El diario plural del Zulia

El patrón de la narcopolítica

Aquel 2 de diciembre de 1993, en Medellín, las fuerzas de seguridad colombianas dieron de baja a Pablo Emilio Escobar Gaviria, el narcotraficante más temido y buscado del mundo. Ese día, para muchos, fue el fin de una historia sangrienta en Colombia, marcada por la muerte y el terror. Fue el ocaso de uno de los criminales más despiadado del siglo XX.

Las imágenes del final de Escobar, de 44 años, tratando de escapar de las balas por el tejado de una vivienda en el barrio Los Olivos, recorrieron el mundo entero. El Gobierno colombiano lograba una de las victorias más importante en la historia de ese país: poner la bota sobre el “amo y señor” del cartel de Medellín; el hombre que desafió a Colombia y a su Gobierno e incluso burló el gobierno de EE. UU.

En Medellín, su ciudad natal, lloraron su muerte, mientras otros la festejaron. “Fue considerado un símbolo, un ícono, por su estrecha relación con la clase más desposeída, pero en realidad Escobar no tenía ninguna cualidad humanista, era sanguinario y despiadado. Dejó una estela de sangre en toda la nación”, refiere Javier Medina, abogado y especialista en manejo de conflicto en Colombia, durante una conversación telefónica con Versión Final.

Medina manifiesta que el arraigo del pueblo hacia Escobar fue propiciado por el momento social que vivía Colombia, que estuvo marcado por la violencia y la narcopolítica que se generó tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán. “Hubo un caldo de cultivo propicio para que Escobar, quien no era estudiado y venía de abajo, se relacionara con el pueblo. Él aprovechó todo ese caos social que existía y le sacó provecho”.

“Escobar hizo estadios de fútbol, fundó barrios, construyó hospitales, escuelas y regaló dinero. En ese momento no había un Gobierno que atendiera a esa clase desposeída. En Medellín lo consideraron un padre, un protector. Pero por otro lado, Escobar destruía a Colombia; inoculó la cultura de la muerte y narcotráfico”, explica.

Medina, quien también es vicepresidente de la Fundación Propósito País, resalta que “el patrón del mal”, no solo se dedicó a exportar cocaína a EE. UU. y Europa, sino que importó a Colombia todas las formas de delinquir, “trajo de Europa a especialistas en explosivos, importó el crimen mexicano, brasileño y de centroamérica; esas modalidades delictivas se inocularon y mutaron hacia otros países. Lo que actualmente conocemos en Venezuela como sicariato, forma parte de la cultura criminal pablista”, enfatiza.

Canonización del mal

A Escobar Gaviria se le imputa el haber ordenado la muerte de al menos mil policías, y de poner en jaque a la nación. El narcoterrorismo no tuvo límites; se filtró en la política, fue contra ministros, jueces, fiscales, sacerdotes, periodistas y militares. Mandó a asesinar políticos, hizo explotar aviones, le puso precio a la cabeza de las autoridades y dinamitó edificios públicos.

Las investigaciones contabilizan 4.000 víctimas durante la guerra feroz que emprendió entre 1984 y 1993. “Todo aquel que se oponía al cartel era asesinado por una legión de sicarios que nació y proliferó durante su imperio de terror”, refiere Medina.

Pese a los hechos delictivos que instauró el peligroso narco, escritores y documentalistas han tratado de exaltar a Escobar como todopoderoso e intocable, una imagen que seduce a la juventud latinoamericana. El éxito de novelas y series cuya gura del capo es el eje central de las tramas obtienen récord de audiencia.

Veintitrés años después de su muerte las redes sociales están inundadas de páginas que siguen e idolatran al narcotraficante. A diario miles de jóvenes publican las frases “celebres” del “zar” de la droga.

“Era lógico que a los poetas, dramaturgos y novelistas románticos les fascinara el lado aventurero y heroico de estos personajes y que pre rieran pasar de puntillas por la otra cara de la moneda: los raptos, las matanzas, las mutilaciones, las violaciones”, reseña el escritor español David Torres en su artículo Pablo Escobar que estás en los cielos, publicada en la revista digital Cuarto Poder en 2016.

Consultado por este rotativo, Eduardo Parra, abogado y teólogo venezolano, manifiesta que la influencia del “zar” de la droga “traspasó los límite de Colombia promovido por los medios de comunicación que resaltan la leyenda de Escobar y en la que están presentes una serie de antivalores: la falsedad, el crimen y sobre todo el no temor a Dios”.

“Las novelas y series presentan a la juventud el capo que todo lo puede, el que llega a la cúspide por medio de actos delictivos; dejan a un lado el valor del trabajo, la honestidad y la educación que son necesarios para el desarrollo de las sociedades”.

“Mi padre sometió a un país con el terror. Hay que tratar esta historia con responsabilidad. Están inculcando una cultura en la que parece que ser narcotraficante es cool. Me están escribiendo jóvenes de todo el mundo que me dicen que quieren ser narcos y me piden ayuda. Me escriben como si yo vendiera tiques para ingresar a ese mundo”, declaró Juan Pablo Escobar Henao, hijo del extinto narco, en la conferencia Las historias que no deben repetirse, dictada en México.

Escobar Henao ha criticado abiertamente la glorificación del narco. Ha escrito libros en los que narra la despiadada forma de ser de su padre y la barbarie de sus asesinatos. Además, se ha dedicado a dictar charlas develando la verdadera historia del hombre más temido de los últimos tiempos. Después de 23 años, la gura Escobar sigue vigente para bien o para mal. “Pablo Escobar debe considerarse como referencia de lo que no debe repetir la historia actual contemporánea. Del daño y dolor que causó a una nación”, repite Medina.

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