El diario plural del Zulia

A la espera de lo que quizás nunca llegue

La vida humana se hace historia en la espera, y en una esperanza por cumplirse. La esperanza de que algo suceda, en la vida individual o colectiva, ha sido una de las inquietudes más relevantes del siglo XX, expresada en la literatura y la dramaturgia occidental. Cuatro obras, entre ellas una latinoamericana, representan esta condición existencial.

El castillo (1926), obra póstuma del escritor praguense Franz Kafka, describe la expectativa irrealizada del Señor K, personaje principal. Su nuevo cargo de agrimensor lo llevaría a la aldea donde debería comenzar su función desde el castillo. Pronto se da cuenta de que en la aldea el lenguaje es equívoco. El castillo, sede de la burocracia, no parecía un castillo ni un burgo medieval. Los burócratas que allí trabajaban y que deberían otorgarle el reconocimiento de funciones, serían entidades abstractas; nadie logra darle información clara sobre su trabajo. Su relación con el castillo impenetrable se mantendrá por medio de un mensajero ficticio, Barnabás, quien no siendo comisionado oficial se compromete a entregar las pocas cartas que recibe. Todo es y no es al mismo tiempo. Mientras, el Señor K sigue en la espera de que ocurra algo en su vida. K se debate entre el ser, el deber ser y el querer ser.

El escritor italiano, Dino Buzzati, publica la novela El desierto de los tártaros (1940), que narra la historia de una expectativa vulnerada, la del teniente Drogo. Formado en la escuela militar y animado por lograr fama y posición en el ejército, acepta ser trasferido a una fortaleza de confín, frente al desierto que ocuparían los tártaros. En espera de los grupos túrquicos, con el tiempo, el fortín y la vida allí desarrollada, unidos al monótono paisaje desértico que tenía ante sus ojos, va declinando su entusiasmo. Una sensación de derrota lo invade. Espera un enemigo que quizás nunca llegue, así como tampoco el reconocimiento respectivo. Drogo pasaría 30 años mirando la «frontera muerta», el desierto en el cual se consumiría su vida y su horizonte.

Del dramaturgo irlandés Samuel Becket, la obra Esperando a Godot (1952) presenta a dos personajes: Vladimir y Estragón, vagabundos, sin oficio, quienes esperan platicando a un tal Godot, con el cual quizás tengan una cita. Godot nunca llegará, ni se sabrá el motivo de la presunta reunión. Está retratado el absurdo de algunas circunstancias de la vida y esperanza de los seres humanos.

En Latinoamérica, la obra El coronel no tiene quien le escriba (1961), del novelista Gabriel García Márquez, refleja la vida de un coronel a la espera de su jubilación como veterano de guerra, y que a lo largo de 15 años puede que nunca llegue.

El coronel vive con su esposa en situación de necesidad económica severa, pero cuenta en su haber con un gallo de pelea, herencia del hijo fallecido. Cada viernes bajaba al muelle a la espera de la lancha del correo con la carta del Gobierno, que cambiaría su situación económica definitivamente. Decidir la venta del gallo les permitiría alimentarse. Sin embargo, al llevar el gallo a la gallera y observar el brío del animal, la emoción de los espectadores y el aplauso de la gente en las calles luego del combate, el coronel descubre el valor moral del gallo para la comunidad; decide no venderlo y continuar a la espera de su carta jubilar. El coronel valoró ya no lo económico, sino la solidaridad, la unión e identidad que generaba el bípede en el pueblo.

Y cuando la esposa alarmada por la decisión ética del coronel, al no efectuar la venta que serviría para sustentarse, le preguntó al coronel: «Dime, ¿qué comemos?». «M…a», le contestó, cerrando la cortina de la novela. El coronel continuaría a la espera de la carta oficial que quizás nunca llegaría.

 

 


 

 

El presente artículo pertenece a la columna «Americanología» de la vigesimoctava edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 01 de septiembre de 2017.

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