El diario plural del Zulia

¿Dónde están los actuales Alberdi, Echeverría, Rodó o Uslar Pietri?

Los intelectuales han sido entre los mayores artífices de la construcción de América Latina. Sus cuestionamientos y propuestas se revelaron fundamentales en las fases de pre y postindependencia. Fueron actores políticos, sociales y culturales determinantes en los distintos momentos históricos del pasado. Ahora nos preguntamos. ¿Cuál es el papel del intelectual latinoamericano hoy día? ¿Dónde están las obras que hacen estremecer las ideas? ¿Dónde están las voces de la talla de Alberdi, Echeverría, Sarmiento, Martí o más recién, Rodó, Vasconcelos, Uslar Pietri, Dussel y tantas otras, defensoras de la identidad y progreso de América Latina?

La primera sensación que se tiene del intelectual del presente siglo en este hemisferio, es de tímida presencia, casi periférica. En palabras de Francisco Miró Quesada, el intelectual criollo sufre de una «mielodisplasia» cultural. Su valor social ha sido casi siempre disminuido, matizado o sofocado por gobiernos dictatoriales o republicanos si fuese el caso. En tiempos de democracia, queda relegado generalmente en los recintos universitarios con limitadas posibilidades de influencia reflexiva. Anhela mejor suerte trasladándose a la vieja Europa o al prometedor Estados Unidos, donde puede ver concretado su compromiso con la investigación y con la «verdad», recuperando el alcance de su profesión.

Otra respuesta pudiese estar referida a los manipuladores de la intelectualidad: los hodiernos sofistas. Los que rozan el agua del conocimiento sin empaparse. Los que anteponen la fama a la verdad. Ya Sócrates enfocaba el problema. Usaba contra los sofistas, supuestos maestros del conocimiento, la técnica de la «ironía», afirmando que él no sabía naday que hubiese querido aprender de ellos, desenmascarándoles su docta ignorancia. Platón separaría ladoxau opinión, de la episteme o ciencia,garantía de un saber sólido y universal. La doxaforjaría el doxósofo, el opinionista; hábiles oradores, creadores de opiniones y de modas, que lograban comercializar su conocimiento. En tanto, la episteme engendraría el pensador, el científico, que analiza críticamente y busca la verdad, guiándose por la ética.

Un tercer aspecto a constatar, puntualiza la figura del «intelectual orgánico» (Gramsci), muy común en América Latina. El intelectual «persuasor permanente», constructor y organizador político; activista y dirigente de partido político. Este intelectual, dice Heidulf Schmidt (Los intelectuales latinoamericanos, 1999), simboliza un ejército con «compromisos heterogéneos» hacia el poder, representando ambiciones y actitudes diversas. Es así como el intelectual, siervo de una ideología, se camufla de varias maneras: como político, asesor, burócrata, planificador, organizador.

Un cuarto aspecto, relativo a lo epistémico, lo expresa Octavio Paz al señalar que el intelectual mexicano no ha llegado de manera profunda e incisiva en el nivel científico. No ha logrado pues crear una tradición crítica, moderna y abierta a la ciencia, al análisis y al cuestionamiento sobre sus premisas (Tiempo Nublado, 1983). Continúa quizás viviéndose de sueños importados.
De tal manera que, frente a la circunstancialidad enrevesada que caracteriza al intelectual latinoamericano, siguiendo a Edward Said (Representaciones del intelectual, 1994), el intelectualético y universal debería: hablar claro al poder; ser un «francotirador»; ser un provocador y perturbador del status quo, como lo fueron Shakespeare o Cervantes; Echeverría o Rodó, Vasconceloso Dussel; actuar preferiblemente fuera del círculo del poder para criticarlo. En pocas palabras, elegir entre luchar para representar la verdad de la mejor manera o dejarse pasivamente dirigir por un amo o una autoridad.

 


 

El presente artículo pertenece a la columna «Americanología» de la  sexta edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 30 de septiembre de 2016.

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