El diario plural del Zulia

¿A dónde nos llevan, si nos dejamos?, por Nicmer Evans

El turbulento episodio que estamos viviendo en Venezuela tiene como origen la violencia de un gobierno que perdió toda capacidad de legitimar sus acciones y pretende aplastar, versus un “maduroveteyaismo” que despliega todas sus fuerzas para el mal llamado “choque de trenes”.

Mientras esto pasa, el 65 % del país se encuentra en el medio, frustrada, desamparada y huérfana de orientación política. Tanto el mal llamado “plebiscito” como la elección de la Asamblea Nacional Constituyente son la demostración más fehaciente de que la conducción política de la polarización es inefable en cuanto a sus similitudes de estilo: imponen y ya, y el resto, los mortales ante los semidioses, debemos calarnos lo que determinen.

La polarización termina siendo profundamente antidemocrática cuando la mayoría no se siente contenida no solo en su forma de actuar, sino en las repercusiones y réplica sociales y políticas. Despolarizados que se tratan como polarizados, reproduciendo complejos de con quién me tomo la fotografía porque aquel estuvo con no sé quién hace no sé cuánto tiempo, y mientras tanto la mayoría sigue sin tener con qué comprar el mercado de la semana o conseguir cada vez menos el medicamento para el abuelo; que ve perder su calidad de vida por incapacidad de la dirigencia política de pedir lo que se debe pedir: resolver el problema económico o que renuncien por incapaces.

Estos, los que nos gobiernan, nos llevan a un totalitarismo que tiene la resistencia de más del 90 % de la población, y aquellos que hablan en nombre de la mayoría, nos llevan a una “consulta popular” que, de fondo, aunque muy democrática, se basa en unas preguntas claramente intencionadas para buscar las condiciones de una secesión del siglo XXI, con gobierno y estructuras paralelas legitimadas por dicha consulta. Las dos cúpulas nos empujan a una guerra civil, y nosotros como venezolanos no podemos permitirlo.

La mayoría no puede, no debe dejarse arrastrar por el odio y las apetencias de muy pocos, nuestra historia demuestra que somos una nación, y poseemos capacidad de resolver nuestros propios problemas sin injerencia de ningún tipo. Paren la violencia, restablezcamos el orden constitucional, no perdamos la calle, en conciencia de que las cúpulas no la direccionan, pero no seamos tontos útiles de los intereses de muy, pero muy pocos.

La calle debe tomar dirección y sentido político, y no permitir que el caos se apodere de lo más valioso, su gente en protesta, y exijamos a quienes están en los Poderes Públicos pero que saben que esto es un desastre, que den un paso al frente para impedir la disolución de la República. Aún tenemos tiempo, pero se agota.

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