El diario plural del Zulia

La leche de cabra puede generar cólicos y deshidratación en niños

El estómago de un niño menor a seis meses tarda 20 minutos en digerir un biberón de leche de cabra, también de vaca. El vientre de un pequeño en sus primeros meses de vida no posee la cantidad su ciente de enzimas para asimilar otra leche que no sea la de los pechos de su madre. Porque con esa pasa lo contrario: no es necesario que se activen otros procesos enzimáticos porque el tránsito de este líquido por la panza del bebé es corto: la leche maternizada viene predigerida.

Esta explicación se la da María Gabriela Virla, pediatra, a todas las madres que, por la ausencia de fórmulas maternizadas en el mercado, consideran como opción alimentar a sus hijos menores de un año con leche de cabra o de vaca. Para ella, hay tres palabras que decir sobre el tema: no es recomendable.

Un pote de leche cuesta 400 bolívares en el mercado formal, pero no se halla, desapareció. Si una madre quiere cumplir la alimentación de su hijo, debe tener en su bolsillo entre ocho y diez mil bolívares cada tres o cuatro días. Cristina Mejía y Catalina Sulbarán no los tenían cuando dieron a luz, tampoco ahora, por eso se dejaron guiar por vecinos y familiares y llegaron a lo que repudia la Sociedad Venezolana de Pediatría y Puericultura: leche de cabra.

Salomón es el primer hijo de Cristina. Es un muchachito que nació saludable hace dos meses. Desde el día uno, el doctor le dijo a la familia que el bebé era fuerte, con músculos bien formados, y huesos sanos y órganos internos debidamente desarrollados.

A su madre le costó que le bajara leche por sus senos. Tomaba mucha agua, por recomendación de familiares y amigos, pero con cada vaso solo se asomaba una gota. Constantemente se masajeaba los pechos. Y Salomón estaba ahí, esperando. La leche nunca era su ciente

Una tarde, frente al repetido ejercicio del agua y los masajes, su prima Catalina le dijo: “Dale leche de cabra, mami la trae de La Cañada. Yo se la estoy dando a José Julio, y le cae bien”.

La leche de cabra se encuentra en zonas rurales con mayor facilidad. El litro lo venden en mil 200 bolívares y, en promedio, dura un poco más de dos días. Su obtención puede ser manual o mecánica, explica Emiro Valbuena, profesor de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad del Zulia.

El primer obstáculo que ve el experto es la contaminación bacteriana. En las fincas, las ovejas se encierran en grandes corrales. Están expuestas a cualquier cosa. Las rondan moscas, residuos de materiales desechables, excremento y otros elementos extraños que pueden contener antibióticos dañinos para el lactante.

Consumo peligroso

La leche de cabra es dañina para niños menores de tres años. De hecho, cualquier leche completa lo es. La proteína que contiene esta primera no es la más apta, asegura María Gabriela Virla. El consumo regular desencadena en los infantes problemas dermatológicos, pérdida de sangre, disminución de ácido fólico, deterioro óseo y anemia por carencia de hierro y otros complementos básicos.

Consumir leche de cabra no mata a un niño, aclara Armando Arias, miembro de la Sociedad Venezolana de Pediatría y Puericultura, pero su ingesta puede llevar a fuertes diarreas que empiezan con cólicos y terminan en deshidratación.

Ni Cristina ni Catalina estaban al tanto de los peligros. Como madres preocupadas, lo único que hicieron fue saciar la necesidad de comer de sus primogénitos.

A Salomón nunca le dolió el estómago, salva Cristina. En el mes que tomó tetero de leche de cabra “le fue bien”. Se la daba tres veces al día, alternada con leche humana que con agua y masajes bajaba de sus pechos. Hasta que la pediatra le advirtió: “¿Quieres que tu hijo coma basura? Porque eso es lo que comen las cabras”.

Estos animales son omnívoros, comen de todo, no necesariamente basura. Sin embargo, la falta de higiene que los rodea contamina su producción de leche, afirma Emiro Valbuena. Su dieta se compone por alimentos naturales, como especies de los géneros brassica, lupinus, verbena, xanthium, digitahs, eupatonum, capsella y demás plantas aromáticas o la pulpa de remolacha.

La historia de Catalina inicia una cadena familiar: su madre le aconsejó leche de cabra, ella se lo dijo a Cristina y a su amiga Mayra Castillo, y así. En una misma cuadra, fueron tres bebés que se alimentaron con este líquido por tiempo determinado, hasta que Catalina y su esposo se mudaron a Coro.

En el caso de su pequeño José Julio, el consumo se extendió por seis meses. Ahora, tiene siete. Dejó la leche de cabra porque a su dieta diaria se incorporaron alimentos sólidos, jugos de frutas y leche completa.

“La pediatra de Maracaibo me advertía que eso estaba mal, y la pediatra de aquí, de Coro, me explicaba en cada consulta el desarrollo óptimo de José Julio. Decía que se fortalecían los huesitos, los músculos (…) Me tenían confundida”.

No fue la confusión la razón por la que Catalina le quitó la leche de cabra a José Julio, fue el cambio que le notó de repente. De un momento a otro, el bebé la rechazó. Tampoco sufrió enfermedades. “No sé, debe ser que no le gustó más el sabor”. Para Armando Arias, casos así son aislados, no es el común denominador.

Tal vez Catalina no sea la responsable de su confusión. Hay pediatras en Maracaibo que no concuerdan estos planteamientos negativos. Aunque Eddy Ramírez de ende que toda leche que se le dé al infante debe estar adecuadamente pasteurizada y su animal productor tiene que ser supervisado, si la leche de cabra es procesada adecuadamente, sí es apta para el consumo de niños.

Si se la da, es necesario que se acompañe de otros suplementos, como ácido fólico, hierro y complejo B. “Estudios de la Universidad de Australia comprueban las potencialidades de este líquido con respecto al crecimiento en talla y peso de los infantes”.

Salomón y José Julio siguen saludables. Ya no saborean leche de cabra. Ahora, sus madres tienen otras opciones. Cristina se esfuerza por comprar fórmulas maternizadas después del regaño de su pediatra y, Catalina, por su parte, alterna alimentos sólidos y jugos con la leche completa que incluye el kit que los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) distribuyen en su comunidad. Pero su frecuencia es intermitente. Ella se repite sin cesar: “Solo Dios sabe cuándo me llegará la otra bolsa”.

 

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