El diario plural del Zulia

Aprender del error y el fracaso, por Manuel Ocando

Aprender del error y del fracaso es un hecho que no se produce de manera automática, además de tiempo, requiere de unas habilidades emocionales y racionales muy concretas.

Todos estamos expuestos al fracaso, esa es la realidad. Creerse exento de él es un absurdo y una falta de sentido común. Esta realidad puede tocar cualquier ámbito de la vida, en todos los niveles: pérdida de empleo, una derrota deportiva, una ruptura familiar, un desacierto en la vocación, etcétera. Sin embargo, si asumimos el fracaso con un actitud correcta podemos incluso fortalecernos y abrirnos a nuevos horizontes.

El problema principal de los errores y de los fracasos es que no estamos acostumbrados a abordarlos de ese modo, al contrario, vivimos atemorizados por el riesgo a fallar, perseguidos por la sombra de la crítica o de la humillación. Hemos perdido de vista que dentro del fracaso subyacen lecciones esenciales para la vida.

Cuando perdemos algo que para nosotros es importante, es natural que el abatimiento se apodere de nuestro estado de ánimo. De lo que hagamos con estas emociones provocadas por la pérdida dependerá nuestra capacidad de aprender de la experiencia del fracaso.

En nuestro enfrentamiento con la derrota solemos recurrir a un conjunto de estrategias comunes que nos permiten sentirnos mejor con nosotros mismos y preservar nuestra autoestima, pero que, al mismo tiempo, pueden obstaculizar el aprendizaje desde la experiencia y hacer que volvamos a cometer los mismos errores. Es el caso, por ejemplo, de querer explicarnos el fracaso de un proyecto por causa de la mala suerte. Ello nos permite seguir sintiéndonos bien con nosotros mismos, pero no dirige nuestra atención hacia la información que nos ayudará a aprender del error y a evitarlo en el futuro.

Una de estas estrategias es la comparación hacia abajo: nos comparamos con aquellos que lo hacen peor que nosotros o con quienes tienen peores empleos. Al empezar a reflexionar sobre nuestra incompetencia, la que nos ha conducido al fracaso, nos sentimos reconfortados si nos comparamos con los que han demostrado una incompetencia aún mayor, con los que fueron estigmatizados por su derrota, con los despedidos o los desempleados.

Otra artimaña es el sesgo de atribución. Éste refleja nuestra tendencia a atribuir los buenos resultados a nuestras habilidades, conocimientos o experiencias, y los resultados adversos a la acción de los demás o a las condiciones ambientales fuera de nuestro control. Es decir, somos los responsables de nuestros éxitos y no de nuestros fracasos.

La utilización de este tipo de estrategias conduce naturalmente al exceso de amor propio, al narcisismo y a la obsesión consigo mismo, que son algunos de los más notables obstáculos para el aprendizaje y el progreso y que son tan común hoy día en nuestra sociedad.

Todo error o fracaso es el condimento que da sabor al éxito y reconocerlo es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia. Un error reconocido es una victoria ganada, puesto que los errores son para aprender y no para repetir. Aprender del error y del fracaso es avanzar en la vida, Cicerón apuntaba “que todos los hombres pueden caer en un error; pero sólo los necios perseveran en él”.

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