El diario plural del Zulia

El arte, una escapatoria a los cárteles para los jóvenes méxicanos

"Es como cuando naufragas y encuentras un lugar donde refugiarte", afirma Fer, que como miles de jóvenes halló escapatoria a la violencia y las drogas en una Fábrica de Artes y Oficios (FARO) de los barrios desfavorecidos de la capital mexicana.

El consumo de droga lo arrastró a los infiernos y acabó internado en un centro para toxicómanos. Pero ahora, Fernando Rivera, de 24 años, estudia Antropología Social y sueña con recorrer el mundo.

Fue FARO de Oriente, fundado hace 18 años con fondos municipales en el límite oriental de Ciudad de México, una de las zonas más pobres y peligrosas de la capital, el que le abrió horizontes.

Tras el intimidante bozal que protege su rostro cuando pinta con aerosol se oculta una inmensa sonrisa, que emerge mientras recuerda como entró aquí hace seis años en un taller de fotoperiodismo.

Desde entonces viajó por todo México captando con su cámara las costumbres locales. La fotografía le despertó, explica, un interés por la antropología que lo empujó hasta la universidad.

Sin esto "mi vida hubiera sido totalmente distinta", reconoce.

Santa Martha Acatitla, barrio marginal donde termina la ciudad y comienza el Estado de México, vive olvidada de las autoridades, denuncia Jesús Villaseca, Premio Nacional de Fotoperiodismo que imparte talleres en FARO.

Según datos del gobierno municipal de 2003, la mitad de las casas del barrio, con una población de 12.600 personas -50% menores- carecía de agua corriente.

Las viviendas tienen enormes grietas y suelos deformados por una falla sísmica que atraviesa la zona. No hay universidad, pero sí una cárcel de hombres y otra de mujeres.

La falta de oportunidades, lamenta Villaseca, propicia el crimen organizado.

"Aquí estamos en guerra con los cárteles para ver quién logra captar a más jóvenes, si con la cultura o con la droga", dice.

A su alrededor, en una inmensa nave de tipo industrial, un grupo de alumnos dibuja, otro esculpe con materiales reciclados, un tercero ensaya un fragmento musical.

- 'La salvación del barrio' -

"Tenemos un estudio de grabación profesional", dice orgullosa Guadalupe Vallejo, de 39 años, que canta hip-hop pese a tener una discapacidad por hipoxia fetal que le dificulta el habla y la mantiene en silla de ruedas.

Las letras de Lupita hablan de superación: "nunca te detengas, mira lo que hice, ves que no dejé de luchar (...) nunca caerás y, si pasa, te levantarás".

Fue lo que hizo Alam Yael Bernal, cuando con solo 11 años vio morir a su madre por los disparos de un vecino en una reyerta que acabó mandando a su padre a prisión.

Quedó a cargo de sus abuelos y de una tía que lo trajo a FARO "casi a la fuerza", recuerda. "Yo tenía mucho coraje, no creía en nada, no confiaba en las instituciones" y esto "me ayudó a salir de esa situación".

A sus 23 años está acabando Ciencias Políticas y planea empezar una maestría en Periodismo para hacer denuncia política y social.

Vivimos en "una zona insegura, con índices de delincuencia altos, la semana pasada asaltaron a mi hermana" y "hace 15 días mataron a un hombre en la calle delante de mi abuela", explica.

Aun así su situación, admite, está muy lejos del desempleo, la delincuencia o la muerte de muchos de sus antiguos compañeros de escuela.

La denuncia mueve también a Emiliano López, un niño de 12 años que empezó a tomar fotografías de manifestaciones con solo 6 años y una cámara casi más grande que él.

"Retratar protestas es darle voz a las personas y también expresar mi inconformidad", dice con sorprendente madurez este risueño muchacho que, iniciado en el taller de Villaseca, ya participó como ponente en varios certámenes de fotoperiodismo.

Con delantal morado y sombrero ranchero, Mari Vaquero, de 48 años, sirve comidas en un minúsculo puesto callejero a la entrada del FARO de Oriente, desde donde lo vio nacer y crecer. "Esto fue la salvación para los jóvenes del barrio", asegura.

Escultura con hierro, artes visuales, literatura, teatro: el centro ofrece talleres gratuitos para unas 2.000 personas en un espacio donde antes amanecían con regularidad los cadáveres arrojados.

Siguiendo su iniciativa, se abrieron otros tres FARO en barrios conflictivos de la capital.

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