabe.

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